¡Y que reviente!: exponentes de la nueva narrativa argentina
Dos autores que explotan los límites del canon literario: Oyola y Ávalos Blacha.
Por Débora Center
En las academias, medios y librerías ya se habla de una nueva generación de autores del «reviente» en la literatura argentina. Si bien la lista varía y se incrementa, así como los criterios para aquella clasificación, la representación cruda y directa de nuestra cotidianeidad es el rasgo recurrente en la prosa de Leonardo Oyola y Leandro Ávalos Blacha.
Hace ya tanto tiempo, de modo tal que nos sorprende su perenne validez, los formalistas rusos formularon el aspecto esencial para considerar literaria una obra. Señalaron como rasgo distintivo el «extrañamiento»: la literatura así se destacaría por ser un uso especial del lenguaje, una nueva visión extrañada sobre lo cotidiano. En este sentido, en una obra literaria, lo usual, conocido y repetido de modo casi automático se vuelve nuevo, sorprendente, raro y, a fin de cuentas, literario. Apreciación sublime y de una lucidez que casi enceguece, la de los formalistas rusos. Cada uno de nosotros podría hacer un recorrido por su biblioteca física (y mental) y detectar estos rasgos de extrañamiento en las obras literarias que más resuenan en el recuerdo, por darnos una apariencia extraña y novedosa sobre algo completamente prosaico. Ahora bien, en los últimos años, en Argentina, han surgido escritores que encontraron una nueva posibilidad de extrañamiento: la representación cruda, con estilo despojado, de ambientes plagados de argentinidad, en los que intervienen personajes con rasgos de excesivo realismo. Si bien la lista de autores, por fortuna, se agranda cada vez más, podríamos destacar (y ya entre los más longevos jóvenes) a Leonardo Oyola y a Leandro Ávalos Blacha, ambos discípulos, con muestras patentes en sus obras, de los talleres del maestro Laiseca.
¿Cuál sería, entonces, el extrañamiento si el mundo representado por esos autores es un recorte de nuestra cotidianeidad? El recurso es justamente el «reviente»: el explorar y explotar los límites impuestos por lo que antes de sus incursiones se consideraba canon literario argentino. De hecho, en sus novelas hay historias sin complejos entramados ni excesos de recursos retóricos. Lo que predomina es la expresión directa, la potencia del habla de los personajes como reproducción de las voces que se escuchan en las calles de Buenos Aires y el accionar simple de simples mortales en espacios por los que podemos transitar o no nos sorprendería hacerlo. Sin embargo, el extrañamiento aparece: la crudeza en el estilo de estos autores se vuelve literatura. Lo usual queda al descubierto y se vuelve extremadamente novedoso, sublime, único, atractivo y, en sentido estricto, obra literaria. Y así surgen grandes clásicos del «reviente» como Kryptonita, de Leonardo Oyola y Malicia de Leandro Ávalos Blacha.
Casi es redundante ya destacar en la novela de Oyola su cover del cómic de DC, el hallazgo literario de convertir a los superhéroes legendarios en una banda de delincuentes del oeste, atrincherada en un hospital público. Viven una hazaña de espera: aguardan que el jefe de la banda, Nafta Súper, se recupere de una herida mortal de vidrio verde, su debilidad, su kryptonita. Más allá de esto, lo que revienta en la prosa y reverbera extrañeza es el estilo único para intercalar voces tan prosaicas y dispares, entre las que se destacan la del médico narrador con ese primer «Obitó» que abre la novela. Palabra que resulta inaudita pero que, tal como el doctor aclara, es término frecuente en los hospitales públicos. Otro rasgo destacable es el recurrir al imaginario popular para formular recursos enunciativos que arman el escenario y los personajes de la novela. Así, podemos encontrarnos con referencias a Carozo y Narizota, el Dr, Socolinsky y «La piba de ojos verde Stella Artois». Luego de las palabras iniciales del médico la novela avanza por el entramado de voces de los miembros de la banda. En esos relatos podemos ver historias de un pasado común que no nos es ajeno. Sin embargo, lo que dota de extrañeza y atractivo a lo narrado es la aparente simpleza, que esconde un trabajo casi de orfebre, sobre la voz de cada personaje. Se logran imágenes únicas de escenarios por los que nuestro ojo pasaría sin detenerse en la vida cotidiana pero que nos cautivan en su plasmación literaria. Asimismo, el constante «explotar» de los personajes y su accionar siempre al límite, que roza los excesos de todo tipo, son aspectos que por inesperados y, a su vez, totalmente cubiertos de rasgos de realismo captan la atención del lector.
En Malicia, de Leandro Ávalos Blacha el extrañamiento se produce por el explotar de los recursos del policial negro. Si hubiera en nuestra lengua un término para expresar el matiz de negro sucio, con tonos grises y al mismo tiempo ases de claridad en contacto con la más oscura negrura, esta sería una ocasión propicia para aplicarlo. Ya desde el título tenemos un concepto que nos lleva a los límites: no es pura maldad, es un término que, con exactitud, se carga de la intención de hacer el mal. Y esta malicia en la novela explota del modo más prosaico: nos encontramos con un policial teñido de rasgos humorísticos y de fanatismo religioso propio del mainstream de los ’90. La acción se ubica en un verano en Villa Carlos Paz, con todo lo que ese paisaje conlleva en nuestro «pop» argentino. Los personajes revientan a su modo, prosaica y consecuentemente con la trama. Así, una tímida veraneante, llamada Perla se convierte en el diamante del teatro de revista. Luego, un hijo solterón, que carga el constante peso del mandato de su madre, acompaña en la luna de miel a su amigo, el esposo de la flamante actriz de revista y ludópata. La mansedumbre de las calurosas vacaciones en la Villa se ve atravesada por el estrellato de Perla y el caso de los asesinatos de vedettes, con un trasfondo de intervención de una secta más pía que pagana.
Los estilos de Oyola y de Ávalos Blacha tienen en común este reviente: el resultado -en constante estado de tensión- entre control y descontrol, tanto en la historia y en el accionar de los personajes como en los recursos enunciativos para entramar el material del relato. Si algún condimento faltara, ambas novelas terminan con una explosión, no en sentido estricto del término, pero sí y fiel al extrañamiento que logran sus autores, con todo el esplendor que las hace únicas y exponentes meritorias del «reviente».