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20 octubre, 2017

Honrar la belleza

Honrar la belleza

Por María Gabriela Figueroa

Un recuerdo entrañable que Diana Randazzo tiene de su niñez era observar a su madre colorear fotografías en blanco y negro con acuarelas. De ella aprendió a pintar y también a apreciar la naturaleza. Diana en su arte fue aún más lejos ya que explora la belleza natural para reflexionar sobre lo que la beldad artística le puede aportar a nuestra vida cotidiana.

Podría decirse que el arte de Randazzo evoca palabras que no tienen traducción literal al español, tal es el caso de «komorebi» vocablo japonés que significa: la luz que se filtra a través de las hojas de los árboles o el término alemán: «waldeinsamkeit» que alude a la experiencia de estar en el bosque disfrutando de una soledad apacible y en conexión con la naturaleza. Tanto «komorebi» como «waldeinsamkeit» se vinculan con la contemplación estética de la belleza natural.

Randazzo fotografía pequeñas flores, hojas y piedras en sus viajes de exploración. Luego, esas fotografías son pintadas e intervenidas digitalmente. En sus obras, los fragmentos de naturaleza dialogan en armónica paleta con pinturas de mandalas sintetizados. Formas, texturas y colores son protagonistas. Por un lado, al amplificar diminutas secciones de belleza natural ilustra metonímicamente el fluir vital, tema esencial en su obra. Por otro lado, los mandalas, caros a la artista, simbolizan el principio de individuación jungiano y el encuentro consigo mismo, como una manera de invitar al espectador a la reflexión. Al estar inconclusos, los mandalas de Diana inducen a la introspección meditativa para encontrar el equilibrio de la psique e incluso, la propia verdad.

Los siete libros de artista de Randazzo son blancos por fuera, pero por dentro cada uno de ellos está dedicado a un color distinto. Sus respectivos interiores se despliegan en forma de biombo, de manera similar a un códice prehispánico para relatar secuencialmente el devenir de la belleza que acontece a través de pequeños elementos naturales. Todo es narrado dentro de un marco circular, en el cual el círculo, figura geométrica perfecta es una clara alusión a los contenidos espirituales del mundo natural. De aquí se infiere la incidencia del pensamiento zen en Diana. Bien es sabido que el contacto del ser humano con la naturaleza es fundamental tanto para el budismo zen como para el taoísmo. En la misma línea, para la artista rosarina la búsqueda de la belleza natural es una búsqueda de la belleza interior.

A su vez, el protagonismo que le otorga al vacío en sus obras, también es una herencia del arte y la filosofía orientales. Diana suele representar el vacío con el color blanco o simplemente por la abundancia de espacios despojados. Para el pensamiento oriental, el vacío es fundamental ya que garantiza la plenitud a través de la lucha de los opuestos el ying y el yang que permiten el fluir vital. En sus obras, el vacío adquiere dimensiones semánticas y místicas.

El universo poético de Randazzo, pródigo en simbolismos y alegorías, cuenta con una poderosa sinergia de sabiduría conceptual y una estética depurada que evidencia su afinidad con el pensamiento zen. Tal como sostiene el filósofo coreano Byung-Chul Han, para que pueda darse una salvación de lo bello es preciso aceptar su develar progresivo, sus heridas, su cualidad moral, amorosa y vinculante. Aún ante el desafío de incorporar lo distinto. Esta es la belleza que Diana honra: la belleza como valor como un mago que nos salva frente a lo terrible de lo cotidiano. Honrar la belleza en la naturaleza, en el arte y en la vida implica apreciarla en profundidad y aceptar sus imperfecciones. De esta manera, la belleza nos aproxima a una filosofía del gozo y la gratitud.