El cuerpo iluminado de lo oculto.
Se me ocurre el ejemplo de un asteroide que viaja por el vacío a una velocidad constante, nada lo empuja y nada lo jala a menos que entre en el campo gravitacional de otro cuerpo. La velocidad en el vacío es constante, los transbordadores espaciales solo necesitan combustible para salir de la atmósfera y entrar de nuevo en ella (Anónimo).
Por Nöel Roffé
Nacida en Japón en 1959, de la mano de Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, heredera de Oriente y Occidente, disruptiva, censurada desde su primera aparición, la danza Butoh es el movimiento del estado del ser en el propio cuerpo, atravesado por las fuerzas que lo habitan y deforman al unísono, latente con el ciclo de la vida.
La Segunda Guerra Mundial produjo una herida traumática en el pueblo japonés, dejándolo sumido en los recuerdos del horror. En este contexto de posguerra, y ante el rechazo de la invasión cultural norteamericana, algunos artistas se rebelaron contra el conservadurismo creciente de las producciones artísticas contemporáneas, en un afán de recuperar la vitalidad arrebatada por el sistema y trastocar el concepto limitado de la danza.
Con la performance Kinjiki (Colores prohibidos, 1959), realizada por Hijikata, basada en la novela homónima de Yukio Mishima, se escucha el grito fundante de la danza Butoh, a la vez que el bailarín es expulsado por la indignación causada en la audiencia.
En sus orígenes, esta expresión, que une en una misma práctica la danza y el teatro, sufrió una escasa recepción en Japón, debido a su carácter transgresor e impactante. Actualmente, sin llegar a ser popular, ocupa un lugar de reconocimiento, tanto en la cultura japonesa como en la europea y la norteamericana.
Las referencias del Butoh conjugan elementos tanto de Oriente como de Occidente: por un lado, el teatro Noh, el Kabuki, los movimientos de los trabajadores rurales en las plantaciones de arroz, las artes marciales, el taoísmo, el zen y escritores como Mishima; por otro, la danza expresionista alemana, el surrealismo, el dadaísmo, los poetas malditos, y escritores como Genet, Artaud, el Marqués de Sade, Lautréamont o Bataille. Esta es una de las originalidades de la danza de la no danza: su mestizaje.
El Butoh no cuenta una historia. Se suele bailar con el cuerpo pintado de blanco (signo total de desprendimiento personal), casi desnudo, aunque esto no es algo determinante. Las temáticas que abarca son amplias, incorporando nociones fundamentales de la existencia (vida, muerte, ancestros, nacimiento, figuras, objetos, criaturas, insectos, personajes, etc.). Estas se exploran mediante la disposición al vaciamiento y la escucha sutil del cuerpo. Por medio de la transición de estados, acontecen tanto la danza como el bailarín.
En esta danza no importan la destreza, la experiencia previa, las disposiciones físicas, tampoco la belleza académica, sino más bien todos los aspectos del hombre y de la vida, que son vistos con una nueva mirada: desde lo grotesco a lo sublime.
Para bailar Butoh, no hay que entender, no hay que saber, no hay que bailar, sino estar disponible al advenimiento de la sensación y su trayecto en el cuerpo. Afinar, desprendido del ego y la intención, la escucha desde el vacío, para permitir el emerger de las intensidades que nos atraviesan, dibujando la danza en un más allá de todo lo conocido.
Butoh es la poética inconsciente del cuerpo mismo, donde este no es una herramienta de expresión sino la materia misma de un acontecer cuya forma está en constante devenir y transformación. Una puesta en forma directa de las pulsiones y las huellas remotas (memoria mineral, vegetal, animal, humana, personal, cósmica), despojadas del determinismo físico y espiritual de lo histórico-cultural.
El bailarín se hace canal de fuerzas, potencias y direcciones señaladas desde su paisaje interior, no diferenciado del entorno, y es movido, encarnado, tomado, rehecho. Revela en un presente absoluto la creación de nuevos sentidos que se multiplican, transcurren, claramente intensos pero no cristalizados, recuperando el enigma de la vida.
No se trabaja desde representaciones, sino desde irradiaciones involuntarias estimuladas por consignas que rompen el imaginario tradicional de cuerpo bailarín, danza, sistema orgánico, mensaje, dando lugar a un nuevo «cuerpo sin órganos» (Gilles Deleuze) sin pretensión de mostrar.
El entrenamiento surge a partir de consignas precisas, invitando simultáneamente al rigor y a la improvisación como exploración y descubrimiento de un cofre de tesoros velados en el cuerpo. El cuerpo como anclaje y despabilamiento del ser.
Para el pueblo japonés, los dioses ocupan el espacio vacío, el punto inmóvil en medio del cambio. Es entonces, a través de ese silencio de lo personal, fruto del despojamiento, cuando el cuerpo se pone a hablar su propio lenguaje y hace visible lo invisible.
Conciencia sin control, presencia sin propósito, intuición cósmica, regreso al origen, experiencia existencial, despolarización de las dicotomías vida-muerte, bello-feo, deseo-rechazo, amor-odio, sujeto-objeto, personal-universal. Temporalidad vertical, ser uno con el cosmos. La danza sin estilo, un vitalismo salvaje. Mil intentos del lenguaje para abordar lo innombrable: el enigma ontológico del Butoh.
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