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24 julio, 2012

 

La violencia obstétrica y el parto humanizado.

 

Por Julieta Lorea

 

Los malos tratos a las embarazadas por parte de la institución médica hacen que dar a luz a un hijo, más que un momento feliz, se torne un recuerdo traumático. Conocer los derechos de las pacientes implica desnaturalizar los modos y los procedimientos que se llevan a cabo en los servicios de atención al parto.

 

 

Parir duele, pero, según dicen, es un sufrimiento que se olvida apenas una mujer conoce el rostro de su hijo. Es, además, un regalo que la naturaleza otorgó solo a ellas como un don, un misterio, un tesoro. Tal obsequio puede ser ultrajado, y ese dolor fugaz y olvidable, ser recordado para siempre cuando hay quienes ignoran que parir es, sobre todo, un derecho.

«Violencia obstétrica» se denomina al maltrato hacia las mujeres en los servicios de salud reproductiva, a las prácticas naturalizadas que se imponen como necesarias e inevitables dentro de los paradigmas tradicionales de atención medico-paciente. El cuerpo de la embarazada es para la medicina un cuerpo patológico al que hay que intervenir, a la vez que las mujeres son seres inexpertos a los que se debe callar. El poder de elección se transforma, así, en un poder de saber; deciden los que «saben», mientras que aquellos que «desconocen» solo actúan a partir de la obediencia.

La legislación respecto de esta problemática en nuestro país cuenta con dos elementos: por un lado, el artículo 6 de la ley 26.485, sancionada en 2009, de protección integral a las mujeres. En él, se hace referencia a la violencia obstétrica, a la que se define como «aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales».

Anteriormente, en 2004, fue promulgada la ley 25.929, que regula los derechos durante el embarazo, el parto y el posparto. Esta dice, textualmente, que la mujer que ingresa al sistema de salud para tener a su hijo tiene derecho a ser informada sobre las distintas intervenciones médicas; a ser tratada con respeto; a ser considerada como persona sana; al parto natural y respetuoso de los tiempos biológicos y psicológicos. Puede, además, elegir estar acompañada por una persona de su confianza, así como tener a su lado a su hijo durante la permanencia en el establecimiento sanitario, siempre y cuando el recién nacido no demande cuidados especiales.

El problema con esta ley, sostiene Mirta Merino, asesora obstétrica de la ONG Dando a Luz, es que «no está reglamentada. Todos estos derechos no figuran en los protocolos de los servicios de obstetricia. Así, la mujer que ingresa a un centro de salud se convierte en “guardiadependiente”, es decir, que llega y, según el médico o la partera que esté, le van a decir una cosa u otra».

Además de la Argentina, otros países de Latinoamérica poseen leyes y resoluciones que protegen a las madres de las prácticas abusivas; en Venezuela, por ejemplo, el concepto de violencia obstétrica se reconoce dentro del código penal.

 

 

El discurso médico

En lo que se refiere a la salud, la medicina ganó la batalla simbólica por el saber. Esta institución ha diseñado el campo de lo que se entiende como verdadero y lo que no. Es lo que el filósofo Michel Foucault denominó el «poder-saber», es decir, la eficacia de un discurso para imponerse como verdadero en una época y una sociedad determinadas, y a partir de allí, ejercer su dominio.

¿Quién podría contradecir los saberes médicos? Si un profesional de esta área nos dice cómo debemos comportarnos, qué debemos hacer y qué no para recuperarnos o prevenir futuros problemas, ¿cómo no hacer caso? En este sentido, el saber médico legítimo fue configurando distintos dispositivos que operan sobre los cuerpos de modo naturalizado e indiscutible.

El embarazo es concebido, muchas veces, desde concepciones paternalistas que ubican a las mujeres en condición de menores, deslegitimando sus conocimientos o creencias y despojándolas del derecho de decidir sobre sus cuerpos, en base a argumentos sobre la edad temprana o la falta de experiencia, entre otros. «Antes de que el parto entrara en el hospital, hace poco mas de medio siglo, la gente nacía en manos de una partera y, en caso de alguna complicación, intervenía un médico, que es quien está preparado para atender la patología. Pero una embarazada es una mujer sana que va a cumplir con una función que su organismo tiene como una capacidad más, y sin embargo, la medicina se cruza para decir que algo funciona mal», sostiene Merino.

