Personajes reconocibles, conflictos cotidianos, y una incursión en el universo sentimental y afectivo, conforman las señas de una buena parte de la producción del cine independiente norteamericano. Mientras algunas de estas obras se estrenan en la Argentina con escasa o nula difusión, en lista de espera se ubican varias historias lúcidas y conmovedoras.
Por: Carlos Algeri
Una marcada e intensa impronta sentimental, personajes creíbles y vulnerables, elusión de lugares comunes y una mirada introspectiva sobre los principales males de nuestra época marcan la tendencia de algunas de las más atractivas muestras del cine independiente norteamericano, que —afortunadamente— está en pleno proceso de reformulación y crecimiento.
En septiembre del año pasado, con Seeeking a Friend for the End of the World (Buscando un amigo para el fin del mundo,2012), una porción del público argentino (que pudo y debió ser más amplia) disfrutó de una historia sencilla, hondamente sentimental, alrededor de un tema convertido en lugar común: el fin del mundo. En un territorio en el que la tentación por el melodrama es casi irresistible, la guionista y directora Lorene Scafaria privilegió el sentimiento por sobre el sentimentalismo, y la sutileza en lugar del golpe bajo.
El cruce de historias incluye al solitario y silencioso Dodge (Steve Carell), abandonado abruptamente por su novia no bien se enteran juntos del inexorable fin del planeta, y la inestable Penny (Keira Knightley), quien también arrastra su cuota de abandonos. El dúo se vuelve trío cuando aparece un perro, también librado a su suerte, que se suma a la travesía preapocalíptica diseñada por el hombre: reencontrar al que fue el amor de su vida.
Ante esta posibilidad final, con fecha precisa, Scafaria indaga en la inutilidad de la mayoría de nuestros desvelos cotidianos, la desoladora soledad que no pueden combatir la Web ni los teléfonos celulares, y la elección de aquellas cuestiones que nos conectan con lo más profundo de nosotros mismos. Simbólicamente, Dodge elige llevar con él sus discos de pasta, cuya fidelidad de audio —al menos para él— es única. A lo largo de la travesía en pos del amor recordado (e idealizado), Dodge comprobará que, en realidad, uno no encuentra lo que busca, sino que busca lo que encuentra. La síntesis de esta aseveración es una secuencia deliberadamente jugada como videoclip, con el fondo de la maravillosa canción El aire que respiro, de Los Hollies, en la que se resume claramente el espíritu de la película. Para mejor, a esa altura del film ya entró en escena el enorme Martin Sheen, componiendo al padre de Dodge, artífice, junto a Carell y Knightley, de una reconciliación fílmica entre padre e hijo que deslumbra tanto por su impactante narración como por su pudoroso acento sentimental.
Un dato nada menor es el entusiasmo con que actores del establishment hollywoodense, como Carell (cada día más expresivo, sobre todo en roles dramáticos) y Knightley, abrazan estas historias que los alejan de las caricaturas interpretativas que a menudo impone la industria.
Si los exhibidores cinematográficos argentinos lo disponen, es probable que este año se conozcan dos películas donde el acento también está puesto en esta saludable y necesaria visión introspectiva. En Your Sister’s Sister (también conocida como El amigo de mi hermana, 2011), la guionista y directora Lynn Shelton enfrenta un reto difícil: un triángulo amoroso accidental entre un hombre y dos hermanas, una de ellas lesbiana.
Hasta aquí, el lector podría suponer la previsibilidad de lo que vendrá. Por fortuna, Shelton mezcla las barajas, corta y da de nuevo: Jack (Marc Duplass) acaba de perder a su hermano y no sabe qué hacer con su dolor. Iris, su mejor amiga (la siempre mágica Emily Blunt, otra actriz consagrada), le entrega las llaves de su cabaña en una isla lejana, para ver qué sucede cuando Jack quede a solas con su desgarro interior. Ninguno de los dos sabe que Hannah (Rosemarie DeWitt) está ocupando la cabaña, en la que se refugió para hacer frente a los coletazos de una reciente ruptura amorosa.
El juego que propone la película es más que estimulante: atender el dolor, abolir las culpas y —nada menos— ensayar el perdón, por el simple hecho de ser imperfectamente humanos. Estructurada sobre la base de diálogos precisos y profundos, Your Sister’s Sister se permite una saludable cuota de humor, silencios cinematográficos que hablan mejor que las palabras, y una vivisección piadosa y empática de la personalidad de cada uno los protagonistas que, como la mayoría de nosotros, hace con su vida lo que puede. Y, en algún caso, hasta lo hace bastante bien.
