El nuevo nuevo cine argentino
Por Francisco Giarcovich
Entre Campanella y Szifron hay un mensaje encriptado, algún tipo de dialéctica que, con la comicidad, ilumina los rincones de las situaciones, y con un potencial dramático bien direccionado, logran llevar la ironía hasta el extremo. En ocasiones se reviste de una hilaridad absurda e irresistible, mientras que en la concatenación de ciertas ideas, con jeroglíficos, nos ocultan un mensaje que masticamos sin poder digerir hasta mucho después del final de la película.
Tal vez el film del nuevo nuevo cine argentino gusta más o tal vez gusta menos a determinado espectador con mayor o menor ambición. Y es cierto que en ocasiones se analiza el vuelo y la profundidad (o superficialidad) de los directores argentinos, pero aquí hay algo fuera de discusión: la calidad cinematográfica de los últimos tiempos tiene el calibre suficiente para proponer una velada en la que se encuentra, si no el regodeo o la gloria, sí la satisfacción total del espectador.
El nuevo nuevo cine argentino es más que una mezcla de influencias del cine francés, español, norteamericano, sumado a la mística argentina, es mucho más, es un punto exacto en la historia desde que la rueda de un mecanismo como lo es el de la industria cinematográfica comienza a circular y lo hace por décadas hasta el día de hoy… y es hoy cuando por fin entramos al cine y salimos satisfechos, con el pulgar hacia arriba ante todo, (claro, hablando siempre de los mejores casos).
El uso de la técnica desde el dos mil hasta esta época, propuestas desde la fotografía que empatizan con un espectador argentino acostumbrado a que el cine nacional no sea «vea tan bien», ahora resulta que la prolijidad no es solo francesa o norteamericana, hemos hecho escuela y en la actualidad contamos con grandes especialistas en el área de la fotografía o sonido, y eso va más allá del nombre de los directores, o los planos elegidos o hasta los efectos. Aquí, hoy, en ésta década, y aunque sea demasiado pronto para decirlo, vemos el fruto del verdadero cambio.
Campanella, Rejtman, Szifron, Martel, Stagnaro son los nombres representativos de varias generaciones de cineastas de ficción argentina junto con Lisandro Alonso, Pablo Trapero y varios otros, con una propuesta narrativa autoral y un ritmo renovado fueron quienes forjaron el renacimiento del cine taquillero nacional.
Las dos películas que resumen este tiempo entre el dos mil y el dos mil catorce podrían ser «El secreto de sus ojos» (2008) de Campanella, y «Relatos salvajes» (2014) de Szifron. Son historias que salen a la caza de su espectador. No son encriptadas en una foto opaca y un ritmo lento, estas se caracterizan por un tempo dinámico, con un estilo algo más “americanizado”. Películas todavía con un alto contenido de crítica al sistema, como a ciertos sectores específicos de la sociedad o maneras de pensarla. Sin ánimo de buscar titulares ni despertar conflictos, si hablamos de los dos films que más generaron revuelo, de los que generaron más debate, de los que hicieron taquilla, de los que se vieron fuera de Argentina y nos mostraron como sociedad, estos dos parecen ser lo indicados…
Unas dos décadas hacia atrás, en los noventas, estaba el conocido «nuevo cine argentino» (NCA), que vio su esplendor tardío con películas como «Pizza, birra, faso» (1997) o «La Ciénaga» (2000). Llegaba a un gran valor de profundidad en las dimensiones técnicas, con una temática de mirada crítica a la sociedad y un planteo más dinámico que lo habitual, estas dos películas podrían tomarse como una síntesis positiva de esa década anterior, entre el noventa y el dos mil. (Por un lado Stagnaro un hombre maduro, por otro lado Martel, una mirada más joven). Por el noventa surgía entonces esta nueva corriente, marcada por el carácter independiente de las realizaciones, y un cambio en la mirada. El precursor en este movimiento es Martín Rejtman. Pero en los noventas el nuevo cine argentino estaba estancado, la crítica local lo había sentenciado por abrumador y lento, y sin embargo en la diversidad de miradas y propuestas estéticas se había sabido reflejar a la sociedad y sus valores, en un intento de ir más allá del mero entretenimiento. Los cineastas que brillaron en los noventas, venían de pasar una década de los ochentas que empezaba con sus primeros tres años aun con dictadura, se trataba de un cine absolutamente independiente, que venía influenciado por el cine de militancia de los setentas.
Las influencias desde el lado argentino existen desde los años sesenta, a la cinematografía local cineastas de la talla de Leopoldo Torres Nilson, David José Kohon, Leonardo Favio, Hugo Santiago, Pino Solanas; realizadores independientes de los setentas, como Alberto Fisherman, Ricardo Brecher, Raúl de la Torre, Juan José Stagnaro; o antecedentes fácilmente palpables en directores como Alejandro Agresti, Raúl Perrone, Fernando Spinner o Jorge Polaco.
Luego, en la década del dos mil, desde las escuelas nacionales de cine, se comenzó a nombrar, casi con cierto toque irónico, una corriente similar pero novedosa, así se llamó «nuevo nuevo cine argentino». Y en cada gran obra audiovisual siempre hay algo que está más allá de la razón y de la locura, algo como un barniz mágico que reviste a ciertos films, que les permite sobrevivir al tiempo y les permite soportar el peso de las diferentes lecturas que aportarán las generaciones siguientes, una superabundancia poética que por fin, luego de tanto tiempo, el cine argentino, a la altura de cualquier otro, porta y que no es nada más que la respuesta correcta a esa vehemencia, a esa ansia de infinitud que todo espectador espera de su cine nacional y que en nuestro caso, por fin se materializa como el éxtasis reflejado en nuestros ojos cuando en pantalla se oscurece, y surge el corte a créditos final.