La tecnología avanza sobre las relaciones entre las máquinas y las personas. Primero fue la Inteligencia Artificial, y ahora la llamada Informática Afectiva da un paso más allá. ¿Los aparatos «casi humanos» suplen una necesidad de interacción o solo son juguetes de moda?
Por: Carla Barbuto
Desde que el mundo es mundo, más de una vez la literatura logró caminar un paso por delante de la realidad misma. Para muestra, basta un botón: ¿Quién entendió mejor la burocracia moderna, Max Weber o Franz Kafka? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que los productos de la imaginación de Ray Bradbury estuvieran al alcance de todos?
El ejemplo del «padre de la ciencia ficción moderna» es llamativo, ya que escribió sobre autos inteligentes en «El peatón» (1951), sobre libros electrónicos en Farenheit 451 (1953) y sobre inteligencia artificial, en sus más variadas manifestaciones, en casi todas sus ficciones…
Hoy nos ocuparemos de los casos en los que precisamente la inteligencia artificial trata de dar un paso hacia la humanidad e intenta responder con emociones: robots o computadoras con sentimientos. Sí, es una tendencia ya instalada y se la conoce como Informática Afectiva. Se trata de una tecnología todavía en pañales, que pretende dar una nueva vuelta de tuerca e incorporar las emociones a las relaciones hombre-máquina.
La pregunta es: ¿hasta dónde pueden llegar las máquinas? La respuesta es vaga, ya que el límite lo pone la imaginación. De hecho, la realidad reproduce escenarios surreales que asombran a más de un iluso.
Peter Robinson, de la Universidad de Cambridge, estaba harto del tránsito y de su GPS, que no lo ayudaba a evitar los atascos. Con estas preocupaciones en la cabeza, se preguntó: ¿Y si pudiese diseñar un copiloto robótico capaz de detectar el estado de ánimo y alejar a los conductores del caos urbano cuando estuviesen apurados o se sintiesen angustiados? Así surgió Charles —¡llamativo nombre para un robot… en Gran Bretaña!—, una máquina capaz de evaluar estados de ánimo frente a situaciones de estrés. El copiloto ideal, según el científico de Cambridge.
Las novedades en lo que se refiere a la Informática Afectiva llegan desde distintos países del primer mundo. En Estados Unidos, lanzaron un programa por el cual cientos de computadoras logran darse cuenta de cuando los estudiantes se están aburriendo en la clase, identifican el momento exacto en que el profesor pierde la atención de los alumnos y lo alerta. Y este objetivo no solo se cubre en el ámbito de la escuela. El proyecto Personal Assistance Link (PAL), del Laboratorio Sandia, busca vigilar si alguien se aburre en una reunión de trabajo o si algún miembro del equipo tiene algo para decir y lo está conteniendo.
La Universidad de Florida desarrolló un robot que reacciona ante las expresiones de las víctimas de rescates; y no podemos dejar de lado a Vivienne, la novia virtual para celulares, que manda besos y conversa sobre 35 mil temas, que se le ocurrió a Eberhard Schoneburg, el fundador de Artificial Life.
En Japón, los laboratorios del Instituto Business-Design crearon un robot-nieto capaz de reproducir 40 expresiones, y que además puede jugar, cantar y sostener conversaciones básicas.
Como si se inspiraran en las ficciones de Stanislas Lem o del propio Bradbury, algunos investigadores se animaron a ir aun más lejos. También en Japón, la fábrica Kameo lanzó al mercado la ya célebre almohada con «brazo de novio», que reemplaza a un varón de verdad… por solo 80 dólares. Y, como el mercado de los accesorios no deja de sorprender, la almohada viene con fundas con diseños propios de los pijamas masculinos.
Desde el prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), Rosalind Picard, fundadora del Affective Computing Research Group, creó muebles, ropa y prototipos de aparatos dispuestos a adaptarse al ánimo del usuario. También diseñó un «detector de frustración», y el MIT está probando un prototipo de anteojos que avisan si nos cruzamos con alguien conocido y, en tal caso, nos recuerda su dirección.
