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23 noviembre, 2011

La ciudad del futuro: Buenos Aires, entre la reconstrucción y la memoria

Por: Martín Jali .

El ejercicio de pensar la ciudad presente y futura nos coloca en una disyuntiva: ¿Qué lugar ocupa el patrimonio histórico y la memoria en la configuración del espacio urbano?

Busquemos una imagen de la Buenos Aires de antaño, la ciudad de nuestros padres o abuelos. Luego, pensemos en la ciudad que atravesamos todos los días, con sus avenidas, negocios y edificios. Finalmente, cerremos los ojos e imaginemos Buenos Aires dentro de treinta o cuarenta años. ¿Qué será de sus espacios? ¿Podremos reconocer sus fachadas, sus esquinas, los respectivos barrios? ¿La experiencia urbana será la misma para el hombre de mediados del siglo XX que para el del siglo XXI?

A esta última pregunta podría responderse, sin demasiadas dudas, que no: nuestra subjetividad, las prácticas sociales que atraviesan nuestra vida y el modo de interactuar con los elementos urbanos ha cambiado de manera rotunda. La ciudad se aprehende de otro modo. Si a mediados del siglo XIX, con el auge de la modernidad y el fascinante crecimiento de las nuevas ciudades (Londres o París), Víctor Hugo decretaba el fin de la arquitectura como elemento narrativo y Charles Baudelaire se confundía en el fragor de la multitud fundando así la figura del flâneur, hoy es posible pensar y sentir la ciudad, no ya desde su novedad, sino desdela memoria. En toda ciudad existen sitios teñidos por el pasado, marcas, a fin de cuentas, que recorren nuestra historia. No habrá, entonces  —en ninguna urbe del mundo, tampoco en Buenos Aires— paisajes inocentes, como tampoco espacios sustraídos de la política, el sentido y la ideología.

¿Cuál es la importancia del patrimonio histórico de una ciudad? En principio, es importante aclarar que el concepto de patrimonio es un constructo simbólico, históricamente cambiante, un artificio donde se juega la ideología y el sentido. Aquí interviene el Estado, con su carácter normativo, propio de un tiempo determinado. Pero, más allá de la norma, interviene también para superar las tensiones entre la codicia, los intereses económicos particulares y la identidad de un lugar. La pregunta que debemos hacernos, como habitantes de una ciudad, es: ¿construir una torre o conservar la tipología de una almacén de 1930?

Por otra parte, la ciudad y su patrimonio, interpretada y valorizada a través de la memoria, supone pensar un nuevo concepto: la memoria como eslabón entre el pasado y el presente, una memoria activa que no sea mera nostalgia por lo que fue y ya no será.

¿Cuál es el carácter diferencial de una ciudad? ¿Cómo se reconoce la morfología urbana de Buenos Aires, Barcelona, Río de Janeiro o Nueva York? Aquí es esencial considerar al patrimonio histórico, el cual define, determina y hace posible los signos para experimentar una ciudad. Es importante un concepto de memoria a partir de su valor de excepcionalidad: la Manzana de las Luces, el Congreso o el Colegio Lasalle, pero también es esencial la memoria cultural y los patrones de identidad urbana. Algo identifica y diferencia al barrio de Palermo de Belgrano, Caballito de San Telmo, Villa del Parque de Barracas.

El pensamiento actual en relación al patrimonio ha cambiado. Actualmente, la Dirección General del Patrimonio (que atesora el archivo histórico de la ciudad) propone la valoración conjunta de los grandes edificios y obras por su riqueza arquitectónica e histórica y, al mismo tiempo, la importancia del patrimonio inmaterial, la identidad de cada barrio: el valor de los mercados de Guardia Vieja, las cuadrículas de Monserrat o Flores, las cuales, en su conjunto, construyen la identidad urbana de un lugar. En esta disputa por conservar los espacios de memoria histórica y cultural de una ciudad es esencial la participación de los ciudadanos. La actual distribución en comunas propone la intervención política y la discusión acerca de qué modelo de ciudad queremos.

¿Lo nuevo por lo nuevo, o conservar nuestra memoria para reconocer, a cada paso, la ciudad y el barrio que habitamos? ¿Proteger nuestra identidad u homologarnos?

En Ciudad Pánico, el excepcional tecnólogo, teórico cultural y urbanista Paul Virilio, escribe:

Si se suprimiera bruscamente —como en Praga en 1968— la totalidad de los mapas de París, los nombres de las calles y los números en los inmuebles, me desplazaría por allí igualmente sin problema, e incluso la destrucción no alcanzaría para perturbar mi presentimiento, como he podido constatar de visu en el centro de Nantes luego de los bombardeos de 1943, en Hamburgo como en Friburgo en 1953, o incluso más tarde en Berlín… Más tarde, solo la reconstrucción podría hacerme perder el norte destruyendo las construcciones de mi memoria.  

Hace más de 160 años, Sarmiento pensó a Buenos Aires en relación a la ciudad que lo fascinó: Nueva York, una urbe para caminantes —como la definió en sus cartas— atravesada por el Central Park. Hoy, la reflexión se presenta como su opuesto. En el último seminario organizado por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad (Buenos Aires: sus espacios para la memoria histórica y cultural) arquitectos, historiadores, funcionarios, urbanistas y antropólogos plantearon, desde diversas ópticas, no solo la defensa de la identidad y la importancia de la memoria, sino que también propusieron pensar la ciudad desde un concepto de sustentabilidad que considere la diversidad de tipologías e identidades.

En otras palabras, conformar una Buenos Aires futurista, integrada, saludable, diversificada y que maximice sus recursos; una ciudad ecológica. Una ciudad, además, linda desde el punto de vista estético. El desafío es enorme: no solo congeniar la preservación de nuestro patrimonio y regular la construcción, sino también embellecer, promulgar el ahorro energético e integrar la enorme variedad de identidades, tipologías y derroteros urbanos.