Lisboa en góndola
Por Rafael Giménez – desde Lisboa
Portugal está de moda. Es el nuevo destino favorito de Europa y en 2016 recibió cerca de 20 millones de turistas, el doble de la cifra alcanzada en 2006 y dos veces la población total del país. Pero el boom turístico no es gratuito, y mientras la población de Lisboa abandona la ciudad, huyendo de la especulación inmobiliaria, la capital lusitana hermana su destino al de Venecia, perfilándose como un parque temático urbano, sin identidad y sin lisboetas.
La gastronomía, el patrimonio histórico y cultural, las playas y, en buena medida, los bajos precios de productos y servicios en comparación con otros destinos como Italia o España, atraen cada año una mayor cantidad de turistas a Portugal, contribuyendo no sólo al estímulo de la economía local sino también al crecimiento de lo que comienza a conocerse como el Síndrome de Venecia.
Pese a que, es cierto, el turismo representa una gran oportunidad para un país con una economía particularmente golpeada por la crisis de 2008, este súbito boom turístico está cambiando de manera vertiginosa la vida de los portugueses y trae aparejada una violenta reconfiguración socio-urbana, en la que las ciudades se vuelven una especie de parque temático para turistas, mientras los habitantes van siendo expulsados del centro de la ciudad frente al avance de la especulación inmobiliaria, la transformación de barrios enteros en hoteles informales y la proliferación de negocios dedicados exclusivamente al turista.
La tragedia del turismo de masas
Podemos rastrear en la Historia experiencias de comunidades destruidas por su propia riqueza, siguiendo los ciclos efímeros de las grandes riquezas súbitas, como la plata del Potosí o el caucho del Amazonas. Lo que hoy se presenta como una fuente fabulosa de prosperidad puede significar la condena de las generaciones futuras.
El turismo de masas, la llamada industria verde, se configura en nuestros tiempos como la gran quimera que promete revitalizar las economías locales de los lugares que tienen por ventura algo interesante para ofrecer a los vacacionantes del mundo. Pero el fenómeno ha crecido a tal punto que se ha convertido no sólo en un peligro para la propia subsistencia de los destinos turísticos, sino que también está generando algunas de las más grotescas expresiones del ocio colectivo.
En el documental Das Venedig Prinzip (El Síndrome de Venecia, 2012), Andreas Pichler toma a la ciudad de los canales como el paradigma del destino turístico sucumbido ante el turismo de masas.
Sólo la ciudad de Venecia recibe al año unos 22 millones de turistas que, en una estadía corta y vertiginosa, repiten los mismos rituales y realizan los mismos circuitos que todos los turistas que los precedieron y que todos los que vendrán después.
Los turistas que llegan a Venecia quieren hacer lo que los turistas anteriores han popularizado, por lo cual la ciudad estandariza productos y servicios para proveer aquello que la constante marea humana que la desborda espera de ella.
El auge de plataformas de alquiler temporario como Airbnb y la especulación inmobiliaria en el centro de la ciudad fuerza a los habitantes a abandonar los barrios históricos, ahora reconfigurados para atender al turismo de masas, dando paso al llamado proceso de gentrificación, que despuebla al tiempo que masifica. Se estima que para 2030 ya no quedarán residentes en el centro de Venecia.
Lisboa en la mira
La Organización Mundial de Turismo elogia a Portugal, la CNN le dedica generosos informes y las revistas especializadas en turismo destacan a Lisboa como el nuevo gran destino low cost.
Diariamente llegan al aeropuerto de la capital lusitana miles de turistas que aprovechan los vuelos baratos y se mezclan con los ocupantes de los cruceros monstruosos que atracan en el río Tejo, proyectando su sombra sobre los antiguos barrios moros. Estas ciudades flotantes se quedan pocos días en cada puerto, lo suficiente para que el turista corra a fotografiarse en los lugares turísticos obligatorios y vuelva al barco, donde lo esperan todas las comodidades y entretenimientos.
