XIX PREMIO FEDERICO J. KLEMM
Por Jimena Ferreiro
Desde 1997, el Premio Klemm tiene una notable continuidad en la escena artística argentina. Con diferentes formatos ‒y en un comienzo dedicado exclusivamente a la pintura‒, los cambios en su plataforma procuraron acompañar aquellos en las estrategias productivas de los artistas en un proceso de gran interés, como fue la clausura de los años 90 y la transición a la nueva década. Sorteando la crisis y los problemas de financiamiento que comenzaban a sufrir otras instituciones privadas, el premio se reconfiguró en 2001 asumiendo el nombre de Premio Fundación Klemm a las Artes Visuales, sin división por disciplinas, ni límites de edad, y con la presencia de Jorge López Anaya como curador del certamen. La incorporación de esta nueva figura a la estructura de un premio –no tan nueva para el campo cultural, a decir verdad‒ ya se venía ensayando desde finales de los 90 en las ediciones del Premio Braque y Banco Nación, en el que también actuó López Anaya como curador.
El Premio Klemm siguió su curso durante toda la década pasada, convirtiéndose en la principal herramienta de actualización de la colección luego de la muerte de Federico Klemm. Con la gerencia artística de Valeria Fiterman y Fernando Ezpeleta (dos colaboradores muy cercanos de Federico) y con la guía de la Academia Nacional de Bellas Artes –institución a la cual quedó la guarda del patrimonio de Klemm y la gestión de la Fundación‒, el premio incrementó su poder de convocatoria acompasando la emergencia de nuevos artistas, y no tanto. Algunos de los cuales, de manera consecuente y metódica, año a año presentan sus obras al Premio. Luego de una sucesión de ediciones en las cuales parecía circular un plantel de jurados como elenco más o menos estable, desde el año pasado se produjo un proceso de apertura gradual con la incorporación de miembros que expresan la perspectiva de una nueva generación de curadores y críticos de arte. Este año el jurado estuvo integrado por Mercedes Casanegra, Valeria González, Elena Oliveras, Cecilia Rabossi y Sebastián Vidal Mackinson.
Podríamos trazar algunos recorridos a través de artistas que tienen su propia historia dentro del certamen, como es el caso de Patricio Larrambebere ‒pintor, coleccionista excéntrico de boletos tipo Edmondson, miembro fundador del colectivo ABTE en 1998‒, quien participó de varias ediciones anteriores, obtuvo una mención en 2014, y este año recibió el Primer Premio Adquisición. La suya es también una historia sumamente singular, obstinada, perseverante y a contra pelo de las visualidades hegemónicas. ABTE (Agrupación Boletos Tipo Edmondson) se ocupa de investigar la historia de la gráfica ferroviaria ‒además de señalar a través de diferentes tipos de acciones el desmantelamiento de la red durante el proceso de privatización del servicio‒: coleccionando boletos, generando intercambios tanto locales como internacionales, haciendo publicaciones artesanales, y realizando actividades tendientes a recuperar las tradiciones orales vinculadas al ferrocarril y a su patrimonio (la más de las veces en estado de gran deterioro), entre otras experiencias que mantienen el espíritu orgánico del grupo. Formado en la vieja escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en 1998 realizó una residencia en la prestigiosa Rijksakademie van beeldende kunsten y regresó al país para transitar los difíciles años del cambio de década. Artista ligado a la tradición realista en la pintura –entre Cándido López y Gerhard Richter, entre cierto localismo anacrónico y revisionista y los lenguajes contemporáneos en su tipificación más o menos convencional‒, su trabajo se inserta de lleno en los debates históricos sobre la producción y el consumo cultural, al tiempo que está pensando problemas de la pintura y la representación. La obra premiada, ANGUYÁ-I (FMC, 1942), forma parte de una serie en la cual rastrea los modos en que la gráfica y el paisaje ferroviario se articulan y entrometen de modo recurrente en diversas manifestaciones que hacen a la historia del arte argentino. La obra recupera las tradicionales ilustraciones que Florencio Molina Campos hizo para los almanaques de Alpargatas (un dato que puede verse en la pintura), así como el soporte original del calendario transpuesto en esta pintura acrílica sobre madera de gran formato. Nacional y popular, elitista y liberal, esta serie podría pensarse como una expresión más de los debates culturales contemporáneos y los combates por el relato de la historia.
Si el paisaje del Premio Klemm y de su colección pueden caracterizarse por cierta preferencia objetual, entendida como materialidad plástica y no puramente como disciplina, es también una buena señal de cambio en sus criterios de premiación la incorporación de Paisaje para una persona (2014), el video de Florencia Levy que obtuvo el Segundo Premio Adquisición. La obra registra una secuencia de imágenes de Google Street View captadas directamente desde la pantalla con su cámara de video. El avance robótico y artificioso de la cámara, sin la evidencia de las herramientas de Google que borró delicadamente en posproducción, es acompañado por una serie de audios que se enlazan de manera verosímil con la secuencia de imágenes, aunque no en todos los casos la relación sea directa. Montaje y ley de contigüidad son recursos a través de los cuales Levy construye un paisaje arrasado por los tránsitos forzados de aquellos que ya no tienen un lugar.
Por lo demás, el panorama del premio es algo ecléctico, y los saltos entre obras de dispar interés se resolvieron con acierto desde el montaje expositivo. De la lista de los premiados, podemos destacar las obras de Irina Kirchuk, Alberto Goldenstein, Cristina Schiavi, Valentín Demarco, Emiliano Miliyo, Marcela Sinclair, Sofía Bohtlingk, Kirsten Mosel, que confirman el encuentro generacional que se produce en el espacio del premio. Además, debemos sumar las menciones a los trabajos de Tamara Stuby, con un collage preciosista; a Gabriel Chaile, con una impresión precaria y montada directamente a la pared que recorta una escena de fuerte conflictividad social; y a Estefanía Landesmann, una joven fotógrafa que participó junto con Chaile en la Bienal de Arte Joven. Su obra registra el impacto de la luz sobre una pintura clásica en un encuadre que apenas nos deja ver la escena, pero que se ocupa de incluir las marcas necesarias para advertir un marco de talla y la fuga en diagonal que le imprime movimiento e instantaneidad, desestabilizando la pintura a través de una presencia externa que obtura la imagen a la vez que la enfatiza, en un instante que es pura mirada.