La Patria Templaria
Por Rafael Giménez – Desde Lisboa
Difícil resulta encontrar a alguien que no haya oído hablar de los Caballeros Templarios. Popularizados por la industria cultural moderna a través de obras como El Código Da Vinci o Indiana Jones y la Última Cruzada, la Orden del Templo está asociada en el imaginario popular al secretismo y al misterio. Pero pocos saben, fuera de Portugal, la importancia que los templarios han tenido no sólo en la larga guerra de la Europa cristiana contra los reinos islámicos sino también en la expansión global de la civilización europea y en la conformación del sistema bancario moderno. Lejos del secreto y del misterio, la historia templaria es, en gran medida, la historia del surgimiento de la modernidad europea, en la cual Portugal resulta ser un actor fundamental.
Auge y caída de los pobres caballeros de Cristo
Fundada por Hugo de Payens en 1119, tras la Primera Cruzada, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón se propuso originalmente proteger a los peregrinos cristianos que viajaban a Jerusalén tras la conquista europea de Tierra Santa. Oficialmente aprobada por el papa Honorio II en 1128, los monjes-guerreros, habiendo hecho voto de pobreza y de castidad, se instalaron en la colina donde una vez se alzó el Templo de Salomón.
La Orden ganó del papa una serie de privilegios especiales, se volvió una de las favoritas para las acciones de caridad en el mundo cristiano y creció de manera vertiginosa tanto en poder como en número e influencia. Los monjes-guerreros se contaban entre las unidades de combate más eficientes durante la lucha contra los musulmanes y construyeron una vasta red de fortificaciones en Europa y Oriente Medio pero, además, los miembros no combatientes de la Orden gerenciaban una enorme infraestructura económica que sentó las bases del sistema bancario moderno.
Los templarios respondían directamente al papa y gozaban de enorme prestigio militar, poder económico e influencia política sobre los reinos europeos. Pero la pérdida de Tierra Santa minó el su prestigio, y su autonomía y poderío comenzaron a provocar las reacciones del clero y de la nobleza.
Cuando al rey Felipe IV de Francia, profundamente endeudado con los templarios, se le negó la admisión a la Orden por recusarse a renunciar a sus riquezas y títulos, la suerte de los Pobres Caballeros cambió drásticamente. Los templarios fueron acusados de herejía y comenzaron a ser perseguidos, torturados y quemados en la hoguera, mientras que sus bienes pasaron a manos de la corona francesa.
En la noche del 18 de marzo de 1314, por orden del rey Felipe IV y el papa Clemente V (ex arzobispo de Burdeos a quien el propio Felipe apoyó para su ascensión al trono del Vaticano), fueron quemados Jacques DeMolay, último Gran Maestre de la Orden, y Guy D’Auvergnuie, su preceptor.
En un lapso de 200 años los poderosos templarios pasaron de ser el poder más influyente de Europa (después del papa) a ser perseguidos, torturados, juzgados y asesinados. El súbito fin de la Orden desató una serie de leyendas y mitos en torno a sus riquezas y a su legado.
La destrucción, en 1571, del Archivo Central de los Templarios (que se encontraba en la isla de Chipre) por parte de los otomanos contribuyó a la posterior proliferación de leyendas, como la del Santo Grial, que otorgaban a la Orden un carácter misterioso que la literatura y el cine del siglo XX se encargarían de popularizar.
Pero la Orden no había muerto. Sobreviviría con otro nombre en un pequeño reino del extremo atlántico europeo que habría de convertirse en el primer imperio de dimensión planetaria, hazaña que no podría haberse realizado sin la labor de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón.
La Orden de Cristo
En el siglo XII, los templarios llegan al Condado Portucalense, un territorio ubicado al sur de Galicia y al oeste de Castilla. Al igual que los otros reinos y condados cristianos de la península ibérica, los portucalenses se disponían a guerrear contra los moros que ocupaban las tierras al sur de la región del Douro y, por esta razón, recibieron de brazos abiertos a los monjes-guerreros del Templo.
La llegada de los templarios a este territorio coincide con la independencia de Portugal (hasta entonces un condado de la corona de León) y con la consecuente expansión del reino hacia el sur. Los templarios recibieron de Afonso Henriques, primer rey de Portugal, la potestad sobre diversos castillos y sembradíos aledaños y les fue confiada la defensa de los territorios conquistados entre el río Mondego y el Río Tejo, que desemboca en Lisboa, la mayor de las ciudades musulmanas, que sería conquistada en 1147.
