En los años setenta, Juan Domingo Perón profetizó que nuestro país alcanzaría un papel relevante, sintetizado en la consigna Argentina potencia. Ese pronóstico no se cumplió, pero sí puede aplicarse hoy a nuestro vecino: Brasil potencia.
Por Norberto R. Méndez
Una simple mirada al mapa de nuestro continente resalta las magnitudes de Brasil, que ocupa la mitad de la superficie de América del Sur, con más de 8,5 millones de kilómetros cuadrados. Es el país más grande del subcontinente latinoamericano y el quinto del mundo, detrás de Rusia, Canadá, Estados Unidos y China. Posee inmensos recursos naturales: contiene la mayor cantidad de agua, flora y fauna, y por eso constituye la mayor reserva mundial de biodiversidad. Esta realidad justifica de por sí la popular exageración brasileña: «O pais mais grande do mundo».
La historia de Brasil muestra una vocación imperial que es incluso anterior a su independencia. Las potencias ultramarinas España y Portugal se repartieron América y Asia por el tratado de Tordesillas de 1494. El meridiano que constituía la divisoria de los territorios portugueses en América dejaba bajo dominio español el 70% del actual territorio brasileño. Pero los portugueses fueron «corriendo» la línea hacia el oeste en una quimera del oro que sí lograron los españoles desde el siglo XVI. España no se inquietó demasiado por las incursiones portuguesas, que nunca llegaron a los Andes.
Hay que ubicarse en la época: ¿Qué valor económico tenían entonces las hostiles selvas y sabanas brasileñas, frente a las riquezas mineras de las posesiones españolas de la zona andina? ¿Podían equipararse el oro y la plata del Perú con las maderas (el palo brasil, por ejemplo), la caña de azúcar y los esclavos que explotaban los portugueses?
Pero, dos siglos más tarde, los portugueses encontraron finalmente su oro, inesperadamente, en el este, en las montañas que luego darían nombre al estado de Minas Gerais. Así lograron transitar de una economía primaria a una etapa superior de incipiente capitalismo.
Mientras en toda Hispanoamérica se crearon en 1810 las Juntas de Gobierno que dieron el puntapié inicial a las luchas por la autodeterminación, el proceso fue muy diferente en Brasil, ya que el rey portugués Juan VI huyó de los franceses hacia su rica colonia americana, estableciendo allí el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. En 1822, el príncipe-regente directamente declaró la independencia de Brasil, constituyendo el Imperio del mismo nombre con capital en Río de Janeiro.
El proceso formativo de Brasil fue muy diferente del resto de Latinoamérica, ya que no tuvo guerras por la independencia, sino que se fue configurando como Estado-imperio de la mano de una conciencia imperial que, en cierto modo, persiste hasta hoy. Tampoco padeció las guerras civiles que desangraron a gran parte de América Latina, sino que su estabilidad política relativa le permitió desviar sus tensiones contra sus vecinos, en el afán de acrecentar su poderío. No sólo guerreó contra Argentina (su principal competidor en el Cono Sur) por la posesión de la Banda Oriental, sino que su intervención en los conflictos internos de nuestro país fue decisiva para volcar a su favor al candidato que fuera más conveniente a sus intereses expansionistas. Cabe recordar que tropas brasileñas desfilaron triunfantes en Buenos Aires en 1852, por su contribución a la caída de Rosas en la campaña que culminó con la batalla de Caseros.
Recién en 1888 Brasil abolirá la esclavitud, y al año siguiente un golpe militar derrocará la monarquía y establecerá la república, sin una participación popular que bregara por ese cambio de régimen. Fue en realidad un mero trámite de aggiornamiento.
