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Cuando la soledad se convierte en un mercado
Comprender la soledad no es una tarea sencilla. Existen diversas posturas, desde las que la entienden como un estado necesario para la tranquilidad y la creación, hasta las que ponen el acento en el «estar» o «sentirse» solo. Quizá primero deberíamos entender por qué actualmente todos hablamos de soledad.
Por Alejandra Santoro
Somos manos pagando el boleto del colectivo. Bocas tomando café. Somos ojos leyendo noticias. Cuerpos apurados; cuerpos sudados que corren porque se nos olvidó cómo caminar. Manos solas y bocas solas; ojos y cuerpos solos. Unidades ensimismadas.
¿Todavía se podría sostener aquello que alguna vez postuló Aristóteles respecto de que «el hombre solitario es una bestia o un dios»? Desde este punto de vista, el hombre solitario sería una «bestia» en tanto se supone que somos «seres naturalmente sociales». Se supone, porque la naturaleza y lo social son términos que, si bien están imbricados, se rehúyen.
El proceso civilizatorio da vida a la sociogénesis, y muchas acciones que antes eran frecuentes, como tomar la comida con la mano o escupir, y que no causaban vergüenza entre las personas, ya que no se habían impuesto como «conducta descortés», comienzan a adquirir un nuevo matiz reprobable. Es el desplazamiento de los umbrales de vergüenza y la sensibilidad hacia los otros lo que dispara el afán de los reformadores en prohibirlas, señalándolas como inapropiadas e inaceptables, es decir, como «incivilizadas».
Lo que la sociedad comienza a reprimir son los elementos de placer: nuestras necesidades naturales se deben recluir en la intimidad. Por lo tanto, decir que somos seres naturalmente sociales se podría entender casi como una contradicción; pero resulta que en nuestra naturaleza es justamente donde se encuentra latente el instinto de supervivencia, que hace que debamos volvernos hacia el resto, que devengamos seres sociales para poder sobrevivir. Quien no puede insertarse en el tejido social es calificado como un ser «asocial», una «bestia» en términos aristotélicos; o un dios, aquel que no necesitaría subordinarse a nada ni a nadie, porque todo lo puede por sí mismo.
Sin embargo, en nuestra sociedad actual, marcada por la precariedad de los vínculos humanos, el estado transitorio y volátil de las relaciones, y el amor en un aspecto flotante, esta mirada queda como algo atemporal. Ya no podemos reducir el estado de soledad de un hombre a que sea «una bestia o un dios», sencillamente porque la soledad se ha vuelto un signo visible de esta sociedad.
Los cuerpos carnavalescos comenzaron a destejerse, se fueron cerrando los orificios; la risa del cuerpo social en estado gelatinoso se fue callando. Risa que ahora brota más de la razón que de las entrañas. Fuimos replegando hacia el interior las extremidades que nos conectaban con el todo y con los otros, y lo hacemos con fuerza cuando clavamos con ímpetu la bandera en la razón por si se vuela. Todo lo que antes depositábamos en la tierra, en el aire y el cielo, y en los otros cuerpos, ahora queda reducido al hombre, al reinado del hombre y la razón. Esto habla fuertemente de una desacralización de la sociedad, que surge de la mano del individualismo; o, quizá mejor, de una sacralización del hombre y una laicización del mundo. La discusión no radica en si antes existía o no aquello en lo cual se creía, sino en el profundo significado del proceso de desacralización, que habla de hombres mutilados y amputados, de hombres encerrados. Nos hemos vuelto «bichos bolita» antropomórficos, replegados en nuestra pura interioridad, oscura y terrible.
