Confirmando los pergaminos del extraordinario John Banville, la novela En busca de April, que el autor irlandés firma con el seudónimo de Benjamin Black, constituye una experiencia única para el lector: una trama policial edificada, con mano maestra, sobre la complejidad psicológica de sus personajes.
Por: Carlos Algeri
La única certeza de En busca de April (Alfaguara, 2011, 336 páginas) es que, detrás del seudónimo de su autor, Benjamin Black, está el magnífico escritor irlandés John Banville, quien decidió que su alter ego se hiciera responsable de sus incursiones literarias en el género policial. Lo demás habita en el terreno del misterio, desde la trama hasta la deslumbrante galería de personajes atormentados e inolvidables, que dan cuerpo a una novela en la cual el secreto más abominable se revela con exquisita elegancia gracias a la sutileza de la pluma de Black-Banville.
Durante la década del 50 en Irlanda, la joven (y bella) April Latimer, integrante de una familia acomodada y pletórica de misterios, desaparece sin dejar rastros. Su amiga, Phoebe Griffin, sospecha que algo terrible le ha ocurrido y, como sola no puede recabar pistas sobre el paradero de April, recurre a su padre para que la ayude en la búsqueda. De ese modo, entra en escena el doctor Garret Quirke, el obsesivo forense con alma de sabueso estilo Sherlock Holmes, que ya se presentó ante el público en El secreto de Christine (2007) y El nombre de Laura (2008), también escritas por Black.
Fiel a la tradición de la mejor novela negra norteamericana (Dashiell Hammett, Jim Thompson, pero fundamentalmente Raymond Chandler), Quirke es un hombre habitado por numerosos demonios: el alcoholismo, el renunciamiento (por impotencia sentimental) al amor de su vida, la relación áspera, intrincada e irresuelta con su hija Phoebe, que ni siquiera lleva su apellido. Como en las novelas de Chandler, existen tantos misterios existenciales en los personajes principales como en la trama propiamente policial. Y son tan ricos, apasionantes y conmovedores, que solo un gran autor puede lograr que sobrevuelen el enigma argumental sin perder consistencia, reforzando la intriga y añadiendo un poderoso interés a la lectura de una novela irresistible desde el párrafo inicial.
Una y otra vez, Black nos sumerge en la intempestiva Dublín, en la que la niebla, la llovizna (ocasionalmente la lluvia) y el frío, a menudo, difuminan o encubren las figuras de quienes se aventuran a caminar por sus calles. Si se busca un ejemplo claro y consistente de cómo un entorno colorea dramáticamente el fondo de acción de los personajes con inquietante funcionalidad, En busca de April resultará indiscutible.
No parece casual la elección de una época signada por el oscurantismo cultural y la hipocresía social para contextualizar la acción de un caso en el que solo la excelencia estilística del autor, la proverbial elegancia de su prosa, transforma en posible algo casi imposible: presentar ante el lector, con sorprendente naturalidad, la resolución de un caso aberrante, escabroso. Quizá el secreto esté en la preparación. Tamaña galería de personajes (los familiares de April, sus amistades, el presunto novio) anticipan que son demasiadas las cosas que no andan bien. No hay señales esperanzadoras ni sostén alguno para un posible happy end.
En este punto, es donde la novela de Black, propone —por contraposición— una lectura especular con nuestros días, con nuestras distintas sociedades. En esta épica batalla entre Eros y Tánatos, enmascarada por un tejido de odios y traiciones muy terrenales por el que discurre la novela, mora la terrible sospecha de que los tiempos han cambiado aunque, por lo menos en algunos temas, no precisamente para bien.
«Banville —Benjamin Black— es un maestro, y su prosa es un deleite incesante», dijo su colega inglés Martin Amis. Supongamos que usted no leyó a ninguno de los dos, a Banville o a Black (que, como se dijo, son una misma persona), y desea saber si el autor de El tren de la noche está en lo cierto o exagera. En busca de April le posibilitará develar la incógnita con holgura.
Si me permite, le anticipo algo: Amis no exagera.
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