La experiencia educativa en la villa 21 y 24 de Barracas.
En pleno corazón de la Villa 21-24, funciona la escuela secundaria EMM N.º 6, DE 5.º, único colegio de enseñanza media y pública en el barrio. La pelea contra el delito, la droga y la pobreza, entre otras problemáticas, convierte a este establecimiento de formación educativa en un espacio de inclusión social.
Por: Julieta Lorea
A una clase no siempre la distraen los aviones de papel o los pupitres pintarrajeados con amores incipientes. A veces, la interrumpen los embarazos tempranos, las adicciones y los fracasos. Es la adolescencia, ese tiempo de ocio y regodeo para los afortunados, el lugar de la adultez obligada para aquellos a los que el sistema socioeconómico les reservó un rincón olvidado en la periferia y la marginalidad. A la Escuela de Enseñanza Media (EEM) N.º 6, Distrito Escolar (DE) 5.º del Polo Educativo de la Villa 21 de Barracas, asisten 400 alumnos, de los 2.200 chicos en edad de secundaria que hay en la villa; posee un establecimiento escaso de recursos, pero un cuerpo docente que insiste cada día en brindar a sus integrantes las herramientas para un destino mejor.
La villa 21-24 atraviesa los barrios de Barracas y Parque Patricios. Es la más extendida, con 65,84 hectáreas, y la más poblada; según los datos arrojados por el Censo 2010, en ella viven unas 45.000 personas, 11.300 familias, y tiene una tasa anual de crecimiento del 20%. Es conocida como una de las villas más pobres y «peligrosas». En 2007, un estudio de la Procuración General de la Nación determinó que el 23,6% de los homicidios registrados en la ciudad fueron en la zona de la comisaría número 32, que tiene jurisdicción en la 21-24. Este predio cuenta con solo tres establecimientos educativos estatales: una escuela infantil, un colegio primario y la escuela secundaria EEM 6, creada en el año 2009 por la gestión macrista.
La lucha de las tizas
A diez minutos de terminar la jornada laboral, Oscar Cardosi, maestro rural durante años, profesor de Historia, exdirector de la escuela «Padre Mugica», de la villa 31 en Retiro, y actual director de la EEM 6, se preparaba para el ansiado retorno a casa. El asesor pedagógico del colegio irrumpió su partida para acercarle a una niña empapada en llanto. Había que acudir con urgencia a la defensoría, ya que la chica no quería regresar al hogar porque su padrastro intentaba violarla y su madre no intervenía.
«Es una escuela que demanda mucho, distinta a otras donde, si bien hay problemáticas que pueden ser de 1 o 2 alumnos por aula, acá se extienden a 20. El tipo que no se carga las pilas bien grandes conectadas atrás, que es insensible y no ve más allá de una nota de geografía, está frito», relata Cardosi.
El paco, la violencia y la desintegración familiar entran a las aulas y pueblan los pasillos de la EEM 6. Susana Piliasvky, que trabaja en la escuela como docente, pero también como psicóloga y trabajadora social, cuenta a esta revista: «La mayoría de las problemáticas que hay acá son reales, en el sentido de que hay daños físicos reales. Hay una precariedad en los modos de relación, y esa precariedad es la que dispara muchas de las cosas que pasan». Las condiciones de hacinamiento en las que viven algunas familias, así como la falta de luz eléctrica y los problemas de salud, son otras de las trabas que limitan a un chico para estudiar. «Hay pibes que no fueron nunca en su vida al médico, que jamás tuvieron un control oftalmológico y casi no ven», relata Piliasvky.
En una familia de clase media, el recorrido educativo se encuentra más o menos naturalizado: del jardín al colegio primario, del primario a los estudios secundarios, y de allí a la formación profesional. La Ley N.º 898, sancionada en el año 2002 por la Legislatura, que declara la obligatoriedad de la escuela media, fue un gran paso para reinsertar adolescentes que se encontraban fuera del sistema. No obstante, para muchos de los que viven en una villa, la trayectoria escolar, aún, es la excepción. “Esto tiene que ver con la escolaridad de los padres, se trata de cambiar una cultura, no sabemos cuánto tiempo puede tardar, cuánto nos va a costar. Hay que instalar la idea de que la escuela no es el lugar de los otros sino un espacio que está a la mano de todos», expresa Susana.
Tácticas y estrategias
Los estómagos vacíos distraen a las mentes, y las mentes maltratadas desvían la mirada hacia algo más alentador que una pizarra con cifras abstractas. Enseñar en contextos desfavorables se vuelve una tarea más compleja que la de pararse frente a un alumnado y transmitir saber. Para asegurar la pertenencia de los chicos y brindarles la contención necesaria, los docentes trabajan en conjunto con diversas instituciones, estableciendo una red social estratégica. «Un chico que tiene hambre no va a aprender, al igual que una piba que tiene a su bebé con 40 grados de fiebre y no le alcanza la plata para el antibiótico. Por eso, si vos no armás una red social con los comedores barriales, con las organizaciones sociales, las parroquias, los centros de salud, etc., la escuela se te cae», sostiene Cardosi.