A raíz de esto, por aquí y por allá fueron surgiendo discursos que no solo intentan cambiarle el signo que comúnmente se le daba a la soledad, sino que además ponen el acento en las relaciones de pareja. En consecuencia, el estar acompañado queda reducido únicamente a lo que se llama estar «emparejado»; curioso adjetivo que remite a tener un par, una pareja, pero también a «estar parejo», «ser parejo». Por lo tanto, ahora nos dicen que «la soledad no enseña a estar solo, sino a ser único», y los términos «solas», «solos» y «singles», palabra inglesa que quiere decir también «único y singular», se van convirtiendo en el nuevo nicho de un mercado en expansión; tanto, que hace 5 años, cada 13 de febrero, se viene festejando el Día del Soltero.
Según Raquel Osborne, una estudiosa en el tema y profesora de Sociología del Género en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), «el single es un fenómeno que va consolidándose como una de las posibles alternativas al modelo tradicional de familia y que comienza a estar visto como un estilo de vida lleno de glamour. Una respuesta a los valores en alza en el seno de las sociedades postindustriales, donde la libertad económica va ligada a una revalorización del mundo de lo privado y de lo íntimo, a una exacerbación del individualismo, y en donde el sentido de la autonomía y la independencia personal cobran un gran protagonismo».
Los singles son el objetivo (target) de una nueva corriente de consumo, con un público conformado por mujeres y hombres de entre 30 y 60 años, activos social y económicamente, con un ingreso superior al promedio, y que, al no tener familia a su cargo, se permiten gustos más suntuarios, buscan calidad más que cantidad, y se vuelven «hiperconsumidores». Hay tiendas, bares, salones y hasta supermercados que ofrecen comidas preparadas en envases individuales, y existe todo tipo de productos en formatos adaptados a hogares unipersonales. De esta forma, se han creado empresas de servicios para singles, de encuentros, citas, actividades culturales y deportivas, y también agencias de viajes pensadas para ellos.
En 2007, un importante diario argentino publicó un artículo titulado «Elogio a la soltería: cada vez más personas reivindican vivir sin pareja». En él, Mariana Davidovich, psicoanalista y coordinadora docente y supervisora del Centro Dos, dice que el crecimiento de «solos» no es ajeno a ciertos ideales de consumo de la sociedad capitalista: «Hoy, el reconocimiento de los otros tiene que ver con el éxito personal: tener un máster, un buen puesto laboral; y, en ese contexto, una pareja o una familia restan, insumen tiempo y dinero. Así, se posterga el deseo del amor, porque el deseo está en ser alguien».
Y, por este afán de «ser alguien», dejamos de ensuciarnos con barro, de boyar por el río; volvemos a las estrellas objetos de conocimiento, desvirgando su misterio. Hasta la soledad la vaciamos, creyendo que solamente se relaciona con «estar o no estar con alguien».
Sin embargo, algo nos sigue empujando de la periferia al centro, algo nos hace estar en comunión, mezclarnos y fundirnos con el todo. Algo naturalmente nos acerca. Algo que debe de tener que ver con aquello que hace que las mariposas desenrosquen su larga y fina lengua para alcanzar el cáliz de la flor.
When solitude becomes a market
By: Alejandra Nazarena Santoro.
Understanding loneliness is not a simple task. There are various positions, from a state required for the calm and creation, to some other that put the accent on the «to be» or «feel» lonely. Perhaps we should first understand why nowadays we all talk about loneliness.
We are hands paying the ticket of buses. Mouths drinking coffee. We are eyes reading news. Hurried bodies; sweaty bodies running because we forgot how to walk. Lonely hands and mouths; lonely eyes and bodies. Introverted units.
Could we still argue what Aristóteles once said about «the lonely man is a beast or a god»? From this point of view, the lonely man would be a «beast» while we are supposed to be «beings of social course «. It is assumed because, although they are very close, the nature and the social are terms that we escape from.
The civilizing process gives life to the social development, and many behaviours that used to be frequent, such as taking food with the hand or spitting, and which did not cause shame among people since that had not been imposed as a «rude» manner, began to acquire a new animadvert meaning. It is the displacement of the thresholds of shame and sensitivity towards the others which shoots the eagerness of the reformers to prohibit them, bringing them as inappropriate and unacceptable, in a word, «uncivilized».