Para estos visitantes fugaces, proliferan por la ciudad los negocios de recuerdos para turistas a medida que Lisboa sube posiciones en el Top 10 de destinos urbanos en Airbnb.
Pero la contracara es conocida: en los céntricos y pintorescos barrios históricos lisboetas se escucha más Francés, Inglés o Español que Portugués. Los habitantes se han mudado a las afueras, escapando de la especulación inmobiliaria que infla los precios de los alquileres. Los propietarios lisboetas tienen pocas opciones: vender y mudarse… o Airbnb.
Las estrechas y empinadas calles de Lisboa, ya de por sí complicadas de transitar, se infestan de todo tipo de vehículos extravagantes de los más diversos tamaños y formas que pasean turistas de aquí para allá en interminables caravanas de pálidos y compulsivos fotógrafos amateur, que se repiten diariamente, atascando el tráfico y colapsando los transportes públicos.
A esto hemos de sumarles los walking tours que con grupos de hasta 40 personas invaden callejones, plazas y monumentos registrando todo (y sobre todo a ellos mismos) con sus selfie sticks.
Y, como si esto fuese poco, Lisboa recibe constantemente grupos de jóvenes turistas del norte de Europa que pierden el control con el sol que brilla en estas latitudes, y consideran divertido embriagarse hasta la inconsciencia, desnudarse en público y cantar a viva voz los himnos de sus equipos de fútbol, como si la ciudad consistiera en una gran fiesta de adolescentes sin supervisión adulta: los 365 días del año.
Crónica de una muerte anunciada
Barcelona es el más rotundo de los dramas recientes en esta materia y ha comenzado a cobrar entrada a algunos de sus más famosos monumentos y parques con la intención de frenar el turismo. También ha impuesto limitaciones a la apertura de nuevos espacios de alojamiento. Pero las iniciativas han llegado tarde. Barcelona es un must do y está a camino de sufrir el destino de Venecia. Un documental de 2014 llamado Bye bye Barcelona retrata este drama.
Algunos destinos famosos ya han limitado el acceso a un cierto cupo anual, como Fernando de Noronha, en Brasil. Otros, como Cinque Terre, en Italia, están en vías de implementar estas medidas.
Amsterdam, por su parte, intenta desviar el turismo hacia otros destinos de Holanda y ha incluso firmado un acuerdo con Airbnb para limitar la expansión de este tipo de alquileres en la ciudad. Pero los esfuerzos del gobierno no son suficientes y la capital neerlandesa sufre la continua desaparición de su comercio y cultura tradicional para dar lugar al negocio del turismo.
Dinamarca e Islandia han establecido leyes que reducen la actividad turística y establecen zonas urbanas donde el turismo debe adaptarse a la vida local y no al revés. Es éste, justamente, es el paradigma de París, la ciudad más visitada del mundo.
La ciudad de la luz ha establecido leyes anti-ruido y zonas específicas para actividades turísticas. Francia ha logrado hacer de su estilo de vida un producto turístico y realiza esfuerzos para gobernar el turismo de masas que, de todos modos, consigue desbordar la legislación local y, através de plataformas como Airbnb, contribuir a la expansión del Síndrome de Venecia.
Pero si París no puede escapar de este destino, ¿qué le espera a Lisboa? ¿Podrá Portugal capitalizar este fenómeno y gobernar el turismo de masas para canalizarlo a su favor? ¿O terminará, como tantas otras ciudades, convertida en un gran parque temático para extranjeros?
Por el momento, mientras llueven los elogios, el gobierno portugués estimula a la industria del turismo y declara, ante los preocupados, que todo ésto es positivo, que no hace más que reforzar la identidad lusitana. Sí, una identidad lusitana empaquetada, embalsamada, ajena, producida en serie, kitsch. Una identidad muerta que se resume en un puñado de productos típicos en exhibición.