Todo el siglo XX verá un Brasil en constante crecimiento gracias a su estabilidad política, solamente interrumpida por los intentos dictatoriales y populistas del líder Getúlio Vargas y su sucesor João Goulart, quienes lograron conmover en breves períodos el conservatismo que caracterizaba a su país. La dictadura militar que se hizo del poder entre 1964 y 1985 volvió al cauce conservador mediante una dura represión a toda oposición, pero nunca alcanzó el carácter salvaje de las dictaduras militares argentinas. Creció la agitación sindical en este período pero, comparada con la histórica tradición combativa de los sindicatos argentinos, con el peso de un gran movimiento de masas como el peronismo y el desarrollo de importantes organizaciones argentinas que practicaron la lucha armada, Brasil sólo conoció un pequeño grupo guerrillero, rápidamente eliminado por los militares: el VAR-Palmares (Vanguardia Armada Revolucionaria-Palmares), hoy rescatado del olvido porque a este movimiento perteneció la actual presidenta, Dilma Rousseff.
Si bien tanto Argentina como Brasil sufrieron duras dictaduras militares, un rasgo que diferenció a los dictadores brasileños de sus pares argentinos fue que los aquellos no interrumpieron las políticas económicas de crecimiento de épocas democráticas, ayudados por la existencia de una fuerte burguesía nacional centrada en el polo industrial de San Pablo.
Pero Brasil dio un giro casi copernicano en lo referente a la participación política de los sectores populares cuando los sindicatos metalúrgicos (los más importantes de un Brasil industrial) encontraron a un dirigente como Luiz Inácio Lula da Silva, quien organizó un populoso Partido de los Trabajadores, que luego de varios intentos lo catapultó a la presidencia entre 2003 y 2011. Sus políticas reformistas en el campo social, político y económico significaron en la práctica una revolución si tenemos en cuenta que Lula fue el gran transformador que hizo de Brasil una potencia de envergadura. Su política exterior de alto perfil fue más allá de la tradicional relevancia regional, para convertir a su país en un actor privilegiado del escenario mundial, dialogando de igual a igual tanto con Estados Unidos como con Irán, y reafirmando como nunca la soberanía de Brasil.
A estos datos debe agregarse que, en los últimos tiempos, un abultado PBI, resultado del eficiente desempeño de una industria que incluye rubros de tecnología sofisticada como la aviación (la empresa Embraer exporta aviones al mismo Primer Mundo), más las ganancias obtenidas por el aumento de los precios de bienes primarios, como café, soja, mineral de hierro, etc., explican la ubicación prominente de Brasil en el concierto internacional.
Brasil no sólo es potencia por su importancia económica, sino también por el rol destacado que ha alcanzado en el mundo multipolar que estamos viviendo. Miembro de los bloques regionales Mercosur, Unasur y CELAC, Brasil es uno de los fundadores del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un nuevo polo de poder que reúne a los países emergentes más grandes y poblados del mundo, y que busca posicionarse como alternativa frente a los poderosos Estados Unidos, la Europea y Japón.
Brasil potencia ha logrado una mayor independencia, la posibilidad de jugar en un campo más extenso; tanto es así que es pieza fundamental del Mercosur, del BRICS…, y que puede llegar a firmar al mismo tiempo un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos sin que esto implique apartarse de los otros bloques. Por otro lado, Estados Unidos no puede darse el lujo de prescindir de Brasil (como ejemplo, baste mencionar que Washington toleró sin chistar las relaciones de Lula con su mayor enemigo, Irán, cuando por la misma cuestión critica severamente a Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua), y por eso Obama le ha reconocido su rol de potencia dominante en América Latina.
Un ejemplo comparativo entre las políticas exteriores de Brasil y Argentina sirve para reforzar esta idea de la importancia relativa de uno y otra: mientras Argentina aboga por la democratización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la eliminación del derecho a veto, la presidenta Dilma Rousseff reclamó en la última Asamblea General la ampliación de la cantidad de miembros permanentes, lo cual puede traducirse como el derecho de Brasil a ocupar uno de esos asientos en el club de los Estados dominantes. En otras palabras: Brasil ya es una potencia con el poder suficiente para «plantarse» y demandar reconocimiento explícito a su estatus; Argentina, en cambio, admite en la dimensión de sus planteos generales y simbólicos su irrelevancia relativa con respecto a los «jugadores de las grandes ligas».
Sin embargo, merece destacarse un costado positivo de la mutua aceptación de sus respectivos lugares en el mundo: Argentina y Brasil han pasado de ser rivales a ser socios y aliados estratégicos.
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