Si bien los casos en los que la tecnología intenta entrar en el mundo humano como un igual son miles, y nuestro mundo ya nos acostumbró a que alguien haya pensado que inventar una almohada-brazo para quienes duermen solos era una buena idea, lo cierto es que algunos investigadores sostienen que las máquinas nunca alcanzarán todo su potencial para ayudar a las personas.
De todos estos inventos de la robótica moderna (y sensible), hay uno que llama especialmente la atención: Heart Robot. ¿Por qué es especial? Porque sus creadores, científicos de la Universidad de Bristol, lo diseñaron de modo tal que este títere —muy parecido a los diseños de Tatsuya Matsui, de Flower Robotics— logra reconocer cómo es tratado y reaccionar de manera acorde, demostrando sentimientos y emociones. Si es bien tratado, su «corazón» (una luz que tiene en el pecho) late más lentamente, su «respiración» y sus «músculos» se relajan, y comienza a cerrar los ojos; se muestra tranquilo. Si, al contrario, es movido violentamente o se le grita, Heart comenzará a respirar más rápido, sus miembros se tensarán, y abre mucho los ojos.
A esta altura, podríamos concluir que varios casos de esta lista de inventos buscan cubrir baches afectivos de la vida moderna: la soledad de la tercera edad o de los más jóvenes; o el estrés de los adultos, por ejemplo. La informática afectiva tiene buenas intenciones, pero hace que surjan dudas acerca de lo que la sociedad espera de la tecnología. ¿Realmente queremos que nuestras cuentas de Facebook o los anuncios de Internet sepan cómo nos sentimos en cada momento? ¿Queremos que una almohada ocupe el lugar de un abrazo humano? ¿Necesitamos que un robot responda como un nieto o una novia? ¿Realmente es necesario un robot copiloto para calmarnos si quedamos atascados con el auto?
Las preguntas son miles, y la realidad es que la practicidad de estas ideas todavía es parte de un horizonte lejano.
«Nuestra investigación se orienta a dar a las máquinas habilidades de inteligencia emocional, incluyendo la capacidad de reconocer, modelar y entender la emoción humana, para comunicarla apropiadamente y responder a ella con eficacia», anuncia el Affective Computing Research Group en su sitio de internet. Y, como si fuera poca novedad, agrega que «también estamos interesados en desarrollar tecnologías que asistan al desarrollo de la inteligencia emocional humana».
El debate ya está instalado y, mientras algunos nos hacemos preguntas, otros ensayan respuestas y justificaciones. El profesor Chris Melhuish, director del Laboratorio de Robótica Británico, opina que estos robots están destinados a convertirse en un modo de vida. «De la misma manera que, cuando salieron las primeras computadoras, todo el mundo se preguntó para qué las queríamos, estos aparatos formarán parte de la infraestructura. La clave, que es nuestro tema en este momento, es lograr una interacción sana entre humano y robot», añade.
Por su parte, Darin Davis, profesor de Filosofía y director del Institute for Faith and Learning de Baylor, dice: «La tecnología nos cambia. Facilita nuestro trabajo, cura enfermedades, provee abundante alimentos y agua, facilita la comunicación y expande nuestro conocimiento del mundo y del cosmos. Los productos que conocimos a través de la cienca ficción son, en muchos casos, una realidad y hacen que nuestra vida sea más larga, saludable y productiva que nunca en la historia».
Robots que cubren el rol de los amantes o de los nietos; robots que identifican cuándo nos aburrimos o nos ayudan a recordar rostros olvidados; robots que nos conversan o nos tranquilizan… El desarrollo siempre puede ir aun más lejos, dejando atrás las imaginaciones más sorprendentes. La pregunta es: ¿Queremos eso?
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