MUSEOS, VIRTUALIDAD Y AISLAMIENTO
Por Amanda Ravasi
La realidad impuesta por la pandemia nos convoca a pensar nuevas y diversas formas de relacionarnos con las instituciones culturales, y cómo éstas se relacionan con nosotros, los públicos. Recorridos virtuales, charlas en vivo en redes sociales y conferencias vía zoom son las modalidades más adoptadas, pero la pregunta inevitable resuena en quienes indagamos un poco más allá: ¿es la digitalización una solución concreta al problema de socialización del acervo cultural?
La situación de Aislamiento social, preventivo y obligatorio que estamos atravesando en Argentina actualmente debido a la crisis mundial provocada por la pandemia del Covid-19, no sólo pone de manifiesto algunas cuestiones que tienen que ver con la inequidad social y las problemáticas económicas, sino que genera emergentes, también, en el mundo del arte. Es entendible: las instituciones culturales públicas, así como las de gestión privada, se han encontrado en un cruce complejo entre las producciones artísticas tradicionales y los canales de circulación actuales, cruce que se venía manifestando, incluso, con anterioridad a la pandemia. En este sentido, vemos que varias galerías apelan a la venta en línea a través de tiendas virtuales, y que museos y centros culturales generan contenidos digitales en base a sus colecciones, como recorridos 360º o realizaciones audiovisuales. Si bien es cierto que la aparición y el asentamiento de internet, así como de nuevos dispositivos tecnológicos, fueron la excusa que necesitaban este tipo de instituciones para terminar de ponerse al día y renovar, de alguna manera, su relación con los diversos públicos que existen, la realidad es que no todas lo hicieron al mismo tiempo ni con un trabajo uniforme y equilibrado. La digitalización de una colección conlleva un esfuerzo enorme y minucioso que requiere de tiempo y de, por supuesto, recursos económicos, y es aquí donde la pandemia ha causado estragos, pues expuso la enorme disparidad que existía en este campo a nivel global, obligando a los organismos artísticos a reconstruirse inmediatamente.
Según el informe “Museums around the world: in the face of Covid-19” publicado por la Unesco en mayo del corriente año, la gran mayoría de los museos del mundo se encuentra concentrada en Europa, en menor medida en Estados Unidos, luego en Asia y en última instancia en Latinoamérica y África. Esta distribución desigual de instituciones culturales en los distintos continentes da cuenta del trayecto que falta recorrer en relación a despegarnos como sociedad del eurocentrismo en el campo del arte, para poder comenzar a auto-percibirnos como productores y revalorizar la cultura latinoamericana. Y es que no es casual que esta situación se configure de esta manera, ya que si pensamos en la historia occidental de los museos, dichas instituciones evidencian dos grandes dimensiones: por un lado, se trata de lugares físicos de exhibición; pero también son un espacio simbólico de poder, donde la dominación europea aparece representada en los elementos obtenidos en los demás continentes a partir del imperialismo y la colonización. Siglos después, si bien las estructuras se han ido reconfigurando, vemos que este formato continúa fuertemente arraigado. En este sentido, además de resguardar la mayor concentración de instituciones culturales, Europa posee un tendido de fibra óptica mucho mayor que el adquirido, por ejemplo, por América Latina. Y este dato toma relevancia en el contexto de pandemia, ya que a partir del cierre físico de las instituciones y la imposibilidad de las personas de acercarse, un gran porcentaje de las mismas se volcó a la virtualidad como modo de continuar dialogando con los públicos; virtualidad que, sin el recurso económico encarnado en el cableado de fibra óptica, no sería posible de implementar.
Así como existe una brecha entre las instituciones en el territorio global, también la hallamos si hacemos una observación dentro del ámbito nacional: no todos los museos de Argentina perciben los mismos ingresos ya sea por partida del Estado o por gestión privada, y esto hace que exista una desigualdad importante en las formas y los tiempos de digitalización. Esta situación se hace notar, por ejemplo, en la existencia o no de páginas web oficiales, la velocidad con que funcionan dichas plataformas, la fluidez de los recorridos virtuales o incluso la cantidad y calidad de obras del acervo digitalizadas (si poseen un epígrafe o no, si está contextualizada la obra, la calidad de la imagen cargada, entre otros). Es legítimo pensar en lo virtual como una solución factible en el contexto de pandemia, pero no como la única. Existe una estructura despareja en torno a la distribución cultural, ya que la mayoría de los museos, centros culturales y galerías se encuentran ubicados físicamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quedando el interior del país despojado de la posibilidad de acceder a obras de la magnitud de las que encontramos en la Capital Federal. En este sentido, sería interesante pensar más allá de la pandemia, a futuro, si realmente alcanza con una digitalización de las colecciones o si hay que replantearnos como sociedad la forma en que deberían circular obras clave de la producción nacional para que su alcance sea realmente federal. ¿Qué otros formatos de socialización de obras artísticas podrían establecerse en la post-pandemia? Es esta la pregunta que sirve como disparador para considerar que, si bien lo digital nos brinda posibilidades -casi- infinitas, es necesario reformular estrategias de comunicación y difusión, para así lograr que el acervo cultural, y sobretodo de las artes visuales, sea plausible a ser percibido por gran parte de la sociedad argentina.
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