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8 agosto, 2012

De la mano de Gourmet Musical, llega a las librerías Tangos Cultos, una obra orientada a develar la apropiación de este género popular por parte de compositores académicos.

 

Por Barbara Roesler

 

Acercarse a un libro que lleva como título Tangos Cultos genera, al menos, intriga. Pensar estos dos términos juntos es un poco difícil en principio; imponen el trabajo mental de tratar de imaginar a un músico clásico esforzándose por captar la esencia de un género que le es totalmente ajeno por clase, pero que le atrae por cadencia, exotismo o simple experimentación. Es casi insalvable la distancia entre ellos, el compositor de las altas esferas y la plebe milonguera. Y digo «casi» porque eso es lo que trata de hacer Esteban Buch, el compilador, en esta obra: destacar esta distancia, ponerla en evidencia, para mediante ella establecer un nexo que los una.

Tangos Cultos es una compilación de nueve trabajos nacidos de un seminario de doctorado que el propio Buch dictó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en agosto de 2007. Eruditos como Juan José Castro, Alberto Ginastera o Mauricio Kagel fueron estudiados por especialistas con la intención de establecer el modo en el que cada uno de ellos tomó el tango, se apropió de él, lo deconstruyó, lo reconstruyó, lo fusionó o lo homenajeó desde su propio espacio, sin abandonar sus raíces ni su estilo singular-culto.

Los autores analizados —todos ellos argentinos— desarrollaron su obra en distintos momentos históricos. Por ello, el grado de subjetividad presente en sus tangos, su modo de amalgamar un género que les es ajeno con su propia formación musical no solo responde a sus preferencias personales, sino también al contexto. Así, algunos respetan muchos de los rasgos típicos del tango y los colocan junto a otros más «cultos»; otros se posicionan en la contemporaneidad y desde allí evocan este género como tema, una simple reminiscencia, dando vida a un «tango residual», según palabras de Federico Monjeau, con base principalmente en la producción de los años 40 y 50.

Tangos Cultos cuenta con artículos destinados a distintos creadores eruditos que tomaron, de uno u otro modo, este género popular. Omar García Brunelli analizó los Tangos para piano que Juan José Castro escribió en 1941; Alberto Ginastera y su Homenaje a Juan José Castro, parte de sus Preludios Americanos de 1944 fueron estudiados por Lisa Di Cione; el Tango alemán de Mauricio Kagel (1978), que suma a un trío de violín, bandoneón y piano un cantante con una dicción muy particular, es retomado por Camila Juárez; mientras que en las Cinco piezas para guitarra de Astor Piazzolla (1980), Silvia Glocer destaca cómo este autor compone un repertorio de guitarra de concierto sin apartarse de su estilo ya consagrado. También Francisco Kröpfl y su camino entre la electroacústica de Metrópolis (1989) y la evocación rítmica de Hybrid para piano (2003) forman parte de este libro, con análisis de María Laura Novoa. Completan la obra las versiones del Perpetual Tango de John Cage (1984) que llevan adelante Mariano Etkin, Manuel Juárez, Erik Oña, Gabriel Valverde y Cecilia Villanueva —más conocidos como Línea Adicional— en 1989, de la mano de una monografía de Marina Cañardo; el estudio de Esteban Buch sobre cómo la experiencia en el exilio de Gustavo Beytelmann le permitió dar vida a un tango-vanguardia; el ensayo crítico de Federico Monjeau sobre el material reciente de Pablo Ortiz para violonchelo y piano, con el desarrollo de la hipótesis de «tango residual» y el texto de Juliana Guerrero sobre Johann Sebastian Mastropiero y su Pieza en forma de tango opus 11, también llamada Miserere, personaje nacido del imaginario de Les Luthies y que encierra todas las paradojas y clichés propios del autor culto que incursiona en un género popular. Por último, no hay que olvidar la inclusión de una entrevista que mantuvo Buch con Mauricio Kagel en París en marzo de 2008, material central para entender el por qué del interés de ciertos académicos en la música urbana porteña por excelencia.

Todos estos trabajos están cruzados por la idea de distancia, según el más puro sentido estructuralista de Pierre Bourdieu: se trata de analizar tangos académicos que nunca se confunden con ese género, a pesar de las evocaciones constantes que van desde la experimentación hasta los clichés, la simple nostalgia o la mera ironía. Claro está que están teñidos de ideología de clase, ya que sería imposible apartarla —lo que se hace visible en su materialidad, la partitura escrita, y en su destino, las salas de concierto y otros canales de difusión del repertorio clásico y contemporáneo—. Tal vez sea el piano, instrumento no habitual en la expresión tanguera y participante principal de estas obras, el elemento que las sitúa, las fija, de un lado de la línea ¿divisoria? entre lo que podría llamarse «culto» y su presunta antítesis, lo «popular».

Esta separación conceptual, que tantas discusiones ha traído a nivel académico de mitad de siglo XX a esta parte, es uno de los temas que el compilador intenta allanar desde la misma introducción del libro. Según explica, la categoría «tango culto» trata de definir un cruce de géneros que, en realidad, responde más a las variaciones con las que el tema tango fue abordado por la música argentina. «No hay una alta y una baja cultura —destacó Buch durante la presentación del libro—, hay una cantidad de archipiélagos, tipos de música, gustos musicales […] pero en general están en un plano de igualdad. Esa es una noción que empezó a ponerse de moda en los años 60 y 70 y ahora me parece compartida en general. Y por eso la idea de Tangos Cultos es una ironía, es una expresión que describe y decide la variedad de los textos sobre los que trabajamos»

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