Débora Pierpaoli La fusión de los sentidos
Por Mercedes Casanegra
La obra de Débora Pierpaoli (Buenos Aires, 1979) no se encuadra en una sola vertiente artística. Desde chica asistió a talleres de cerámica, y tanto en la Escuela de Bellas Artes como en otros talleres, al graduarse, practicó la pintura. En breve, redescubrió aquella primera técnica –las artes del fuego– en un gesto ancestral cuya modalidad conservan sus piezas hoy. Esta experiencia no dejaba de lado la pintura, sino que se sumaba a ella.
Su discurso artístico pone en evidencia no solo una travesía de ida y vuelta entre ambas disciplinas, sino una apertura a la contaminación total de materiales según lo dicte su imaginario. Es decir, prefirió fusionar las técnicas que sentía como propias más que tratarlas por separado.
Su orientación comenzó a mostrar un alma expresionista, primero, en su pintura y, de inmediato, en la cerámica. Entre su vocabulario de piezas, se cuentan cabezas de cabellera caída, pilas de libros, flores, collares, todas de cerámica pintada y esmaltada, entre otros objetos. El gesto y la pincelada exhiben una síntesis compuesta de formas abiertas, y se produce frente a la mirada un modo de sinestesia. Todo trasluce un imaginario de intensa sugestión y quedan construidos conjuntos de sentido combinados que redundan a favor de las propuestas expositivas.
El comienzo de la trayectoria de Pierpaoli coincidió con una expansión renovada de la cerámica en clave contemporánea llevada a cabo en los últimos diez años por artistas de las jóvenes generaciones –Gabriel Baggio, Leo Battistelli y otros– que sustituyeron, en parte, a consideraciones de estéticas perimidas de las artes del barro.
Las vitrinas antiguas y los estantes son un frecuente dispositivo narrativo de sus obras. Con libertad suele emplazar las piezas en su interior.
Al cabo de haber obtenido el primer galardón en el XVII Premio Klemm 2013, la artista inauguró Si existiera, en marzo de 2014, una exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, con curaduría de Patricia Rizzo. La muestra se exhibe en dos salas, una grande y rectangular, otra más pequeña, íntima y cuadrada. Sus atmósferas son diversas, y no guardan necesariamente una conexión temática entre sí, pero su materialidad las aproxima. La instalación de la primera sala introduce al espectador en un clima ancestral en el cual la escena podría interpretarse como una ficción alegórica de un misterio a ser develado.
Dos perros de distinta raza unen su distancia con un largo collar de cuentas esféricas. ¿Qué encarnan esos perros? Puede tratarse de la representación de una antigua fábula o mito. Hacia la derecha del conjunto cuelgan tres máscaras animales que posiblemente aguarden la iniciativa de la participación humana para conjugar un ritual determinado.
En el interior de la pequeña sala hay pequeños estantes que sostienen pilas de libros y cabezas bocetadas. Todos poseen la textura típica de las obras de la autora: cabellos, páginas de libros y títulos en relieve. Hay un aire escolar en la sala, algo de un entorno didáctico en que las formas parecen destinadas a ser tomadas entre manos de niños, y que las palmas sientan la rugosidad por partes y también la suavidad de la cerámica esmaltada y lisa. Igualmente, todos sus materiales «hablan», como si se personificaran. Al decir esto recordamos «Escuelismo» (1978) (1), un célebre artículo de Ricardo Martín-Crosa(2). El filósofo de arte advertía la transmisión del modelo formativo de la escuela primaria al arte contemporáneo local. Más de treinta años después, observamos que perduran rasgos de aquello. En la obra de Pierpaoli el sentido del artículo difiere parcialmente, pero hay un énfasis en una didáctica artística, tanto por lo expresionista y táctil de las piezas como por la disposición de los elementos en estanterías propias de bibliotecas escolares o de feria infantil. Los rostros dibujados tienen una marca del imaginario de una factura infantil.
Pierpaoli nos ha contado que una de sus ocupaciones paralela a la de artista es la de maestra de no videntes. Estas obras resaltan el sentido del tacto, un modo de aproximarse a la realidad, en este caso, a las artes visuales. Entretanto, esa mezcla alquímica de cerámica, texturas y pintura suave y brillante posibilita una percepción alternativa de las obras, pero que se puede volver análoga a la recreación de la acción creadora de la artista. Se amplía la función de los sentidos y es posible volver a crear metafóricamente la obra con ella.
(1) «Escuelismo (modelos semióticos escolares en la pintura argentina)», artículo escrito por Ricardo Martín-Crosa, publicado por Artemúltiple, galería de arte de vanguardia de la época. Malba-Colección Costantini realizó en 2009 una exposición con el título «Escuelismo. Arte argentino de los 90», basada en el mismo artículo.
(2) Ricardo Martín-Crosa (1927-1993) fue un sacerdote, poeta y profesor de estética y hermenéutica.