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24 septiembre, 2013

“La omisión de la familia Coleman” de Claudio Tolcachir

Por Raquel Tesone

Fotografía de Giampaolo Samá

La omisión primordial de la familia Coleman es la del Nombre del Padre. En esta familia, hay dos padres que no aparecen en escena, y lo que está fuera de escena, dice mucho en el universo de Tolcachir. Existe un padre que se hizo cargo de su hija, Verónica, abandonando a su otro hijo, Marito, al que lo dejó en manos de su madre y de su abuela. Una madre que cuesta trabajo no confundirla con otra hermana más, hasta que la llaman Memé (más veces que mamá). Memé está capturada con su hijo Marito en un vínculo incestuoso y naturalizado. Ellos duermen en la misma cama y no crió a Verónica, “porque se dio así”. Memé es una madre abandónica que no parece tomar consciencia de su intervención en los acontecimientos de su vida. La función materna está desplazada en la abuela, y cuando va de visita, Verónica parece más conectada afectivamente con su abuela, que con el resto; tiene esposo e hijos, pero no los integra a ésta, su familia de origen, porque siente una especie de reticencia vergonzante. Aparentemente, Verónica es quién pudo crecer y construir algo propio, precisamente por no vivir con ellos.

 

Memé tiene dos hijos más, Gabi y Damián, que son hijos de otro padre, otro padre ausente, lo único que se dice de él es que era alcohólico y violento. Es esta familia Gabi es la única que trabaja y pese a ello, Memé manifiesta su deseo de tener otro hijo más: “no tenía ganas de tenerlos, ustedes vinieron” – le revela a Gabi. Otra forma de decir “¡se dio así”! y manifiesta que en la actualidad, “se siente lista para tener un bebé”. Todo es posible en el microcosmos de los Coleman. Igual si “viene” otro hijo al mundo, ¡que se haga cargo otro! El deseo de la madre no se inscribe como fundante, y el padre tampoco puede sustituir ni metaforizarlo desde la ausencia. No hay ley que regule estos vínculos. Todo intercambio es caótico entre ellos, hasta lo más cotidiano, como el desayuno, resulta motivo de un disparatado conflicto. Por esto, cuando la abuela, único pilar de esta familia, se enferma y la internan en un hospital, las omisiones desencadenan consecuencias en todo el grupo familiar. En la escena que el médico pregunta el apellido de cada uno, los espectadores nos enteramos que los mellizos, Gabi y Damian, llevan un apellido diferente que el de Marito y Verónica. Toda la familia sabe que los mellizos son hijos del padrastro de la madre, la abuela también. Todos lo saben en la familia, pero de esto no se habla. Otra omisión del Nombre del Padre. En otra secuencia, el médico comenta a la abuela que le resulta “raro” que a Verónica, el padre le haya dado su apellido y a Marito no, siendo del mismo padre. La abuela responde: “Doctor, si a nosotros no nos preocupa, ¿por qué se va a preocupar usted?” Lo que es raro e inquieta al médico, y a los espectadores también, es que ni siquiera se cuestionen ésta omisión del apellido del padre. ¿Qué efectos conlleva la omisión del Nombre del Padre? En Verónica, la única de la familia que fue criada por su padre, trae aparejado que su madre de por sentado que debería pagar un tributo por haber sido la “elegida” del padre. La madre entonces parecería sentirse con el derecho de ubicar a Verónica en el lugar de tener que hacerse cargo de todos, como si ella representara un padre. Memé tratará insistentemente que Verónica la “saque” de esa casa y se la lleve a vivir a la suya, sin siquiera conocer a sus nietos. Pese a no vivir con esta familia, Verónica deja entrever poco a poco, el estigma de los Coleman, y la traza de tener una madre ausente. Más aún, cuando la abuela muere, sin este sostén, se precipita el desmembramiento de todo el conjunto del grupo familiar. Frente a la pérdida de su madre, Memé llega a extorsionar a Verónica para torcer el destino de su hija y lograr que finalmente se haga responsable de ella. Verónica se encuentra obligada a cargar con el fardo de esa madre que la abandonó. Mientras que Marito es aquel a quién se le deposita la locura familiar, al tiempo que la denuncia.  Por ser el chivo expiatorio de la familia, es el más susceptible de volver a ser abandonado, en este caso por su madre. Marito pagará el alto costo de encarnar el dolor del desamparo y la desolación de la soledad y del desamor. Dos destinos nefatos, el de Verónica y Marito, que son frecuentes de identificar en los casos de hijos abandonados. Contrariamente, Gabi y Damian, tal vez por ser los menores, y por ser hijos del padrastro y tener un vínculo más arraigado al amor de la abuela, logran la exogamia deseada y poder hacer sus vidas fuera del núcleo familiar.

El estado de marginalidad de esta familia es otro tópico que nos hace reflexionar sobre la carencia o falla de los soportes y redes solidarias de éstas familias, fomentando la victimización frente a esta realidad. De ahí el sentimiento de condena por convivir en esa casa de la que todos quieren huir, porque el afuera seguramente es mejor. Parecería que Tolcachir hace de esta familia un retrato de la mentalidad de una sociedad que tiene dificultades para responsabilizarse de su historia. El culto de culpabilizar a otros para no asumir las propias responsabilidades ni las posibilidades que de elección para proyectar un futuro mejor. El facilismo de idealizar el afuera como único destino posible, siendo en la realidad, lo imposible y lo inalcanzable. Esto forma parte de las anomalías que produce una sociedad como efecto de la anomia y falta de ley, donde las madres parecieran tener que sostener a la familia como pueden, mientras se desdibuja cada vez más la inscripción del Nombre del Padre.

Pese a ser una familia poco convencional, la maestría de Tolcachir es mostrarnos personajes tan humanos donde se pueden captar diversos aspectos de nosotros mismos. Nos identificamos y nos sentirnos conmovidos por la gama de emociones que se juegan en esta familia. Los amores, los odios, la soledad y el sentimiento de reclusión que circula entre los integrantes, y algunos de los conflictos, son en algún sentido, comunes a todas las familias. Por eso, las interacciones entre sus integrantes nos sacuden, nos resuenan cercanas y nos hace repensar nuestros vínculos.

La puesta en escena contiene elementos de una creatividad muy lúdica, como la iluminación y la escenografía despojada que delinean la entrada y salida de los personajes a la casa y al hospital donde internan a la abuela. La habitación del hospital parece una extensión de la casa, y la familia se va adueñando de ese espacio, se duchan y duermen en la cama de la abuela, como si fuera su casa.

La dramaturgia de Tolcachir se combina con acciones que muchas veces y de forma deliberada, quedan disociadas del texto y que por eso resultan bizarras y atiborradas de ironía y comicidad. A través de los diálogos, las acciones, y el manejo de cuerpos que también dicen en estos excelentes actores, el público no ocupa un lugar pasivo. Los espectadores pareciéramos estar participando con exclamaciones y carcajadas, como si todo queda en familia, y nuestra comunicación onomatopéyica, acompañase la modalidad de intercambio tragicómica de la familia. Lo que puede resultar absolutamente dramático, gira rápidamente con tintes de humor que llega al grotesco, transformando nuestra mirada.

Tolcachir aborda la complejidad del ser humano en un nivel de profundidad que muy pocos directores logran alcanzar con ese alto grado de originalidad y además con toques de refinado y sutil sentido del humor.

Pueden verla en el Paseo la plaza desde el 2 de mayo. Funciones viernes,
sábados, y domingos hasta el 6 de julio.