Tercera edad: los grandes olvidados
Pensar y actuar desde distintas esferas, atender los requerimientos de las personas mayores y revalorizarlas son puntos de partida para una sociedad más justa.
Por: Gisela Gallego.
Como fuente de experiencia y autoridad moral máxima, constituyeron una filosofía societal que pervivió en muchas culturas. Este rol, que ha ido en declive, se explica en parte por el cambio de valores y el triunfo del capitalismo más salvaje, que ha impactado en todas las esferas de la vida. De ahí la percepción más difusa —por no decir la invisibilidad— del adulto mayor desde muchas lógicas de las sociedades actuales.
En los últimos tiempos, mucho se habla de «envejecimiento activo» como proceso de optimización vital, tanto en calidad como en esperanza de vida. Sin embargo, las preocupaciones que aquejan a quienes se jubilan o llegan a cierta edad son diversas y fundamentadas: la disminución de los ingresos tras el final de la vida productiva, la aparición o el recrudecimiento de problemas físicos, y el sentimiento de dependencia ante esas cuestiones de salud, la pérdida de pares o amigos cercanos; y la soledad, sobre todo en las grandes ciudades. Soledad que contribuye al aislamiento, convirtiéndose así en un círculo vicioso en el que, a mayor aislamiento, mayor exclusión.
En busca de alternativas: ¡no al encierro, no al silenciamiento!
Los escasos avances en conciliación laboral y familiar, al menos en Argentina, muchas veces desenlazan en la drástica decisión de «reclusión» de los adultos mayores en un ambiente ajeno que profundiza su malestar y que los lleva a «desconectar» con el resto de la sociedad, sumidos entre pares cuya vulnerabilidad aumenta. Más aun si tenemos en cuenta, por ejemplo, que recién este año, en el mes de abril, se aprobó la ley que regula el funcionamiento de los geriátricos de la provincia de Buenos Aires, puesto que hasta el momento no había un marco legal específico que supervisara sus prestaciones ni sus condiciones edilicias.
Claro está que, para dar respuestas y contener a esa porción creciente de la población, el esfuerzo ha de ser conjunto, incluyendo la perspectiva familiar; pero la dimensión político-ciudadana es imprescindible.
En Europa, donde el envejecimiento poblacional se advierte hace tiempo y constituye un tema central para muchos gobiernos, hay una multiplicidad de mecanismos destinados a paliar la soledad. Algunos de ellos son la construcción de complejos habitacionales accesibles para mayores. Esto permite que se sigan desarrollando independientemente en sus propios hogares (aun en los casos en que su salud no es óptima), enclavados en ambientes de vecindad que cuentan con asistentes, áreas de esparcimiento y gastos fijos adecuados a sus ingresos.
Otro mecanismo, que en España está en pleno desarrollo, es el sistema de sistema de alojamientos compartidos, gestionados usualmente por universidades y ayuntamientos. Esta última variante es un novedoso sistema que responde a dos problemas sociales que aquejan al viejo continente: la dificultad de acceso a la vivienda de unos y la soledad de otros. De este modo, se da una especie de contraprestación del joven que se instala durante un ciclo lectivo en la casa del adulto, sin pagar en concepto de alquiler pero dispuesto a acompañarlo a las consultas médicas, a las compras hogareñas y a compartir algún momento cotidiano.
En Inglaterra, algunas empresas promueven un sistema a través del que sus empleados de edad mediana dan acompañamiento a los mayores, garantizándoles que, llegado el momento, ellos también contarán con voluntarios que les retribuyan las horas de atención brindadas.
Estos programas de innovación social llevados a cabo en otros países son posibles porque hay previamente una base que avala y posibilita esa convivencia. Existen como trasfondo un trabajo de acercamiento intergeneracional y una política activa, la misma que declarará el 2012 como año europeo de la solidaridad intergeneracional, propiciando múltiples actividades y utilizando como excusa esta efeméride para afianzar dicho vínculo a largo plazo.
En Argentina, aún no es un tema de agenda prioritario. Entre las cientos de iniciativas llevadas adelante por entidades públicas o privadas —incluso los crecientes programas de responsabilidad social empresaria—, están por delante otras áreas de actuación, dejando un importante vacío en lo que respecta a políticas de inclusión para adultos mayores. Los pocos proyectos existentes suelen limitarse a cursos de alfabetización digital.
No obstante, cabe destacar que, entre las pocas empresas privadas que favorecen la inclusión de la tercera edad, están algunas firmas como Grupo Orígenes, Fundación Equidad, Village Cinema y Fundación Mapfre, que por lo general ya tienen un soporte de la cuestión en sus casas matrices o lugares de origen.
A nivel público, tímidamente también van surgiendo algunos avances. La creación, hace apenas tres años, de la Subsecretaría de Tercera Edad, dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, es un puntapié para comenzar a darles entidad y presencia como grupo poblacional con necesidades específicas y diversas, principalmente en lo que respecta a la atención sociosanitaria y a la oferta cultural.
Cambiar la mirada a través del acercamiento intergeneracional
La percepción de lo externo constituye la ventana a través de la que el otro se hace presente por medio de los sentidos. Cuanto más sentidos, y básicamente más cercanía, haya en el conocimiento del otro, más posibilidades habrá de que nuestras percepciones sean acertadas. De ahí la importancia de la «experiencia directa» y la relación interpersonal.
Los medios de comunicación también son parciales a la hora de proporcionar ideas, ya que por su propia naturaleza son una «mediación» y porque en las pantallas es hegemónica la juventud. En el mejor de los casos, el abordaje de los adultos mayores se limita a una noticia sobre los haberes jubilatorios o algún escabroso caso de anciano golpeado.
Ante este panorama, el acercamiento será auténtico si se propician programas que fortalezcan los vínculos entre personas mayores y de diversas edades, en busca de una integración plena y de una mirada que les dé autodeterminación en lugar de condescendencia.
Cuando citábamos la necesidad de un esfuerzo en conjunto, hablábamos principalmente de administraciones públicas, de iniciativas empresariales, de ONG; pero también de proyectos educativos intergeneracionales que adviertan la importancia de darles voz, de escucharlos, de dedicarles tiempo, de conocerlos en profundidad, deshaciéndonos de los estereotipos y aprehendiendo las virtudes, los valores, el saber acumulado…; ese saber que no está precisamente en los libros ni en las aulas, ese que tan sólo dan los años.