Luis Felipe Noé: vivir en el caos, crear otra realidad
Por Julieta Strasberg
(1933-2025) Una despedida al maestro que convirtió el desorden en lenguaje
Por Julieta Strasberg
Luis Felipe Noé murió. Pero su obra, su pensamiento, su trazo indócil siguen respirando. Como todo lo que es verdaderamente vital, Noé no se apaga: se expande, se ramifica, se transforma. Persiste.
Pintor, teórico, escritor, pensador, docente, crítico, testigo lúcido y provocador del arte argentino: Noé fue uno de los últimos en inventar un lenguaje propio, inconfundible, disruptivo. Nació en Buenos Aires en 1933. Se formó inicialmente con Horacio Butler, pero su camino —como sucede con los verdaderos creadores— fue el de un autodidacta apasionado. Fue periodista, crítico de arte; vivió en París y en Nueva York. Y desde 1965, junto a Deira, Macció y Jorge de la Vega, integró el grupo Nueva Figuración (o “Otra Figuración”), un movimiento que sacudió los cimientos del arte argentino y latinoamericano, proponiendo una figuración desbordada, intuitiva, visceral, intensamente política.
El caos, para Noé, no era una anomalía a resolver, sino un principio vital. Una estética. Una ética. Una forma de estar en el mundo. Lo dijo con claridad:
“Tengo un pensamiento que vengo arrastrando desde mediados de los años sesenta y que voy adaptando a mi visión del mundo: la teoría del caos, o sea, de lo múltiple y lo divergente.”
(El arte en cuestión. Conversaciones, p. 18)
Esa idea ya germinaba en Antiestética (1965), donde escribió con lucidez:
“El arte refleja naturalmente el contexto social, sacudido por sus aparentes y propias contradicciones. Querer poner orden en el caos (…) equivale a querer tapar una olla grande con la tapa de una cacerola mucho más pequeña: la tapa se cae y se agrega al caos.”
Noé no buscaba controlar ese desorden: lo asumía como condición indispensable para la creación. Lo decía sin rodeos:
“Asumir el caos, en la vida y en el arte, es una ética.”
Y esa ética fue la brújula que guió cada trazo, cada texto, cada acto.
Su obra nunca buscó la quietud del orden, sino el temblor, la vibración, la superposición de sentidos. Pintaba como quien interroga, como quien hurga sin descanso. Escribía como quien arrastra una idea que se resiste a detenerse. Su arte era una operación simbólica de inestabilidad: desarmaba el mundo para volver a pensarlo.
Además de su potente labor pictórica, Noé fue un teórico y escritor prolífico. En Asumir el caos. En la vida y en el arte, reflexionó sobre cómo el caos no es desorden, sino una dinámica inherente al devenir histórico y artístico. En sus libros, como en sus cuadros, las ideas vibraban.
Fue distinguido en múltiples ocasiones y expuso en los principales museos del país y del mundo: desde el Museo Nacional de Bellas Artes al Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. Representó a la Argentina en la Bienal de Venecia. Su obra trascendió las paredes: se instaló como lenguaje. Una imagen de Noé es, inconfundiblemente, una imagen de Noé. Caótica, densa, humana, abierta, siempre reconocible.
En una de sus últimas entrevistas, lo vimos sonreír con una mezcla de timidez y asombro ante tanta gente reunida en una muestra suya. Le parecía raro, casi absurdo. No por falsa modestia, sino porque su arte no buscaba agradar: buscaba conmover. Incomodar. Pensar.
Y es que Noé no fue solo un hacedor: fue un pensador. Un artista plástico con ideas, con palabra, con pensamiento. Decía:
“Me interesa la relación —o la falta de relación— entre la palabra y la imagen. Se entrecruzan en la vida, pero creo que son dos lenguajes distintos, que tienen destinos distintos.”
(El arte en cuestión, p. 16)
Luis Felipe Noé vivía en ambos mundos. En la pintura. En el lenguaje. En el caos. En la posibilidad.
¿Qué es ser artista? Él mismo decía que no podía definirse, que más bien se sentía. Pero intentándolo, arriesgaba:
“Artista es quien tiene la capacidad de vivir en ambas realidades. Cuando Rimbaud decía ‘yo es otro’, era porque estaba en esa ‘otra realidad’, pero lo estaba mientras escribía. En el resto del día volvía a ser él en la ‘realidad-realidad’.”
(p. 45)
Noé habitaba esas dos realidades con lucidez desafiante. Hasta el final. Con pincel y con palabra.
Su prolífica carrera lo llevó a exponer en numerosos espacios de renombre, entre ellos:
- Galería Bonino, Nueva York (1966): La revista Time comentó que “el espectador desprevenido, al llegar a la exposición de este joven argentino, puede tener la impresión de que la exposición aún no ha sido colgada”.
- Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires (1995): Retrospectiva que abarcó más de tres décadas de su producción artística.
- Palacio Nacional de Bellas Artes, Ciudad de México (1996): Exhibición que consolidó su reconocimiento en el ámbito latinoamericano.
- ª Bienal de Venecia (2009): Representó a Argentina con las obras La estática velocidad y Nos estamos entendiendo, reunidas bajo el nombre Red, marcando un hito en su producción artística.
Le decían Yuyo, como a aquello que crece sin permiso. Lo silvestre. Lo que se cuela en las grietas. Lo que nadie siembra, pero brota. Así fue su obra: una maleza luminosa en medio de los jardines domesticados del arte. Una planta salvaje que desobedecía al orden, que insistía en crecer donde nadie lo esperaba. Una raíz libre, incurable.
Un norte. Un faro. Un espejo raro donde nos mirábamos los más jóvenes cuando queríamos romper las normas y salir a buscar lo propio. Todavía lo recuerdo en la Galería Benzacar, cuando montaban su obra y yo me colaba para tener unas palabras con el Maestro. O en Rubbers. O en ArteBa. Yuyo era generoso, cercano, siempre disponible para quien quisiera hablar con él. Un personaje icónico de Buenos Aires.
Nos deja un espacio que será faro y lumbrera, pero difícil de llenar. Nos deja una obra que no se cierra, que no se congela, que respira y reclama nuevas miradas. Nos deja también una idea que consuela:
“En tanto reflejo del espíritu, el arte no puede tener fin. Lo que sí podría desaparecer eventualmente es el arte de una civilización, como ya ha ocurrido. Pero como decía Bakunin: ‘todo pasará, el mundo desaparecerá, pero la Novena Sinfonía permanecerá’.”
(p. 51)
Luis Felipe Noé es nuestra Novena Sinfonía. Su caos permanece. Su Yuyo sigue brotando.
“No es lo mismo apartarse que callarse.
Un artista puede dejar de hacer obra, pero latentemente seguirá siendo artista.
Ésta es su naturaleza de ser en el mundo.”
(p. 85)
Hoy, ese ser en el mundo se despide. Pero no se calla.