Karaoke para un Dios ausente
Por Graciela Taquini
El pasado más remoto se pone en diálogo paralelo y simultáneo con una serie de jóvenes que irrumpen para interpretar las canciones que Gabriela Messina, cuando era adolescente, solía cantar en las misas del colegio de monjas. Hay otro background que no figura explícitamente, el telón de fondo de la Historia con mayúscula, teñida de vacío y agujeros negros. Por detrás, más allá de la conciencia de la artista, los ominosos años de plomo no están, pero se presienten. Las letras de los cánticos religiosos recorren el espacio y su contenido juega con las imágenes del pasado, «el cuerpo para comer y beber» de Jesús muestra al padre en la playa. Se clama por el Dios Padre, y el padre no está. La madre doncella no es la Virgen Madre. Los intérpretes interactúan con las fotos y hasta la autora aparece como una cantante más apelando al espectador. Así se entretejen Historia, historias, pasados, presentes y una comunicación en tiempo real con potenciales espectadores. La Iglesia postconciliar pretendía acercarse a la juventud mediante las canciones populares pero, en el caso de la historia personal de Gabriela, tanta glorificación y dedicación no impidieron que le arrancaran de la vida a su padre en plena juventud, cuando ella era muy joven y estaba lejos.
Según Gabriela Messina, este es el epitafio de su condición de católica. Al morir su padre, ningún ruego, ninguna promesa se cumplió. Hay como un fantasma del esfuerzo inútil, de que ella no estuvo a su lado. No pudo despedirse.
En el final, la niñez es un pálido reflejo, solo voces infantiles que se ahogan en la memoria sepiada. A pesar de la sonrisa que despiertan las canciones, del espíritu festivo, hay un vacío sin estridencias casi imposible de llenar. Messina con expresión sembrada de presente ofrece un levemente irónico pero vivencial reclamo ante un vacío de Dios.