Silvina Perillo «El cierre de una linda carrera tiene que ser algo feliz»
DANZA Silvina Perillo «El cierre de una linda carrera tiene que ser algo feliz»
Por Valeria Bula
Segura, alegre y divertida, Silvina Perillo eligió decir adiós a los escenarios en el rol de Kitri de Don Quijote. El enorme telón rojo del Teatro Colón descenderá para la destacada primera bailarina por última vez el próximo 8 de septiembre. «Considero que el cierre de una linda carrera tiene que ser algo feliz, porque es un momento de alegría y quiero cerrarlo con un moñito rojo; no veo la hora de que pase», expresa entusiasmada.
Su sólida formación técnica y su naturaleza segura fueron cualidades decisivas en su experiencia profesional. Una de las claves de su carrera es haber trabajado con los más grandes maestros y coreógrafos, tanto en su segunda casa, el Teatro Colón, como en el exterior, donde trabajó con los maestros Nathalie Krassovska y Yuri Grigorovich. «Preparamos La Bayadera de Makarova en el Colón con la misma Natalia Makarova, hasta el último de la fila estaba bien preparado».
Perillo realizó toda su carrera artística en el Teatro Colón: se desempeñó en casi la totalidad de los papeles de las obras clásicas y neoclásicas, fue invitada a bailar en diversas galas internacionales y festivales como el de La Habana y Miami. Gran admiradora de Maya Plisetskaya, la bailarina expone: «A la hora de trabajar cada papel, primero aprendo bien la coreografía, luego empiezo a sentir el personaje, antes de dormir reconstruyo todo lo ensayado e imagino maneras de interpretar». La artista señala la importancia de la madurez: «Por supuesto que gracias a las vivencias no es lo mismo la interpretación de una Giselle con 20 que con 35».
Silvina se formó con Wasil Tupin y Mercedes Serrano. «Ellos me educaron con el ejemplo, me inculcaron que hay que trabajar diariamente y la importancia de la humildad porque, me recordaban, en esta carrera siempre se está aprendiendo». Su compromiso le dio alas y cuando se sintió lista, gracias a la dedicada educación y cuidados de sus mentores, se echó a volar. Así fue que de adolescente entró directamente al nivel perfeccionamiento, los dos últimos años de la carrera en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA). Luego ingresó al Ballet Estable, no sin esfuerzo «porque no es fácil entrar al Ballet sin haber hecho la carrera entera en el Instituto»; pero la niña había recibido una «excelente formación técnica y mental», como ella remarca. «Mercedes y Tupin me formaron para estar en el lugar en el que estoy, son los que marcaron mi técnica, mi forma de bailar, mi seguridad en el escenario, todo».
Junto a Karina Olmedo Silvina ganó el I Concurso Latinoamericano de Danza, organizado por Arte y Cultura, cuyo premio era un mes en el Centro de Rosella Hightower en Cannes. «Teníamos clases con maestros de la Ópera de París como Daniel Franck y repertorio con la propia Rosella, fue una experiencia maravillosa». En esa oportunidad, las dos jóvenes se enteraron de que había audiciones en París para el Ballet du Nord. Fueron admitidas. «En total, tomaron diez entre doscientos aspirantes». Tiempo después les llegaba el contrato a Buenos Aires. «Nosotras lo vivimos como una experiencia, no pensábamos que íbamos a quedar». Afortunadamente decidieron quedarse en el país.
La artista destaca su suerte de haber conocido un Colón en el que «se respiraba magia e historia, el saber que se estaba en un lugar donde habían actuado los grandes». Luego de las reformas edilicias del teatro, que cerró sus puertas a fines del 2006, el día a día ha cambiado. Hubo despidos y tercerizados; su interior se ve y se siente otro. «Antes éramos como una gran familia, nos conocíamos todos, desde el utilero, el de maquinaria, el de iluminación, el que te alcanzaba una guitarra, ahora entrás y no conocés a nadie». Asimismo, los pisos para los bailarines fueron modificados; colocaron unos que no eran los más adecuados. De las tres salas que disponía el Ballet Estable para sus ensayos, solo una, la 9 de Julio, quedó en excelente estado, y las otras dos, inutilizables. Le bajaron el techo a la Rotonda, pusieron unos paneles aislantes para que no se escuche cuando los músicos están afinando en el piso de arriba, pero «se escucha exactamente igual y ya no podemos hacer más levantadas». En cuanto a la sala Filarmónica, «quedó inutilizable porque no tenemos un piso adecuado y no se puede saltar».
Asimismo, «en los camarines teníamos mesas de mármol negro que ya no están más, fueron cambiados por mesas de fórmica que se despegan». El ISA tampoco está, como previo a la reforma, dentro de las instalaciones del teatro. «En mis épocas del Instituto teníamos los salones dentro del teatro, nos cruzábamos en los pasillos con los bailarines de la compañía y para nosotros ¡eso era grandioso! El estar en contacto con los bailarines profesionales es parte de la formación».
«Lamentablemente muchas veces sentí que los directores de turno del Teatro Colón valoraban más a los artistas que triunfaban en el exterior que a los de la casa». A muchas administraciones les cuesta valorar lo propio, como lo expresaba Arturo Jauretche, acerca de la colonización de las mentes, «todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues consistió en desnacionalizar […] lo nacional es lo universal visto por nosotros».
Sus compañeros, por iniciativa del primer bailarín Federico Fernández, le organizaron una gala homenaje en el ND Ateneo. Ellos querían despedirla como se merece una gran bailarina. «Un día vino Federico y me comentó que estaban organizando una gala. Yo le dije, ¡gracias, Fede, qué lindo! Me respondió: bueno, pero nos gustaría que bailes». Así sucedió: bailó, para el deleite de todos, el tango Se dice de mí, por Tita Merello, con coreografía de José Luis Lozano, que había sido presentado en la conmemoración de los 25 años de la New York International Ballet Competition, del que había sido medalla de bronce en 1990. «Me siento muy halagada y me honra que mis compañeros me hayan organizado esta gala, estoy muy entusiasmada».
Quizás en un futuro las nuevas generaciones tendrán la suerte de tenerla como maestra, pero todavía no es el momento. «Me gustaría dar clases, considero que tengo mucho para dar, pero ahora mi mente está en disfrutar y prepararme para vivir con alegría un momento importante en mi vida y carrera: las últimas funciones con Don Quijote, un ballet alegre, como yo».
Fotos: Jorge Fama