 

 

La violencia obstétrica

«Me hicieron sentir como una enferma inválida, sin poder moverme. No podía gritar, ni llorar, ni putear en paz, porque me callaban. Yo no hacía caso. Ahí sentí que empezaba el maltrato hacia mí. Para ellos no sabía hacer nada: “no sabés pujar”, “no sabés respirar”. Yo estaba mal. Me sentía rara, triste, angustiada y ansiosa por conocerle la cara a mi hija» («Testimonio de mi parto», por Belén Mazzotta, en Mamá Sol, http://asoccivilmamasol.marmilve.com.ar).

En Argentina, el 70% de los partos en el sector privado se realiza por intervención quirúrgica, es decir, por cesárea. Este porcentaje excede notoriamente el número de casos en los cuales dicho procedimiento es necesario, ya que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), no es aceptable un número mayor al 15%. Por otra parte, aproximadamente un 80% de las mujeres que tuvieron a sus hijos en centros de salud fueron sometidas a una episiotomía, esto es, un corte en la apertura vaginal, para agrandar el canal de parto.

Además de este tipo de intervenciones, el mecanismo imperante, tanto en las clínicas como en los hospitales, se basa en una serie de pasos sistemáticos que ponen en un primer plano la rapidez y la eficacia, dejando en un segundo lugar los derechos de la embarazada.

En este sentido, Merino enumera: «La mujer llega a la institución, y uno de los primeros escalones de la cascada intervencionista es la internación precoz. Quizás la mujer está con algunas contracciones, un leve trabajo de parto, y la internan. Si está ocupando una cama, algo hay que hacer. Entonces le ponen un suero, al rato le rompen la bolsa y, como más tarde no puede más de dolor, le dan la anestesia peridural. Finalmente reducen los latidos del bebe».

La separación de la madre de su hijo en el momento en que nace, procedimiento que aparece como obligatorio y natural, es «una necesidad artificial, impuesta por determinados mecanismos que tienen que ver con cuestiones administrativas. Un bebé que estuvo nueve meses en la panza lo que necesita al salir es que lo pongan en el pecho rápidamente, para que siga escuchado el latido del corazón de la mamá que es su punto de referencia», continúa Merino.

La infantilización de la embarazada es un modo de trato recurrente por parte del sistema de atención al parto. Apodos en diminutivo como «gordita», «mamita», etc., ubican a la mujer en un lugar de niña y desarman toda su capacidad para decidir sobre su cuerpo. De igual forma, muchas veces el maltrato se materializa en frases como «si te gustó lo dulce, ahora aguantate lo amargo» o «yo soy la doctora, pero si vos sabés, quedate en tu casa y atendete sola»; frases que silencian cualquier tipo de expresión por parte de la mujer, como quien comete un acto indebido y debe aceptar, sin quejarse, su castigo.

Esta problemática se enmarca, como tantas otras, dentro de la violencia de género, ya que el modelo hegemónico de la medicina es fundamentalmente masculino. El sometimiento de la mujer, en tal estado de vulnerabilidad, es un modo más de dominio. La violencia y el maltrato suelen profundizarse, aun más, cuando las pacientes son personas de clase baja, o cuando poseen una orientación sexual diferente de la heterosexual; lo que revela, además, un trato discriminatorio.

 

 

El derecho a elegir

El parto respetado se basa en el poder y la capacidad de una mujer para elegir libremente de qué modo desea traer al mundo a su hijo. Una madre puede parir de pie, sentada o de rodillas; puede optar por consumir alimentos o ingerir líquidos durante el trabajo de parto; puede, también, elegir a la persona que sostendrá su mano durante el nacimiento. La información acerca de todos estos derechos, entre otros, es esencial para que las mujeres conozcan su poder en el momento de ingresar a una clínica o a un hospital.

Una opción cada vez más elegida por las embarazadas es el parto domiciliario. Con el fin de desterrar ideas sobre sus riesgos, la integrante de Dando a Luz relata: «Es mucho más seguro porque no hay complicaciones provocadas. Tiene como ventajas la intimidad, la privacidad, la libertad de movimiento, el tener a los afectos cerca. Es posible cambiar de postura, meterse en el agua tibia o escuchar música. Todo esto hace que las hormonas ondulen como es necesario».

La concientización implica una desnaturalización respecto de los procedimientos que aparecen como normales, cotidianos y necesarios. Se trata de poner en discusión la mirada jerarquizada y autoritaria del ejercicio médico, y reclamar, así, el reconocimiento de la mujer embarazada y su futuro hijo como sujetos de derecho. Parir debe ser un dolor feliz, y sólo eso.

* La asociación civil Dando a Luz es la primera en Argentina que tiene como temática central la difusión de derechos y las prácticas apropiadas en el parto y nacimiento. Allí se brindan charlas, talleres y demás actividades. Para más información, comunicarse al 1560054822 o ingresar a www.dandoaluz.org.ar.

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