«CUATRO – Una estética del encuentro»
Por Margarita Gómez Carrasco
Esta muestra es el resultado vivo de un cruce: cuatro mujeres, cuatro geografías, cuatro miradas que habitaron el silencio, la geometría y la espiritualidad de Gaudí. Reunidas en Barcelona por la Residencia GaudiLab, compartieron la experiencia de convivir, crear y dialogar con la obra del maestro catalán. Sus producciones no son un homenaje, sino una prolongación sensible de sus principios: la imaginación como sistema constructivo, la naturaleza como aliada formal y la espiritualidad como línea invisible que organiza la materia.
Pero hay algo más que las une. Michel Onfray lo llamó la potencia de existir, esa fuerza vital que no se enuncia, sino que se encarna. Aquí, la creación no surge de la representación, sino del cuerpo que vibra, del pensamiento que se curva, del deseo que encuentra su forma. Cada una de las obras es una forma de resistencia íntima, un modo de decir: «Estoy aquí, viva, y esto que ves es el modo en que me pliego a la belleza del mundo sin someterme a él».
Ana Fariña (Anisima) compone una escena mestiza: La última cena de la Trinitat. En ella, lo guaraní y lo catalán se dan cita en una mesa utópica donde el jamón serrano convive con el chipa, y el río Paraná dialoga con el Mediterráneo. Su obra evoca una «última cena» de hospitalidad entre culturas, una poética de la correspondencia donde la espiritualidad, la historia y la naturaleza son comensales en una misma mesa. No hay traducción posible, hay fusión. No hay apropiación, sino encuentro.
Mery Lenhardtson encuentra en el agua la matriz simbólica de su obra. Su cuerpo, como altar del mundo, se convierte en canal de tránsito entre lo terrestre y lo espiritual. Las formas ondulantes, inspiradas en las curvas de Gaudí, materializan el fluir de una identidad que no se detiene. La artista convoca al cuerpo como morada del cosmos, como territorio que siente, vibra y se entrega.
Ximena Cuadra invoca al dragón: criatura mitológica que en Gaudí se pliega sobre la montaña y, aunque no aparece esa figura mitológica, ella lo convoca a través del color. Su paleta transmite sosiego e intensidad. Su obra sueña, observa, espera. Es un tránsito nocturno de la luna sobre el Mediterráneo, un movimiento que no necesita palabras, porque la imagen ya pulsa con toda la potencia de lo no dicho.
Gisela Alegre elige la pausa como eje utópico. En tiempos de vértigo, ella detiene el mundo. Su obra es una coreografía de ondulaciones que no se agotan: un espiral ascendente que no lleva al cielo, sino al interior. El silencio, el ritmo, la magia. Su trabajo nombra la utopía no como horizonte, sino como modo de estar.
Estas obras no proponen un retorno al pasado, ni una fuga hacia el porvenir. Hablan, más bien, de otro modo de estar en el presente. En palabras de Ernst Bloch, la utopía no es una fantasía, sino una categoría del deseo. En este caso, el deseo es femenino, plural y consciente. Hay una ética compartida: imaginar otros mundos posibles, y hacerlo con los recursos de la sensibilidad.
La muestra CUATRO propone una estética de la potencia, un arte como enclave donde naturaleza, cuerpo, historia y espiritualidad no se oponen, sino que coexisten. Porque tal vez, como escribió Rancière, «el arte no dice lo que debe ser hecho, pero transforma lo que puede ser visto, dicho y pensado».