En la EMM 6, se trata de estar disponible para los chicos el mayor tiempo posible; por eso se ocupan los lapsos ociosos con talleres extraescolares de música, radio, arte y clases de apoyo. La deserción es una de las conductas más frecuentes que enfrenta la educación marginal. Muchos chicos son detenidos por delinquir durante el verano (período en que la contención escolar está ausente), o deben viajar al interior por asuntos familiares y luego no regresan a la escuela. Para esta problemática, existen los llamados «promotores educativos», personal que se ocupa de verificar qué alumnos no comenzaron el ciclo lectivo, acercarse a sus casas y alentarlos a que continúen sus estudios.
Los docentes deben, además, delinear ciertas estrategias frente a las situaciones de violencia. Si bien existen sanciones, estas son más livianas y flexibles que en el resto de las escuelas. «La violencia proviene, casi siempre, de contextos familiares violentos, por eso hay un código de convivencia, un equipo de psicólogos y metodologías específicas. No se toman decisiones disciplinarias fuertes, sino que se apela más a los trabajos comunitarios, las tareas reparadoras y el diálogo. Lo más importante es que no abandonen, porque sin escuela viene la calle, y la calle significa droga, delito y frustración», cuenta Oscar. Frente a la violencia que se genera por fuera de la escuela, se debe actuar con un cauteloso cuidado. «A veces tenés que estar muy seguro de todo porque, si das un paso en falso, el chico pierde la confianza. Los pibes tienen mucho miedo, pero tenés que explicarles que sus padres no les pueden pegar, y hay que denunciarlos. Tenemos muchísimos chicos que están judicializados y protegidos por la escuela», revela Cardosi.
Atados con alambre
Sobre las aulas del segundo piso, se alza un techo de chapa que absorbe y expande el fuego agobiante del verano. Abajo, en cambio, las temperaturas invernales descienden hasta vestir de lanas pesadas los cuerpos. Un piano desgastado se asoma desde un rincón que dice «Salón de música», mientras se oyen pelotazos que provienen de un galpón con dos arcos improvisados, utilizado como gimnasio. «A nivel edilicio, la escuela es un desastre, los mismos alumnos la llaman “Frankestein”, hay que luchar para mejorarla», manifiesta su director.
La EMM 6, ubicada entre las calles Iriarte y Montesquieu, comenzó funcionando en una parte de un exdepósito de la AFIP, y sin el servicio de cloacas. Las mejoras, con los años, fueron mínimas, y aún es un establecimiento sin ventiladores, sin red de computación y con una cantidad de aulas ínfima para los alumnos que concurren y las actividades que allí se dictan. «Si uno quiere hablar de equidad o igualdad educativa —continúa Cardosi—, hay que pensar que estos pibes que están ahí abajo necesitan formarse mucho más fuertemente que el resto de la población. Por eso las escuelas de la villa deberían ser las mejores escuelas, con la mejor sala de cómputos, la mejor biblioteca, etc.».
La EMM 6, como muchas otras escuelas que trabajan con sectores vulnerables, sufre el prejuicio por educar a comunidades estigmatizadas como «irreparables» y, a partir de allí, la invisibilización por parte de ciertos sectores de la sociedad. El 2011, Maximiliano Malfatti, docente y delegado de la Unión de Trabajadores de la Educación, expresó a la Agencia de Noticias Télam: «El gobierno de (Mauricio) Macri construyó esta escuela con la lógica de que no hace falta piso o las paredes pueden ser de durlock porque acá viene gente humilde. El estado de las instalaciones también tiene que ver con la calidad educativa».
Sin embargo, la infraestructura precaria, la vulnerabilidad contextual o las experiencias traumáticas no significan un obstáculo insalvable para que docentes y alumnos se dispongan cada mañana a llenar las aulas de voluntad y dedicación. Educar y contener son términos que, lejos de contraponerse, se complementan. Cuando se contiene se educa, con la educación se incluye, y hay quienes todavía creen que una sociedad más igualitaria es posible.
«Cuando uno logra dejar de estar asustado —recuerda Piliasvky—, empieza a descubrir que se pueden reparar los daños. Al principio te vas de acá y no podés dormir de la angustia porque no sabés qué fue de un pibe. Cuando a la semana siguiente lo ves con una sonrisa, jugando con sus compañeros, te dan más ganas de seguir porque, a pesar de todo, volvió».
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