«Susurros de la urdimbre tecnológica» Gabriel Valansi
Llegar al taller de quien ha creado una galería virtual de arte denominada Aguirre, la ira de Dios, título del film de Werner Herzog sobre la conquista de América (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), ubicada en la mismísima calle Aguirre, del barrio de Villa Crespo, o Palermo Queens (otro tipo de conquista o noecolonización), era por demás prometedor. Entre un espacio virtual y uno real, algo me decía que allí, en ese intersticio, me reencontraría con el terreno de lo sagrado, pero no sabía de qué manera. Baudelaire afirmaba: «la imagen está emparentada con el infinito».
La pregunta entonces sería de qué manera Gabriel Valansi (Buenos Aires, 1959), quien trabaja
por sobre todo con la imagen digital y con la tecnología, y cuya formación ha tenido que ver con la física y la ingeniería, tocaría este aspecto relacionado con el tiempo y la memoria. Las imágenes sagradas ya no sangran ni lloran; la mediatizacion visual del mundo solo nos muestra un simulacro. Sí, era claro que allí, en la calle Aguirre, uno podía ir en busca de luz, a desentrañar qué carencias cubría su imagen. Y, si su obra señala, corre el telón del gran teatro que nos domestica, es porque supone sombras, una mitad oscura. ¿Cuántos códigos invisibles de lo visible hay en lo cotidiano, o en el régimen visual de la videosfera, ese mencionado por Regis Debray, que no nos permiten ver? ¿Cuáles son esas prótesis de percepción?
Deleuze habla del pliegue barroco, y a Gabriel le interesan los pliegues de la tecnología. En ambos casos, lo que se pone en evidencia no es un arte de las estructuras, sino de las texturas. El alma barroca del siglo xvii o la nuestra del xxi son tan intrincadas, con tantas curvaturas, que nunca se sabe de dónde provienen sus pequeños haces de luz, qué siguen ocultando, o cuántas pocas y débiles certezas muestran de manera sesgada.
Cuando hablás del pliegue de la tecnología, ¿a qué te estás refiriendo?
El artista lidia con la formas de las cosas, y en ellas hay toda una energía contenida. Pero, hay
una forma visual en la que esta se manifiesta. Del campo de la fotografía me quedó el gesto
de encuadrar como concepto, y cuando uno encuadra, visualmente, lo que vivencia la tecnología
es una piel tecnológica; rastros que van formando una peculiar y ominosa topografía.
Mi primer signo de interrogación es por qué la tecnología tiene esa piel; por qué, si yo miro
una plaqueta de integrados y, en un punto, el encuadre me hace olvidar de la escala, puedo
ver más el mapa de un campo de concentración que el de otro tipo de estructuras. Por qué en
otras zonas de la cultura se replican esos pliegues en un sentido bajo. Mi teoría tiene que ver
con que los interiores de los electrodomésticos encierran quizá más detalles de la catástrofe
que la misma bomba atómica. Para llegar a esto, comencé a hacerme las mismas preguntas
que se hubiese hecho un arqueólogo del futuro cuando está analizando gestos de una cultura
que explotó o implotó. Yo no tomo los motivos de la catástrofe como los resultantes de
una acción sociopolítica. A esa otra energía le apunto con lo que hago. La obra de los últimos
catorce años va en esa dirección.
¿Qué significa trabajar con esas texturas barrocas?
Sí, hay una especie de barroco apocalíptico. En la fotografía analógica, hay conceptos muy bellos que se fueron desplazando debido al crecimiento asintótico de la tecnología. Uno de ellos es el de la imagen latente, la que queda en potencial en el celuloide antes de revelarlo. En los chips que conformaban parte de la instalación de Babel, toda la memoria que almacena el caché, ese desecho, son latencias. Y la montaña de teclas cerraba un sentido en esta compartimentación de idiomas con la que Dios castiga al hombre en su intento de llegar al cielo. Ahora, en definitiva, sin la decodificación necesaria, eso va a quedar latente por los siglos de los siglos, ya que no se degrada.
En esos pliegues encontrás también el silencio, la imagen aletargada, la condensación de sentido, como en tu obra Epílogo, trabajando a partir de la imagen televisada o documental de la Guerra del Golfo.
Todos tenemos determinadas representaciones de la guerra en relación con una cultura visual hecha a fuerza de documentales, películas, revistas. Me interesa cómo se construye esa memoria visual, dónde se revela esa verdadera energía, cuál es la textura de todo eso. Por eso muestro imágenes donde no está ocurriendo nada que pueda connotar una acción, una explosión, una muerte. Simplemente, en esas situaciones de paso, está toda esa latencia terriblemente bella. El artista debe saber trabajar en la intimidad de la materia y, desde ese lugar, intentar que esa energía vibre en algún lado. Es como pasar a la octava superior. En definitiva, ese es el sentido que uno aspiraría que pase con el arte. Simplemente, descubrir la belleza que esos hechos tienen, sin agregar nada pero sin dejar de entender qué es lo bello. Ni inocente ni ingenuo. Hay que lidiar con la belleza como con la explotación de lo terrible. Justamente en el medio es donde pasa lo importante.
Ese medio me recuerda la obra Amateur, donde captás el pasaje de la chica que ofrece sexo de manera amateur y cómo es cooptada por el mercado de la pornografía. ¿Cómo llegaste a ese lugar?
Uno tiene obsesiones en relación con su propia historia: el secreto. Soy judío y tengo un ascendente fuerte en la mística judía. El descifrar, por parte de los cabalistas, si la palabra divina
concentrada en el Antiguo Testamento es el origen y la descripción del universo, desencadena en conclusiones matemáticas asombrosas a partir del reemplazo de las palabras por los números. El mensaje velado es con lo que trabajo en esta obra. La información que da el FBI sobre la manera en que los ideólogos del atentado a las Torres Gemelas se comunicaban me llamó mucho la atención. En un punto, destruyen los iconos del capitalismo con mensajes encriptados en imágenes de la pornografía. Me puse a investigar qué pasa con la textura cuando se somete a este tipo de programas. Cambia el menaje y cambia la constitución de la imagen; de nuevo, la latencia. Las imágenes de Amateur tienen un mensaje latente. No van a derribar ninguna torre, pero la muestra fue sobre el secreto.