Then, what a society begins to suppress are the elements of pleasure, our natural needs must be confining to privacy from the life of individuals. Therefore, to say that we are beings of social course could be understood almost as a contradiction; but it turns out that it is precisely in our nature where the survival instinct lives, and which means that we rededicate ourselves to the rest, that became social beings in order to survive. Those who could not be inserted in the social fabric are labelled as «asocials», as «beasts», in aristotelian terms, or as a god who would not be subordinated to anything or anyone, just because He can do everything.
However, in our society, marked by the precariousness of human ties, of temporary and volatile state of relations, and of the love in a floating aspect, this gaze remains something timeless. We can no longer reduce the state of loneliness of a man to be «a beast or a god», simply because the loneliness has become a visible sign of this society.
The carnival bodies began to change, the holes started to close; the laughter of the social body in gelatinous condition became silent. Laughter that now flows from the reason other than from the bowels. We really stub us into our inner, cutting the limbs that tune us in to the whole and with the others, and we do it with strength when we set with momentum the flag at the reason in case it flies. We used to bond everything on earth, in the air and sky and in the other bodies, but it is now reduced to man, to the man and the reason empire. This strongly speaks of a desacralization of society that arises from the hand of individualism, or perhaps, a sacralization of the man and a secularization of the world. The discussion is not about whether or not existed this in what be used to believe, but in the deep meaning of the process of demystification, which speaks of men maimed and amputees, men locked. We have become anthropomorphic ball bugs, folded in our pure interiority, dark and terrible.
As a result of this, here and there were emerging speeches that not only try to rename the sign of the meaning that we commonly give to the loneliness, but put the accent on the couple relationship, where, as a result, to be accompanied by is reduced only to what is called being «paired», a curious adjective, which refers to having a couple, but also to «be even». Therefore, now we are told that «the loneliness does not taught to be alone, but to be unique», and the terms «alone» and «singles», english word that also means «unique», are becoming a new niche in an expanding market, so it is that five years ago, each February 13 has been celebrating the Day of the Single. According to Raquel Osborne, a scholar in the topic and professor of Sociology of the Gender at the UNED, «the single is a phenomenon that has consolidated its position as one of the possible alternatives to the traditional family model and that is beginning to be seen as a glamorous style of life. A response to the arising values in the post-industrial societies, where economic freedom is linked to a revaluation of the private and intimate, an exacerbation of individualism, and where the sense of autonomy and personal independence charge a high profile».
Singles are the goal of a new flow of consumption, with an audience comprised of women and men between 30 to 60 years, socially and economically active, with an income above the average, and as they do not have any family to look after they allow to taste more luxuries, seeking quality rather than quantity and becoming strong consumers. There are shops, bars, lounges and supermarkets which offer prepared meals in individual packages and there are all kinds of products in all formats adapted to one-person households. In this way, enterprises created services for singles, of meetings, appointments, cultural and sports activities and also travel agencies designed to singles.
In the year 2007, an important argentine newspaper published an article entitled: «Commended the bachelorhood: more and more people are demanding live without partner». In the same article, Mariana Davidovich, a psychoanalyst and teaching coordinator and supervisor of the Two Centre, said that the growth of lonely people is no strange to certain ideals of consumption of capitalist society: «Today, the recognition of the other has to do with personal success: have a master, a good job, and in that context, a partner or a family subtract consumed time and money. As well, was postponed the desire of love, because now the desire is to be someone». And because of this desire of «being someone» we stop getting dirty with the mud, boyar by the river; we became the stars objects of knowledge removing their mystery. Until we empty the loneliness believing that it only means «to be or not to be with someone».
However, something is still pushing us from the periphery to the centre, something makes us being in communion, something mingles and melts us to the whole. Naturally, something approximates us. Something that must have to do with what makes the butterflies unroll its long, thin tongue to reach the cup of the flower.