Un emblema lleno de simbolismos
Un edificio bello e imponente, en el corazón de lo que fuera el signo del modernismo en los años 20 en Buenos Aires —la Avenida de Mayo—, expresa cómo la arquitectura puede esconder en sus muros metáforas, creencias y sentidos de eterna vigencia.
Por: Tatiana Souza Korolkov
La herencia arquitectónica de la humanidad ha dejado siempre como legado aquellas construcciones marcadas por la identidad dominante de cada nación, de sus hombres y sus líderes. Así la historia nos cuenta, en sus obras emblemáticas, de cómo era la Grecia del mundo de las ideas y la palabra, a través de su Partenón y del diseño urbanístico de su entorno. De cómo era la antigua Roma, transmitiéndonos con sus construcciones monumentales la gesta de sus héroes llenos de ambición y poder. De cómo en el Estilo Imperio, de principios del siglo XIX, Napoleón dejaba la huella de su epopeya millonaria y de la ambición pequeñoburguesa de aquel entonces; sin olvidar las catedrales góticas que se estiraban en busca del cielo y la eternidad.
Detrás de toda intervención, de toda construcción, hay una idea, un objetivo y una reflexión que la precede.
Tal es el caso de la imponente obra del arquitecto Mario Palanti, que en 1919 comenzó la edificación del Pasaje y Palacio Barolo, a pedido del empresario italiano Luis Barolo, teniendo como fuente de inspiración la obra maestra de Dante Alighieri, La Divina Comedia. A construirse en la Avenida de Mayo 1370, en el corazón del enclave más moderno de la ciudad de Buenos Aires de aquel entonces, donde se detectaba el poder político y económico. Esa arteria central se pensó con la fuerte convicción de que sería la ruta al destino nuevo de la nación, liberal y progresista.
En todo ese furor, Palanti y Barolo, dos hombres fanatizados por el legado de la obra del Dante, y pertenecientes a la logia de la Fede Santa, tenían la ilusión de que ese edificio pudiera convertirse alguna vez en el mausoleo de la cenizas del Dante. Así, dan curso a una construcción donde misticismo, arquitectura de vanguardia, citas numéricas y textuales fueron formando un emblema, que fue además, en su momento, el edificio más alto de la Avenida de Mayo.
Para su emplazamiento, fue necesario un permiso especial, ya que superaba la altura permitida; sería un edificio exclusivamente de alquiler de oficinas, con 22 pisos en 100 metros de altura, y con una cúpula de 90 metros, con un gran faro giratorio de 300.000 bujías, desde donde se divisaría toda la ciudad, y hasta la vecina orilla del Uruguay.
¿Qué significaba todo esto? Una obra que conjugaba y mezclaba varios estilos: el neogótico y el neorromántico, en franco expresionismo, con una cúpula inspirada en un templo indio del siglo XII; y la primera, a su vez, en hormigón armado. Con una usina que lo autoabastecía de energía, ascensores y montacargas de lo más avanzado en tecnología de materiales para los años 20. Modernidad en el diseño, junto con una mezcla de estilos de la antigüedad. Una dupla donde la elección estilística tiene cargas simbólicas de otros tiempos, pero que mira hacia el futuro con vistas a permanecer y transcurrir.
Sin duda, por parte de sus creadores fue una apuesta a una nueva arquitectura, aportando creatividad, una gran carga de misterio y alegorías, y dispuesta a romper ciertos paradigmas en pos de una mística dantesca.
Para el arquitecto Carlos Hilger, estudioso de la obra de Palanti, el edificio del Palacio Barolo «es una maqueta ilustrada del cosmos, siguiendo la tradición de la catedral gótica»; y agrega que «desde mediados del siglo XIX el revival del gótico generó un vasto repertorio de formas y actitudes medievalistas que significaban la garantía de la generación de una nueva comunidad».
Hay que tener en cuenta que para esa época los europeos instalados en Argentina creían que Europa quedaría devastada por sucesivas guerras, y era aquí donde se refundarían esas nuevas comunidades, instalando su acervo y convicciones, en una Buenos Aires que detentaba el signo del progreso en América Latina.
Palanti pensó todo hasta en sus últimos detalles: la altura de 100 metroscorresponde a los 100 cantos de la Divina Comedia. Sus tres partes bien distinguibles, basamento, fuste y coronamiento, hacen referencia al Infierno, el Paraíso y el Purgatorio.
El pasaje de acceso conecta con la Avenida Hipólito Yrigoyen, transitando un hall central con un techo con bóvedas, majestuoso y en perfecto estado de restauración.
Inaugurado en 1923, está lleno de referencias oníricas, latinas y numéricas, que sorprenden por esa convicción y precisión en dejar la marca de las más profundas ideas sobre las que se cree se funda la vida.
Nueve bóvedas de acceso representan los nueve pasos de la iniciación, las nueve jerarquías infernales; y el faro, los nueve coros angelicales.
22 pisos como estrofas de los versos de la Divina Comedia; la cúpula representa el amor entre Beatrice y Dante, protagonistas de la obra.
Palanti y su impulsor, el empresario textil Luis Barolo, querían además dar la bienvenida a los visitantes extranjeros que llegaban en barco y construyó un edificio gemelo en el Uruguay, el Palacio Salvo, dándoles a ambas edificaciones la denominación de «Las Columnas de Hércules» del Río de la Plata. En ambas, el faro de su cúpula podría mandar mensajes a través de luces de colores.
Así, y como curiosidad, en 1923, anunciaría el resultado de la histórica pelea entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey por el título de boxeo mundial, haciendo un juego de luces: blanco si ganaba el norteamericano, y verde si lo hacía el local, y se cumplió a la perfección.
Un edificio emblemático, lleno de especulaciones, de secretos, ocultos y revelados, de inscripciones y mensajes escritos en latín. Pero, ante todo, casi una hazaña arquitectónica, que reafirma cómo detrás de cada construcción se articulan ideas, expresiones y creencias de una sociedad y sus hacedores. En este caso, la religiosidad y la mística se unieron para dejarnos el Pasaje y Palacio Barolo, que casi puede decirse es un templo donde se unen el cielo y la tierra.
En 1997, fue declarado Monumento Histórico Nacional y se realizó un documental titulado Rascacielos latino, premiado en 2012.
Sus actuales administradores, dos jóvenes emprendedores, le rinden culto organizando visitas guiadas y una intensa agenda cultural que permite acercarse a conocerlo y disfrutarlo. Un viaje por el tiempo, la literatura, la mejor arquitectura y el espíritu de Palanti y Barolo, cuyas convicciones quedaron en el Río de la Plata, para disfrute de cientos de turistas que lo recorren con una devoción casi tan grande como la que lo construyó.
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