Tanto en Buscando un amigo para el fin del mundo como en Your Sister’s Sister, la mirada femenina revela el rescate de jugosos y ricos detalles, por lo general inasibles para el ojo masculino. Tanto Scafaria como Shelton ostentan una saludable inclinación por el riesgo, por transitar la cornisa en algunos temas que otros preferirían evitar, o terminarían convirtiendo en insoportables clichés.
Nada nuevo bajo el sol. Ya en la estrenada The Kids are All Right (Los chicos están bien, 2010), la directora Lisa Cholodenko, también coguionista, auscultaba en las consecuencias de la decisión de los hijos de dos lesbianas (interpretadas por Annette Benning y Julianne Moore) de conocer a su padre biológico, el donante de esperma (Mark Ruffalo).
El sismo existencial que provoca en la pareja el pedido de los hijos, la aparición del padre biológico, los inevitables roces, los justificados temores forman parte de un cóctel de emociones que Cholodelko manejó con delicadeza y un enorme sentimiento de piedad (nuevamente, y bienvenido sea) por sus personajes. Ninguno de ellos presume de ser invulnerable. Por el contrario, con el transcurrir de la historia, el valeroso intento de restañar heridas abrirá la puerta para una inesperada iluminación interior y un sentimiento de tolerancia indispensable para afrontar la fiereza de nosotros y de los otros.
En lista de espera para estrenar, asoma otro típico exponente del rubro: People Like Us (2012), de Alex Kurtzman, también coguionista, en torno de otra arista ardiente de las relaciones familiares: el ocultamiento. La anécdota (engañosamente sencilla al comienzo) marca que, luego de la muerte de su padre, Sam (Chris Pine) deberá cumplir con el último deseo del fallecido: entregar 150.000 dólares a una hermana a quien no conoce. Una mujer que debe lidiar a dos bandas: con el alcohol, por un lado, y con un hijo intratable, por el otro. Lo que aparece como un simple encargo pondrá a prueba humana y moralmente a Sam, porque su hermana Frankie (Elizabeth Banks) es salvajemente atractiva y no conoce el lazo que la une a quien llega con una tranquilizadora cantidad de dinero para una mujer abrumada por las deudas y las carencias materiales. Debajo de esta historia, late el relato principal que Lilian (Michelle Pfeiffer, la infaltable estrella hollywoodense, en magistral actuación) conoce y calla.
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Fresca, demoledoramente humana, y entrañablemente sentimental, People Like Us no se permite la impiedad del juicio moral, y allí reside una de sus majestuosas virtudes. Algunos de sus lacónicos diálogos son para tomar nota, pero es tal vez hacia el final cuando una declaración pinta de cuerpo entero a esta película y a la tendencia que es objeto de la presente nota. «Intentemos ser humanos», le dice, en una mezcla de ruego y aseveración, Lilian a su hijo Sam, una vez revelado lo que permanecía cruelmente oculto. Que no es fácil de digerir, ni agradable de oír. A menudo, la verdad es una incómoda revelación que muchos tratan de evitar o de ignorar. Entre sus múltiples definiciones, People Like Us admite una irrebatible: es una película verdadera.
Es tanta la potencia que esta corriente intimista y sentimental viene desparramando en los Estados Unidos, que hasta una de las películas favoritas para los Oscar 2013 puede colocarse en fila con los títulos apuntados. Silver Linings Playbook (que en la Argentina conoceremos como El lado luminoso de la vida) es, por lejos, las más conmovedora y atractiva de las historias que aspiran a las estatuillas doradas. Escrita y dirigida por David O. Russell (el mismo de El luchador, con Mickey Rourke), esta fascinante excursión por el universo emotivo de dos desequilibrados mentales (antológicas composiciones de Bradley Cooper y Jeniffer Lawrence) que buscan rehabilitar sus vidas incursiona en un tema que incomoda a ciertos productores y espectadores. Sin embargo, está, existe. Y es tan verdadero como esta notable película en la cual, en plena época 2.0, reaparecen las cartas de amor como vehículos de comunicación.
Descartando anteojos tridimensionales, evitando explosiones espectaculares, sonidos que trepanan los tímpanos, hace tiempo que en una parte de Hollywood soplan saludables vientos de renovación. Ya lo profetizaba hace años, con alcances más amplios, el extraordinario Bob Dylan, en una de sus canciones más emblemáticas: «La línea está trazada y marcado el destino, / los lentos de ahora serán rápidos más tarde, / como lo ahora presente más tarde será pasado, / el orden se desvanece rápidamente / y el ahora primero más tarde será el último / porque los tiempos están cambiando».