Desde el comienzo la relación entre la monarquía portuguesa y los templarios fue instrínseca, no sólo en términos militares sino también en lo que concierne al carácter civilizatorio y moral. Los templarios fueron decisivos en la Batalla de Ourique (1139, contra los almorávides), en la independencia del condado (ese mismo año) y en la educación de los primeros reyes portugueses.
El Mestre templario Gualdim Pais acompañaba al primer rey portugués tanto en la batalla como en la corte y era su primer consejero. Esta unión quedó simbolizada en el Foro de Guimarães (1128) firmado con un sello real que contenía la cruz templaria.
En 1160 los templarios establecen su sede en el castillo de Tomar, a poco más de 100 kilómetros al norte de Lisboa y en 1169 el Afonso Henriques, en presencia del procurador del Templo de Ultramar (Tierra Santa), Godolfredo Fulcheri, dona a la Orden un tercio de todas las tierras conquistadas a los moros al sur del rio Tejo. Portugal se convierte así en el principal enclave templario de Europa.
Afonso Henriques nombró sucesor a su hijo legítimo Don Sancho y no a su primer hijo, más legítimo aun, Fernando Afonso, debido a la influencia que los templarios ejercían sobre Sancho. La continuidad de la alianza entre la corona portuguesa y la Orden del Templo debía ser garantizada.
Los templarios poseían, además, una poderosa escuadra con la que no sólo guerreaban contra los moros sino que también era utilizada para comerciar los excedentes de las granjas desparramadas por sus enormes territorios europeos. Guerreros, monjes, estudiosos, granjeros, comerciantes y banqueros, los templarios estudiaron las rutas de navegación de los fenicios y dominaron las rutas comerciales entre el Mediterráneo y la Europa atlántica.
Pero en 1308 llega a Portugal la noticia de la bula «Regnans in coelis» a través de la cual el papa Clemente V notificaba a los reinos cristianos la extinción de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón. El fin de la Orden estaba en concordancia con el fin de los poderosos ejércitos del Vaticano pero, al mismo tiempo, engordaba el patrimonio y la riqueza de la Iglesia al apropiarse de los bienes y territorios templarios, excepto en Francia, donde la expropiación se dio en favor de la corona.
Cuando en 1307, el rey Felipe IV ordenó la detención de los templarios y la confiscación de todos sus bienes, una flota de la Orden partió del puerto francés de La Rochelle huyendo de las autoridades reales, dando inicio a un misterio que sigue hasta nuestros días. No se sabe a dónde esa flota templaria atlántica buscó refugio ni qué riquezas transportaba si es que transportaba alguna. Lo cierto es que, terminada la reconquista lusitana (con la ocupación del Algarve) y con el refugio de los templarios en territorio portugués, Portugal construyó una gran flota y, aprovechando los conocimientos templarios en materia de navegación, se lanzó a la conquista de los mares, inaugurando una nueva era para Europa y para el mundo.
La corona portuguesa, íntimamente ligada a la Orden, intentó evitar la transferencia del patrimonio templario a la Iglesia y propuso al Vaticano la creación, sobre la base de la infraestructura templaria, de una nueva orden: la Orden de la Milicia de Jesús Cristo (Ordo Militiae Jesu Christi). El papa Juan XXII cedió ante el pedido del rey portugués Dinis I y a través de la bula «Ad ae exquibus» (1319), los templarios continuaron con su estructura portuguesa intacta, bajo un nuevo nombre.
La nueva Orden de Cristo, heredera de la Orden del Templo, juró lealtad al rey portugués y desde entonces ambas instituciones quedaron íntimamente entrelazas adoptando, incluso, la corona portuguesa la simbología templaria.
La conquista templaria del mundo
La guerra contra los moros se extendió desde Andalucía y el Algarve hacia África pero los motivos de la expansión ibérica no responden solamente al «espíritu guerrero» y al compromiso monárquico con la difusión de la fe cristiana. Había, también, un claro elemento económico y geopolítico.
Con el exterminio de la Orden del Templo, los templarios perdieron sus propiedades y negocios en el Mediterráneo y hacia el siglo XV el monopolio del comercio con el Oriente (a través de la ruta de la seda hacia el Mare Nostrum) quedó en manos de las repúblicas italianas, especialmente Génova. España y Portugal, excluidas del negocio, buscaron hacia el oeste lo que les era vedado al este.
Mientras Colón y los conquistadores castellanos que le siguieron reclamaron el nuevo territorio americano para Castilla, Portugal buscó un camino alternativo. Es aquí donde entra la figura del infante Don Enrique, a quien la historia recuerda como «El Navegante». Hijo, hermano y tío de reyes, Enrique convenció a su padre, el rey Juan I, de conquistar Ceuta, en el norte de África, dando inicio a la expansión lusitana.
