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El teatro del deseo: entre el goce y la imposibilidad

Por Julieta Strasberg

El teatro del deseo: entre el goce y la imposibilidad

Crítica teatral

Por Julieta Strasberg

Se hace o se hace, de Martín Ortiz, se presenta como una comedia de enredos metateatrales: un grupo de actores ensaya La tempestad de Shakespeare bajo la dirección obstinada de Rubén, un director que lleva diez años soñando con estrenar ese clásico. Sin Próspero, sin magia, sin islas, lo que encontramos es un ensayo que se desborda y una obra que se repliega sobre sí misma, atrapada en su propio espejo.

El teatro que habla de teatro es un recurso ya transitado. Quizás el desafío esté en encontrar una grieta nueva, una mirada inesperada, una torsión que no repita ciertos lugares comunes: el director ególatra, el elenco desbordado, el caos como estética. Se intuye una búsqueda, una intención en construcción.

La obra se apoya en un registro grotesco, con personajes que bordean la caricatura: actores que se olvidan la letra, intérpretes que se quejan del vestuario (o de su ausencia), tensiones cruzadas, puteadas al aire y algún golpe de efecto que provoca una risa franca. Y sí, hay momentos divertidos, incluso tiernos, en esa desorganización. Podemos imaginar fácilmente las cooperativas reales que inspiran esta ficción: ensayos interrumpidos por cortes de luz, vestuarios incompletos, amores cruzados, discusiones por la disparidad del esfuerzo compartido… y hasta los fantasmas —reales o simbólicos— que circulan por los bordes del escenario.

Porque sí, hay algo espectral que ronda la escena. No solo por las referencias shakespearianas, sino porque, entre bambalinas, parece moverse una Julieta sin tumba ni Romeo, ecos de otras obras, otras frustraciones, intentos fallidos que no terminan de apagarse. La obra sugiere, con sensibilidad, que entre lo que se quiere decir y lo que se logra, algo siempre queda atrapado, buscando aún su voz.

Rubén, el director dentro de la obra —interpretado por David Páez—, encarna esa figura del creador absorbido por su propia pulsión: su vestuario, su discurso, sus decisiones construyen un personaje que pretende cuestionar el narcisismo artístico. La parodia parece rozar la identificación. El juego metateatral tiene buenos ingredientes.

Uno de los momentos con más potencia dramática es aquel en el que la asistente de dirección, inesperadamente, asume el rol del actor que abandona la obra. Esa inversión de jerarquías podría abrir una fisura más profunda: no solo por la ruptura del orden interno del equipo, sino también por cómo su presencia en escena desacomoda la lógica afectiva del elenco. Algunos lo aceptan sin más; Miranda, que debe interactuar con ella en un vínculo amoroso, expresa su incomodidad. Ese gesto, que podría pasar como detalle, deja ver un conflicto genuino que tal vez merezca más desarrollo.

 

 

Este cruce suma otra capa porque quien reemplaza al actor fugado es una mujer, y lo hace sin ocultamiento, interpretando a un Fernando que, dentro y fuera de escena, ama a Miranda. Hay algo conmovedor y contemporáneo en esa elección: la escena como espacio donde los cuerpos, los roles y los vínculos se resignifican desde la urgencia.

La obra misma señala que el uso del travestismo en teatro es un recurso conocido, tal como mencionan los actores al cuestionar a Rubén. Desde la comedia isabelina hasta el grotesco criollo, pasar de un género a otro ha sido una forma de subversión, pero también de solución práctica. En esta puesta, esa salida parece funcionar, aunque podría explorar más profundamente la incomodidad que insinúa.

Quizás haya una zona ambigua entre lo que la obra busca representar y lo que termina afirmando, y eso puede volverse un punto de interés o de confusión. Los actores hacen de actores sin experiencia, y por momentos la confusión se instala. Esa indefinición puede ser fértil, aunque ganaría en profundidad si se apoyara menos en el impacto del lenguaje vulgar. El uso de ese lenguaje —que por momentos parece desbordar la escena— puede ser un recurso efectivo, aunque tal vez se abuse de él en detrimento de otras tensiones más potentes que la obra insinúa.
Y sin embargo, el público se ríe. Porque una buena puteada a tiempo, si está bien colocada, también provoca complicidad. Pero tal vez, detrás del humor, asome otra obra posible, más inquieta, más ambiciosa en su decir.

En el trasfondo, los vínculos cruzados se tensan entre deseo, frustración y poder. Hay amores no correspondidos, roles que se superponen, tensiones larvadas. Y un director que dice hacerlo todo, mientras —sin demasiadas sutilezas— le entrega una banana a su asistente para que se la pele. Un gesto que, aun entre risas, deja su huella.

 

 

Todo esto ocurre en un contexto que no es menor: el teatro independiente también es hijo del tiempo que lo rodea. La urgencia económica, la falta de recursos, los espacios a medio armar, el vestuario que no llega, el actor principal que se va tentado por el teatro comercial. Lo que queda es una obra sobre decisiones, sobre quedarse o irse, sobre hacer con lo que se puede. Sobre sostener un deseo aunque tiemble.

Porque con todas sus imperfecciones, hay algo que podríamos destacar con afecto: la voluntad de estar. De reunirse. De insistir. Montar La tempestad, sin mar ni viento, podría ser una forma honesta de nombrar el impulso de crear. Tal vez no importe tanto Shakespeare, sino las ganas de decir, aunque sea en voz temblorosa, aunque no se entienda del todo.
La escenografía es mínima; la iluminación acompaña. Los intérpretes logran momentos genuinos, sobre todo cuando la ternura o el humor logran filtrarse entre líneas. Hay vínculos que se intuyen detrás del caos, y eso también se agradece.

El elenco está integrado por Macarena González, Nicolás Martuccio, Violeta Ortíz Laski, David Páez, Mauro Pelle, Luciana Procaccini, Mariano Terré y Anabella Valencia, quienes, más allá de sus personajes, sostienen el gesto colectivo.

«Se hace o se hace», dice el título. Y sí: el teatro independiente es muchas veces eso. Una declaración de existencia. Una forma de insistencia. Aun cuando algo se cae, aun cuando lo que se quiso decir no se dijo del todo. Hay algo que persiste: el deseo de estar ahí. De decir algo. Con lo que se tiene.
Y eso, en tiempos de urgencias, no solo vale la pena nombrarlo. Vale la pena celebrarlo.

 

 

TEATRO EL POPULAR

Chile 2080 (mapa)

Capital Federal – Buenos Aires – Argentina

Teléfonos: 1134702576

Web: https://www.instagram.com/teatroelpopular/

Sábado – 18:00 hs – Hasta el 10/05/2025