El Espacio Contemporáneo presenta la exhibición de un tiempo a esta parte, con Olga Martínez como curadora invitada e intervenciones de los artistas Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas. Sin una pretensión ambientalista ni activista, este proyecto site-specific surge de una reflexión acerca de la relación entre el entorno natural de La Boca y la arquitectura de Proa. El proyecto propone activar un diálogo entre Proa y el exterior, refiriendo a la paradoja de lo “natural afuera / antinatural adentro”. Los tres artistas construyen su relato y discurren sus programas artísticos en la aprehensión de la naturaleza. Las plantas, los insectos, el agua, el hombre como parte de un tejido continuo, son el eje de sus prácticas, indagaciones y metáforas
Por: Olga Martínez
De un tiempo a esta parte
La arquitectura acristalada de Fundación Proa permite experimentar una sensación de levedad casi abismal, el ángulo abierto de la visión capta una postal, que como un elemento más se integra al espacio de la institución. Es apostal nos muestra una imagen estática tomada, la mayor parte de las veces, desde un punto de vista que la hace única. La pregnancia de esa imagen adquirida se anticipa a la observación, y pareciera que todo tiempo se detiene. Tres intervenciones contemporáneas nos reinstalan en esa imagen quieta al perturbar el espacio desde donde miramos y poniendo el tiempo en movimiento.
Pablo La Padula, presenta Vitrina Panocticum tomando dos de las grandes ventanas de la librería, transformadas ahora en vitrinas para la observación e interpretación del mundo biológico urbano: una, con curiosidades biológicas, donde los materiales de laboratorio e investigación conviven con sus dibujos sobre vidrio y variedad de elementos naturales recolectados con paciencia de científico; la otra, como era propio en los comienzos del coleccionismo, exhibe tres tondos translúcidos. En cada uno impreso una de las bestias históricas de tres famosos naturalistas, Ulisse Aldrovandi, Ambroise Paré y Gaspar Schott. “A través de una estética científica depurada, pero barroca a la vez, plantea una lectura horizontal de las operatorias que el hombre de ciencia persigue para contener su entorno natural”, relata el artista. La acción persigue el gusto por los gabinetes de curiosidades, esos mismos que los hombres cultos del renacimiento conformaban con obsesivo eclecticismo y antepasados de nuestros museos de ciencias naturales. Los portentos, de una transparencia vítrea y colorida, nos hablan del comienzo de la ciencia o de una pre-ciencia. La Padula pareciera colocarnos tras una gran lente multifocal proponiéndonos distintos planos de enfoque y narrativas posibles, todas ellas impregnadas por “la boca del Riachuelo de fondo cerrado”. Lo que crece a pesar de todo es el proyecto de Ariel Montagnoli que se posiciona en la entrada a la librería con un sendero natural formado por dos islas de formas suaves y orgánicas de especies autóctonas propias de la zona como el Timbó, el Jacarandá, la Sombra de Toro, el Sauce, las gramíneas pampeanas y el Diente de León, entre otras especies botánicas simples y de belleza abundante que viven y crecen en las márgenes del Riachuelo, “a pesar de todo”.
Esta intromisión del paisaje ribereño, dentro de la institución, traza un nuevo recorrido en el espacio bajo la sombra de sus follajes y la caricia de sus ramas. La naturaleza viva, que aquí adquiere condición de intrusa, tensiona la experiencia en relación con el entorno que la contiene y exige del artista -que lo concibe como un hábitat- un monitoreo y cuidado casi de laboratorio. Las especies mantienen activo su desarrollo y su crecimiento que irá manifestándose durante la exposición. Montagnolire visita con su obra una postal que sólo los relatos han mantenido viva. Silvia Rivas interviene los muros con dibujos de la serie Odisea invisible, en la cual la sucesión reiterada del gesto da vida a la trama de un viaje, por momentos el vuelo de insectos en éxodo o en avance, sus desplazamientos. La naturaleza es un tema largamente visitado en la obra de Silvia Rivas: el mar, el delta, la lluvia, los gusanos de seda, las moscas, los insectos, y nosotros mismos en nuestra condición humana le abrimos paso al tiempo, una obsesión en su obra -que en algún momento la hizo mudar de soporte hacia el video en su afán de asirlo con diversa eficacia-. Esta obra toma a su vez y virtualmente el espacio aéreo del primer piso que sólo en el encuentro con el muro se hace visible. El gesto obsesivo y a la vez poético, que abunda en espirales y arabescos, mueve las alas o echa a volar lo invisible, y el tiempo se despliega hasta alcanzar la noche en el muro opuesto. La mancha negra de grafito es el escenario del vuelo nocturno que perdemos cuando el gesto alcanza el vacío. Las vidas breves y plebeyas de los insectos ocuparán de pronto toda la atención del público. Las tres intervenciones presentadas por La Padula, Montagnoli y Rivas se entrecruzan, unas veces en diálogo sonoro, otras en sus aportes de silencios. En esta convivencia temporal nos invitan a desplegar la imaginación entre lo humano y lo natural, desde un tiempo lejano a esta parte. La vitrina especial de fondo abierto proyecta el museo al espacio exterior, a la boca de un riachuelo de fondo cerrado, transmutando así un espacio de contemplación ociosa en un panóptico, como en la antigüedad, pero invertido ahora a la mínima distancia focal, a través de la lente macro de las ciencias biológicas. La mirada se transforma en una herramienta de análisis, de infinitas combinatorias imposibles de síntesis racional. Volver la mirada al exterior como instrumento de conquista de nuevas significaciones personales. Recuperar el derecho al gabinete de curiosidades personales como práctica para una vida organicista y amoral.
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