33 variaciones de Moisés Kaufman Dirigida por Helena Tritek
Por Raquel Tesone
«Empecemos por el origen, la causa primaria de las cosas. Empecemos por cómo algo se dio a ser, por qué se dio de esa forma particular y se convirtió en lo que es», con estas palabras se abre y se cierra esta magnífica obra que explora, entre otros tópicos, la esencia del ser.
Moisés Kaufman realiza una original variación de la historia de los últimos años de Beethoven, época de la revolución francesa, con escritores como Lord Byron, Goethe, Víctor Hugo, y en paralelo, cuenta la historia de Catalina, que transcurre doscientos años después. De esta manera, Kaufman consigue abordar con una sorprendente profundidad temas como el ser, el arte y el artista, la vida y la muerte.
Tras haber rechazado la invitación de Diabelli para realizar variaciones sobre un vals de su autoría, Beethoven termina aceptando esta convocatoria junto a otros célebres músicos de Viena, y nos enseña que en la variación está el gusto. Este aprendizaje le llega también a Catalina, musicóloga de nuestra época, que decide investigar qué motivó a Beethoven a realizar estas variaciones de un vals que rechazó por considerarlo vulgar e insignificante. Para ello, viaja, pese a estar enferma, hacia Bonn, y en lugar de quedarse en su casa esperando la muerte, tolera su padecimiento físico con tal de averiguar las causas. Antes de irse, Catalina se muestra preocupada por su hija, Clara, a la que califica de mediocre, y a la que trata como «un vals de segunda», porque vive cambiando de novio como de carreras. Aquí la temática de la transformación y la transfiguración es central: en Beethoven, porque encontró la magia en lo banal, y, en Clara, por destacarse en la variación. Ambos tienen que hacer ruptura de lo preconcebido. Beethoven lo hace desde la variación N.° 1, en la que transforma el vals en una marcha majestuosa, lo que ofendió a Diabelli, quien dijo: «La primera tiene que seguir siempre la métrica del tema. No puede convertir mi vals en una marcha. ¡Son las reglas!». Lo que Diabelli detestaba Catalina lo aprecia: «Me fascina que Beethoven comience su exploración así. Aunque comencemos este viaje temblando, aunque aún no sepamos a dónde nos pueda llevar, debemos de todas maneras embarcarnos con coraje y determinación. Como una marcha majestuosa»,
dice embarcada en el avión rumbo a Bonn. Al igual que Beethoven, Catalina se aventura en cumplir su deseo desafiando el poco tiempo le que queda de vida. En Bonn, descubre otro mundo y se asombra de ver la estatua del músico en la plaza principal en vez de la de un militar.
Clara, a su manera, no se somete al preconcepto instalado en nuestra sociedad occidental que se sustenta sobre una educación con mentalidad competitiva. El «mediocre» es el que no llega a ser mejor que el resto, y Clara solo desea ser mejor para sí misma, no le interesa ser mejor sobre los demás, porque es allí donde puede transformarse. Por eso, luego de hacer algo que le gusta mucho como la pintura, tiene que variar y probar con la escultura, y va en busca de satisfacer otra de sus pasiones artísticas. Catalina logra comprender que su hija se destaca en estas variaciones, y que para su hija también en la variación está el gusto. Así lo manifiesta Clara: «Hay tanto por descubrir y yo no quiero pasarme veinte años haciendo lo mismo. Me gusta dedicarme a algo por un tiempo, hacerlo bien y pasar a otra cosa. Para mí, esa es una vida más interesante».
Por el contrario, el personaje de Gertie, la bibliotecaria alemana que brinda ayuda a Catalina para indagar sobre los manuscritos de Beethoven, simboliza la que se atiene a lo reglado. Por ello, Gertie tiene toda su vida estructurada, hace el amor con su marido martes y jueves y se pone guantes porque así son las reglas, y descubre las manchas de sopa que tomaba Beethoven como algo incompatible con la magnificencia de la música.
Gertie es una muerta en vida, solo la amistad con Catalina logra darle vida, y logra nacer en el acto de robar de la biblioteca los manuscritos para dárselos a su amiga, y así vivir «¡el peligro a pleno!».
En contraste con la muerte en vida de Gertie, la muerte aparece como una danza exquisita, es como el minuet con el que Beethoven concluyó su última variación. La muerte representa el poder soltar. La aceptación de la muerte es la liberación de la vida, de la misma manera que, tras veinticinco años de sordera parcial, Beethoven, al perder la esperanza de recuperar su audición, logra componer la música «que jamás hubiera podido crear desde el mundo de los que oyen».
La presencia del pianista Natalio González Petrich durante toda la obra, con su excelsa interpretación de las variaciones, no solo acompaña magníficamente todo el recorrido de la pieza, sino que envuelve al espectador del espíritu de Beethoven a través de la belleza de su música.
Estamos frente a un texto que trabaja con bellas metáforas enmarcadas en un lenguaje poético con chispazos de humor, una obra que da cuenta de los cuestionamientos sobre la forma en que alguien se convierte en lo que es. Debido a su forma de ser, Beethoven consagra los tres
años de los últimos de su vida en la composición de las treinta y tres variaciones y crea «una gran e importante pieza maestra digna de ser colocada con las imperecederas creaciones de los viejos clásicos», según las palabras del mismo Diabelli.
Quizá todo esto es un punto de partida y no un final: “Empecemos por la causa primaria de las cosas. Empecemos por cómo algo se dio a ser, por qué se dio de esa forma particular y se convirtió en lo que es».