No se dice, se vive
Por Julieta Strasberg
Sobre SEX, de José María Muscari
Por Julieta Strasberg
“El sexo incomoda porque no puede contarse. Y sin embargo, insiste.”
(apunte para una crítica que no busca explicar)
Hablar de sexo es difícil. Hacer teatro sobre sexo, aún más. Y si el sexo, además, se baila, se canta, se suda, se insinúa, se exhibe, se performa con cuerpos diversos mientras el público se toma un trago y come una hamburguesa con papas fritas, entonces estamos lejos del teatro tradicional… y más cerca del deseo.
SEX, la experiencia creada y dirigida por José María Muscari, no es teatro en sentido estricto, y sin embargo trabaja con todo lo que el teatro convoca: el cuerpo, el espacio, el tiempo, la mirada del otro. Es un show remixado, mutante, que desde hace cinco años se reinventa como SEX virtual, SEX 360, SEX con protocolo, AUTO SEX, SEX la evolución. Hoy, en su versión renovada en el Gorriti Art Center, el show continúa diciendo lo mismo de otra manera: el sexo no se explica. El sexo se vive.
Y ese es, quizás, el punto más interesante para pensar desde el psicoanálisis: ¿qué lugar le damos al sexo hoy? ¿Cómo hablar de lo que, por estructura, siempre es un poco indecible? ¿Qué representa un espectáculo que se presenta como «experiencia» y no como obra?
El cuerpo como enigma
En SEX no hay escenario único ni butacas alineadas. Hay mesas, copas, cuerpos que caminan entre los cuerpos. Hay deseo en movimiento. Y hay, sobre todo, una diversidad visible y celebrada: cuerpos grandes, cuerpos pequeños, cuerpos no hegemónicos, identidades sexuales fluidas, y una troupe que más que actuar, vibra.
El elenco, rotativo y multiforme, incluye a figuras como Adabel Guerrero, Maxi Diorio, la Srta Bimbo, Brenda Mato, Fernando Gonçalves, Romina Richi, Diego Ramos, entre otrxs. Algunos bailan, otros cantan, otros hablan. Nadie narra una historia: cada uno encarna una zona del deseo que no tiene relato.
Porque lo que sucede en SEX no es narrativo ni lineal. Es pulsional. Es una constelación escénica donde se activan pequeñas escenas eróticas, juegos sensoriales, momentos de ternura, de humor, de incomodidad. Cada artista sostiene una intensidad particular. Hay provocación, sí. Pero también hay belleza. Y hay verdad.
El deseo como construcción colectiva
Hay algo liberador en SEX, y no necesariamente por el desnudo (aunque también). Lo liberador es el permiso. El permiso para mirar, para incomodarse, para excitarse o no, para reír, para desear. Y también el permiso para no decir nada.
Porque SEX no se cuenta. Ese es parte del pacto. “Lo que pasa en SEX, queda en SEX”, repiten los cuerpos en escena. Y nosotros, que no pasamos por la zona roja ni por el cuarto oscuro —otras de las experiencias paralelas que el show propone—, también sabemos que el verdadero pacto es el silencio. Un silencio que no censura, sino que cuida.
No decirlo todo es también una forma de invitar. De dejar algo en suspenso. Porque lo que se muestra es sólo una parte. Y el deseo, como dice Lacan, siempre se desliza. Nunca se posee, nunca se completa. Solo se bordea.
SEX como síntoma colectivo
Desde su primera versión hasta hoy, SEX fue creciendo como un síntoma social: ¿qué necesita una cultura para montar una fiesta escénica sobre el sexo? ¿Qué tipo de goce se habilita ahí? ¿Es liberación o performance de libertad? ¿Hay erotismo o hay estética de la provocación?
Tal vez las respuestas no importen tanto. Porque lo que sí queda claro es que SEX nos recuerda que el cuerpo no es solo objeto de consumo o de juicio, sino también escenario de goce, de otredad, de potencia.
Y si hay algo que Muscari y su equipo logran sostener es ese clima donde nadie debe rendir examen. No hay pedagogía ni bajada de línea. Lo que hay es presencia. Presencias. Deseo.
Algo sucede, además, con la mirada. Porque aunque hay cuerpos desnudos en escena —desnudos completos, fragmentados, sugeridos o totalizados—, luego de unos minutos el cuerpo deja de ser lo que se ve. Como han dicho quienes han visitado una playa nudista: al principio todo parece exhibición, pero muy pronto el cuerpo pierde su valor de espectáculo. Se vuelve paisaje. Presencia sin escándalo. El ojo ya no busca lo que sobresale, sino que se acomoda a lo que simplemente está.
Desde el psicoanálisis podríamos decir que el cuerpo, en su desnudez literal, deja de operar como objeto de goce visual inmediato —el famoso objeto mirada lacaniano—, y comienza a funcionar como lo que siempre fue: un soporte simbólico, una envoltura del deseo, una topología de lo que falta. Cuando el cuerpo ya no “llama”, cuando no pretende “mostrar”, se transforma en otra cosa: una superficie de proyección, un texto sin ley cerrada.
Este fenómeno, que SEX pone en juego sin explicitarlo, dialoga de manera directa con lo que La lección de anatomía de Carlos Mathus planteó hace más de cinco décadas: ¿qué vemos cuando miramos un cuerpo desnudo en escena? ¿Qué deseamos encontrar ahí? ¿Lo real? ¿Lo social? ¿Lo propio negado? En la obra de Mathus, el cuerpo también dejaba de ser un fin en sí mismo y se convertía en un instrumento para interrogar los límites del sujeto. En SEX, aunque desde otro código, sucede algo parecido: el cuerpo, lejos de ser objeto de consumo, se vuelve signo abierto. Y ese signo, como el deseo, nunca se agota.
Una fiesta con cuerpos reales
Entre hamburguesas, empanadas, tragos, risas y alguna incomodidad —porque sí, el deseo incomoda cuando aparece despojado de excusas—, SEX ofrece una experiencia sensorial donde la mirada se descentra y el deseo se multiplica.
No es un cabaret, no es una obra de texto, no es un musical, no es una performance. O es todo eso y más. Lo importante es que no pide interpretación: pide entrega.
Y eso, en una época hipercontrolada por el algoritmo, por la corrección, por el miedo a incomodar, es casi un gesto político.
SEX se presenta en Gorriti Art Center (Av. Juan B. Justo 1617)
Del 03/04 al 27/04/2025 | Jueves a domingo, en distintos horarios
+ info: gorritiartcenter.com