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4 mayo, 2013

 

Paul Klee, nacido en Suiza, desarrolló toda su carrera siguiendo los postulados del expresionismo alemán y el surrealismo hasta desembocar en la abstracción.

Por: Candela Vizcaíno (corresponsal España)

Expresionismo alemán

No es de extrañar que el movimiento surgiera en la Alemania del II Reich, una vez digerida la teoría sobre el Inconsciente de Freud. Se inicia en 1905, en Dresde, con el grupo «El Puente», y continúa en Múnich con «El jinete azul», 6 años más tarde. Los artistas que lo forman (Franc Marz, Nolde, Kandiski, Klee, Grosz, Dix…) buscan apartarse de la realidad absoluta y se centran en un interior cuyos recovecos empezaban a ser nombrados.

Ya no será el mundo natural, la perspectiva, el encuadre, la luz de los impresionistas lo que motive a estos autores. Un sentimiento de tormento, de tensiones internas, de desgarramiento espiritual va a ir invadiendo toda Europa, y los pintores, poetas y dramaturgos, en consonancia con los espíritus de los tiempos, se van a erigir en abanderados de esa nueva cosmovisión.

Los colores vibrantes, las formas distorsionadas, el universo de los mitos, la recurrencia a los símbolos universales poblarán pinturas, dramas, poemas, hasta el advenimiento del surrealismo que, en parte, retoma esta tendencia aunque con otro criterio.

Paul Klee

Nace en 1879, y hasta 1911 no tiene un encargo de importancia. Sería la obra Cándido de Voltaire. El pintor, ya casado e instalado con su esposa en las afueras de Múnich, intenta ganarse la vida como ilustrador de revistas y publicaciones. En ese año, el editor Alfred Kubin se fija en el artista para desarrollar esta publicación tan especial.

A partir de 1912, se suceden las exposiciones, incluso en París, junto con las obras del movimiento cubista abanderado por Braque y Picasso. Una trayectoria que se ve truncada al ser llamado a filas nada más comienza la Segunda Guerra Mundial. Como otros artistas y autores de su generación, los horrores de la contienda harán mella en el espíritu de Klee, quien nunca abandonará ese deseo de plasmar en sus cuadros la intangibilidad anímica de un alma que sufre.

Una vez superado el estruendo de bombas y trincheras, el pintor logra un contrato, en 1920, con Hans Goltz, quien gestiona varias exposiciones con notable éxito. La llegada del régimen nazi da otro golpe a Klee, ya que es incluido en la lista de los «artistas degenerados». De ese acto no hacemos más comentarios.

Acosado por la esclerodermia, incurable incluso hoy en día, Klee muere en 1940. Como otros artistas de su talla, el valor de su obra se ha ido acrecentando con el tiempo.

Las pinturas de Klee

Y no es de extrañar, ya que en ella se hace una simbiosis interdiscursiva de otras artes, por anotar una característica. En algunos lienzos, por ejemplo, encontramos escritura musical. Encuadrado tanto en el surrealismo, como en el expresionismo (donde mejor se ubica) y la abstracción, en sus pinturas hay una fuerte preponderancia del color. Magnífico dibujante, las líneas puras, los círculos, los cuadrados y las formas geométricas (con un sustrato de la Bauhaus, donde enseñó) se encuentran en gran parte de sus obras.

Para el artista, siguiendo la estética expresionista, el cuadro debía introducirnos en otra dimensión. Era un pretexto para recorrer otros mundos: el de los sueños, el de los deseos, o el del interior más oscuro. Las obras no eran concebidas como disfrute estético sino más bien como una forma de cambiar al hombre y al mundo. La política, o las circunstancias, entra por primera vez en el arte, y los creadores pretenden erigirse en la voz de un pueblo que asiste atemorizado a acontecimientos horribles.

Por eso, Paul Klee, como otros artistas de su entorno, tiene que recurrir a símbolos primarios, como el círculo, la casa el pez o los colores rojo y amarillo. El sentido último de la morada, como hogar antropológico, por ejemplo, está bien documentado, y no solo se refiere a la construcción física que nos guarda. Es también el refugio espiritual de una humanidad atormentada por guerras, crueldades y exclusiones.

El círculo incide también en esta línea y ¿qué decir del pez? Relacionado con las aguas de la vida, en el animal reside, en esencia, la potencialidad tanto de lo bueno como de lo malo.

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El surrealismo de Klee

Aunque sus obras se pueden considerar también pertenecientes a la corriente surrealista, y el pintor nunca se desligó del mundo de la fantasía y los sueños tan queridos por este grupo posterior en el tiempo, la gran mayoría de sus pinturas acusan una tendencia más simple. Y cuando digo simple no me refiero a elemental o infantil, tal como ha sido tildado este opus artístico, sino simplemente a un ahondamiento en el mundo interior, con menos elementos.

Un viaje hacia la abstracción

Esta línea abrirá el camino para que Klee se acerque a la abstracción, tanto en sus obras del primer período, las catalogadas como místicas, como las que realizó durante sus últimos años. Mientras los horrores de la Segunda Guerra Mundial rodeaban la neutral Suiza donde residía por entonces, el artista se embarca en la realización de oleos (algunos, de gran formato) en los que predomina un grueso trazo negro que enmarca los colores.

Si en algunas obras creemos adivinar una flor, una rosa, una puerta, un vano hacia otra realidad, en otras se nos antojan las grafías de una escritura desconocida. Porque, para Klee, el lenguaje del mundo interior aún estaba por inventarse.

A pesar de que la obra de Klee al completo, tal como apunta Pamela Kort, a propósito de una exposición del artista, tiene un amplio sentido político y de denuncia de los males contemporáneos al pintor, en ella se vislumbra también un punto paródico que se resuelve con ingenio.

Las obras del artista, desde su fallecimiento, han sido objeto de exposición constante, como la que se celebra durante 2013 en la Fundación March de Madrid. Sus cuadros se han convertido en exhibición, como los muñecos que realizó para distracción y divertimento de su único hijo.