Cierre de la Bienal de Performance 2019
Por Jesu Antuña
Como cierre de la Bienal de Performance 2019, el pasado viernes 31 de mayo en la Fundación Cazadores, Maricel Alvarez y Emilio García Wehbi, presentaron «Vida y muerte del concepto clásico de utilidad», que marcó una nueva aparición de La Columna Durruti.
Comencemos con una imagen
El paisaje es desolador. Por el piso se mezclan restos del Asado en Mendiolaza, una de las obras icónicas de Marcos López y de la fotografía contemporánea en Argentina, con los de El verdadero jardín nunca es verde, la obra que Nicola Costantino produjo a partir de El jardín de las delicias. Sobre la obra de Costantino, impresiones fotográficas sobre madera, se incrusta un hacha, la misma que la ha atacado hasta destruirla. La obra luce unas pintadas que fueron realizas con aerosol rojo por uno de los atacantes. Hay muchas obras destruidas, como la monumental escultura de Marina De Caro, una obra imponente que fue a parar al suelo luego de ser atacada a martillazos. Todo se mezcla, menos ya como arte que como basura. Si buscamos un poco más podemos reconocer obras de importantes referentes del arte argentino: Marta Minujín, Roberto Jaboby, Lux Linder, Florencia Rodriguez Giles, Nora Lezano, Anibal Buede, Diego Perrota, Grupo Etcétera, Hernán Marina, Julián D’Angiolillo, Liliana Porter y Ana Tiscornia, y de la última representante por argentina en la Bienal de Venecia, Mariana Telleria.
No sería demasiado difícil confundir el cúmulo de obras con un contenedor de basura. Claro está, aun en sus restos, son piezas icónicas del arte argentino contemporáneo. Es que, en la Fundación Cazadores, tuvo lugar una muestra que albergó las obras de estos artistas, hasta que fueron destruidas por La Columna Durruti. Podría tratarse de un sueño, o de esa otra forma mala del sueño, la pesadilla. Entrar a un museo, a una sala de arte, al famoso cubo blanco contemporáneo, con el afán de romperlo todo, de destruir la muestra a martillazos hasta que no quede nada. El paisaje final se parecería al de una guerra.
En verdad, este paisaje formó parte de la propuesta para el cierre de la Bienal de Performance, llevada a cabo por Emilio García Wehbi y Maricel Alvarez. «Vida y muerte del concepto clásico de utilidad», así se llamó la performance de García Wehbi y Alvarez, que marcó también una nueva aparición de La Columna Durruti. Al llegar al espacio de la Fundación Cazadores, lo que tenía lugar era la inauguración de la muestra, que contó con la presencia de figuras importantes del arte contemporáneo argentino, desde artistas hasta curadores, críticos y galeristas. Pasadas las 20.30, Alvarez, reconocida actriz y performance, pronunció unas palabras que reconfiguraron el espacio escénico: «Esta noche veo alzarse la Máquina del Capital, nuevamente. Es imponente. Se yergue sobre todos nosotros, empalideciéndonos con su blancura inmaculada de manos nacidas sólo para palpar el mármol de Carrara».
En una presentación que duró aproximadamente media hora, se refirió en tono irónico y polémico al sistema del arte, tanto argentino como internacional, al carácter mercantil de las obras, y a la puesta en escena de críticos y curadores. Con puntos altos, como cuando señaló: «Si se incendiase el Louvre y tuviese la oportunidad de salvar algo, ¿qué salvaría? ¿La Gioconda? ¿La Libertad Guiando al Pueblo? ¿Y del MOMA? Supongamos que se nos incendia, usted ¿qué salva? ¿La Noche Estrellada? ¿Las Señoritas de Avignon?» El público presente se miraba, teniendo en cuenta los últimos incendios producidos en Notre Dame y en el Museo Nacional de Brasil, no parece ser fácil encontrar una respuesta única. La destrucción de estas instituciones, icónicas al menos para el arte Occidental, hace imposible seleccionar una sola obra. Pero Alvarez apuntaba a otro lado, fue así que señaló: «¡Lo único que hay que salvar es el fuego!»
De eso se trataba en buena medida la performance, de salvar el fuego.
Sobre el final de esta parte, hizo su aparición en escena Olumuyiwa Embewe Cuauhtémoc Anwezor, curador – ¿ficcional? – que se presentó en sociedad en esta performance. El Curador congoleño comenzó con la presentación de las obras. Se abrió paso entre el público para referirse – en un tono incomprensible – a la obra de Marcos López. Luego caminó entre las obras de Tellería, de Marina De Caro, para pararse finalmente junto a la de Buede. Ahí comenzó a cambiar todo. Anwezor elevó el tono de voz, se puso violento, tomó el hacha que formaba parte de la obra, la levantó, y a la vista de todo el público, la destruyó. Entonces comenzó a sonar la canción del grupo punk femenino japonés Nisennenmondai, que acompaña las presentaciones de La Columna Durruti y el caos se desató.
Ahora soy un Durruti
Imagen de guerra. El caos domina la situación. Anwezor, junto a dos asistentes, corren por la sala rompiendo todo lo que ven a su alcance. Mientras de un lado se vandaliza la obra de Linder, pintándola con aerosol para luego tajearla con cuchillos, del otro lado, se empuñan mazas y hachas para romper las obras de mayor porte. Los integrantes de La Columna Durruti se suben a la obra de Marina De Caro, la rompen a martillazos, comienzan a balancearla hasta que termina por el piso. Del otro lado, se ve volar la obra de Tellería, explota el televisor que formaba parte de la obra de D’Angiolillo, las fotografías de Nora Lezano se muestran como trofeo de la destrucción. El público, mientras tanto, duda entre ponerse en lugar seguro o sumarse a la destrucción.
El acto se cierra después de 15 minutos. Las obras, o lo que queda de ellas, fueron acumuladas en el espacio central. Ahí es cuando comienza la última parte de la performance: una subasta pública. Comandada por García Wehbi, Maricel Alvarez y Martín Antuña, sobre una base de 10 pesos es posible comprar un conjunto – como si se tratase de un Frankenstein – de lo que queda de las obras. Los restos de las obras alcanzan un valor de hasta 500 pesos, precio que parece un chiste con relación a lo que salen cada una de las obras destruidas.
La subasta, este último acto, hace girar la rueda nuevamente. No parece ser posible pensar el arte contemporáneo por fuera del mercado. Es por esto que este cierre se vuelve interesante, ya que parece reestablecer – aunque de modo irónico – la relación ¿fundante? del arte contemporáneo con el mercado. El gesto irónico, que se hace presente durante el discurso de apertura, pero que se manifiesta con claridad durante la subasta, es una denuncia contra el sistema del arte, pero se trata de una denuncia que de alguna manera se sabe atrapada dentro del mismo sistema. Dentro del museo todo, fuera del museo, nada. Las fronteras, sin embargo, no son tan claras.
De lo que se trata, es de salvar el fuego.
Fotografías: Jesu Antuña