Desde la ciudad portuguesa de Lagos, Enrique envió expediciones a la costa africana y al Atlántico, ocupando los archipiélago de Madeira y las Azores. En 1420, Enrique es nombrado Gran Maestre de la Orden de Cristo, cuyos recursos emplearía en la ampliación y modernización de la flota portuguesa.
Establecido en Sagres, el Gran Maestre impulsó la creación de la Universidad de Coimbra y propició los estudios de la astrología y la astronomía. Tras la firma en 1494 del Tratado de Tordesillas, los barcos portugueses, bajo la dirección de Enrique, se lanzaron a los mares luciendo la vieja cruz roja de los templarios pintada en las velas.
En 1497, bajo el reinado del nuevo monarca Manuel I, Vasco da Gama parte hacia la India a través de la costa africana dando inicio a la Era de los Descubrimientos. La cruz templaria arribaría a la India, a las islas Molucas, a China y al Japón, convirtiendo a Portugal en el primer imperio de carácter global.
El reinado de Manuel I es reconocido como la era dorada de Portugal y durante este período floreció un estilo escultórico y decorativo conocido como «estilo manuelino» o «gótico portugués», que se caracteriza por los motivos naturalistas y simbólicos que aluden tanto al poder real como a la gloria de la conquista de los mares, incluyendo entre otros elementos, plantas y frutas africanas, americanas y asiáticas, así como barcos, cuerdas y símbolos náuticos.
Hay dos símbolos, no obstante, que se destacan en las obras de la era manuelina: la llamada «cruz patada» (la cruz adoptada por los templarios) y la esfera armilar, un instrumento de navegación utilizado para orientarse en mares desconocidos a través de la posición de los astros. La esfera armilar, íntimamente ligada a Enrique el Navegante y a la Orden de Cristo, se tornó tan importante para la simbología monárquica portuguesa que aún hoy puede observársela en la bandera de Portugal. La unión templaria-monárquica llegó a tal punto que en 1551 el título de Gran Maestre de la Orden de Cristo fue unido irrevocablemente al de Rey de Portugal.
La identidad portuguesa está profundamente ligada a la tradición y a la simbología templaria. Portugal, que supo dominar los mares en un planeta cuya superficie es mayoritariamente acuática, expandió no solo la fe cristiana a escala global, sino que llevó también las reglas del mercantilismo europeo al extremo oriente y puso un cierre definitivo a mil años de pensamiento medieval.
La Modernidad como legado templario
La relación entre la célebre Orden de los Caballeros Templarios, el pueblo lusitano y la era de los descubrimientos es bien sabida en Portugal, hecho por el cual este artículo carece de valor para los portugueses. No obstante, difundir la verdadera historia de la Orden y evidenciar, al mismo tiempo, la importancia fundamental de los monjes-guerreros en la formación de Portugal resulta por demás interesante para los lectores hispanohablantes, poco habituados a esta historia.
Discursar sobre este temática resulta, además, necesario frente a la proliferación de teorías conspirativas de carácter fantástico y conspirativo atribuidas a los templarios. Pero lo cierto es que fueron poderosos banqueros y comerciantes, financiaron guerras y conquistas, fueron cruciales en la lucha contra los reinos islámicos y en los viajes de descubrimiento, y contribuyeron sustancialmente a la formación del mundo pos-medieval.
Es este el verdadero interés que despiertan los templarios. No es el Santo Grial ni el Arca de la Alianza ni la Atlántida ni la Masonería. La herencia e influencia de los templarios no se suscribe al terreno de lo sobrenatural, sino que se trata de procesos históricos concretos que, ensombrecidos por la ciencia ficción y las teorías conspirativas de YouTube, no han tenido el reconocimiento académico que merecen a la luz de la importancia que esta Orden ha tenido en la definición del mundo moderno.
Bilbiografía
Amarante, Eduardo (2014): «Templários, de Milícia Cristã a Sociedade Secreta» Vol. IV, Tomo I «Da Formação de Portugal às Descobertas». Apeiron Edições.
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Villatoro, Manuel (2016): «»El misterio de la flota desaparecida de los templarios que pudo llegar a América antes que Colón». ABC Historia [online]. Disponible en: http://www.abc.es/historia/abci-misterio-flota-desaparecida-templarios-pudo-llegar-america-antes-colon-201601290156_noticia.html