Hasta el 8 de mayo, quienes se den una vuelta por la ciudad de Nueva York tendrán la posibilidad de visitar la muestra Fashion and Technology y maravillarse con el futuro, pero también con viejas máquinas de coser.
Por: Andrea Castro
El museo del Fashion Institute of Technology se está transformando en uno de los referentes obligados en el calendario de muestras relacionadas con el vasto universo de la moda. Habiendo inaugurado recientemente una exhibición que analiza la creciente fascinación del mundo fashion con los extravagantes zapatos de diseño (shoe obsession), mantiene hasta el mes de mayo, en otras de sus salas, la interesante exposición Fashion and Technology.
El escritor y crítico británico Bradley Quinn ha dicho que «la tecnología siempre ha sido la esencia de la moda» y no se equivocó: si bien los cambios socioculturales fueron su principal motor, es claro que, sin el combustible aportado por la tecnología, su recorrido hubiera sido extremadamente corto. Contrariamente, el itinerario de esta muestra es bastante amplio, ya que se extiende, a lo largo de 250 años, desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días. El foco está puesto en las innovaciones que influenciaron no solo el diseño sino también la producción, tanto indumentaria como textil, los materiales, la estética, la funcionalidad y la comercialización durante el desarrollo de la revolución industrial, el siglo XX y los comienzos del XXI.
Las primeras prendas con las que el visitante se encuentra al ingresar a la muestra parecen tan lejanas y anacrónicas en relación con el término tecnología que despistan. La realidad es que esos enormes e incómodos vestidos armados son la prueba de que esta alocada rueda que es hoy el sistema de la moda comenzaba a girar lenta pero persistentemente: ellos demuestran la importancia que tuvo la mecanización de la hilatura de la fibra de algodón en 1764, el comienzo de la producción de tintes químicos basados en anilinas sintéticas, que permitió la recuperación de colores históricamente perdidos como el púrpura, y la invención del telar de Jacquard en 1801. Curiosamente, este telar, que creaba patrones complejos de tejido, usaba tarjetas perforadas que contenían el código para el patrón y que resultaron ser increíblemente muy similares a las tarjetas de datos que décadas después se utilizaron para programar las primeras computadoras. Asombra enterarse de que estos telares eran capaces de trabajar con hasta 10.000 tarjetas perforadas a la vez.
A medida que se avanza a lo largo de la muestra, los conjuntos de maniquíes y vitrinas comienzan a resultar más cercanos y familiares: allí están los grandes hitos del siglo XX, desde la invención del cierre hasta las innovadoras técnicas textiles aportadas por los diseñadores japoneses en los años 80; pasando, claro está, por la irrupción de las fibras artificiales y la moda espacial de la década del 60. Elsa Schiaparelli, André Courrèges, Pierre Cardin, Paco Rabanne, Thierry Mugler, Prada, Hussein Chalayan, Issey Miyake y Yoshiki Hishinuma son solo algunos de los protagonistas de esta historia, que se resume finalmente en el último conjunto de vestido y bolso, creado con una impresora 3D y de autor anónimo.
Si bien las curadoras plantearon un guión estrictamente cronológico, sin animarse a jugar con los múltiples elementos de esta extensa crónica, es interesante también animarse a plantear la cuestión de adelante hacia atrás y pensar que, si hoy podemos encontrarnos con prendas que gracias a la tecnología reproducen música, cambian de color según la temperatura y miden nuestros signos vitales, es porque en el principio de la era fashion la hiladora Jenny, el telar de Jacquard y la máquina de coser revolucionaron para siempre la industria y el mercado indumentario.
Como conclusión final, nos queda la certeza de que hoy, al igual que nuestros paradigmas sociales, políticos, económicos y culturales, la moda ha llegado a un punto de no retorno en un círculo que parece cerrarse: transitando la segunda década del siglo XXI, es impensable un cambio profundo en su sistema y su mercado actual sin un nuevo golpe tecnológico tan potente como el acontecido
en el siglo XIX.
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