Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

14 noviembre, 2012

Entrevista con el escritor Leonardo Oyola, autor de Kryptonita.

Leonardo Oyola comenzó a leer por placer a los 16 años. Esta versión sui generis de un escritor se destaca en la novela negra nacional y acaba de publicar un libro de literatura infantil.

Por Gonzalo Figueroa

Mientras el verano corría de 1988 a 1989, los pibes de Isidro Casanova (en el partido de La Matanza) jugaban a la pelota. Tenían unos 16 años. Las chicas del barrio se acercaban al descampado a ver a los varones, que sentían la presión de tener una tribuna femenina. Gritaban los goles, alentaban. Las hormonas estaban aceleradas de ambos lados de las líneas imaginarias que delimitaban la cancha en el potrero. Entre ellos jugaba Leonardo Oyola (autor de Hacé que la noche venga y Kryptonita, entre otros libros); le decían Pini.

Pero ese verano los amigos se cansaron de Oyola porque jugaba muy mal. «Pini, disculpanos, pero quedate afuera», le dijo uno.  Con la bronca y la tristeza de estar al margen, de no ser depositario de los suspiros femeninos, aunque quizás sí de la lástima, Leonardo Oyola no quiso quedarse a ver el partido y se volvió a su casa. La crisis energética de esa época tenía cortes de luz programados, de 8 horas, todos los días. Y, cuando por las tardes no había electricidad, no se podía escuchar la radio ni ver televisión. Ahora, ni siquiera podía jugar a la pelota.

Alguno de esos días siguientes, aburrido, recordó que una profesora les había hecho comprar el libro Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, y que sólo habían leído dos cuentos. Recordó que le habían gustado y fue a buscarlo. El mayor de dos hermanos, hijos de padre y madre costureros en talleres textiles, empezó así, a los 16 años, a leer por placer.

Con un amigo empezaron a viajar a Capital Federal a comprar libros usados en el parque Rivadavia. Los primeros fueron de la colección Minotauro(en la que estaba Crónicas marcianas), de autores como Ballard o Sturgeon.

«Hasta que agarré La naranja mecánica, y me voló la cabeza», cuenta Oyola en un bar de Almagro, 24 años más tarde.

Llueve en Capital Federal, y Oyola mira por la ventana del bar mientras habla. Cuenta que el oficio del escritor no es fácil, y menos para él que viene de una familia acostumbrada al trabajo asalariado con el sueldo magro en los primeros días de cada mes. Él y su hermano fueron los primeros de la familia, paterna y materna, en terminar el secundario y una carrera universitaria. Mientras trabajaba de distintos oficios, se recibió de licenciado en Comunicación Social. Pero no pudo dejar de trabajar para dedicarse a su profesión porque las pasantías que le ofrecían eran por sueldos muy bajos y no le alcanzaban a cubrir su nivel de vida.

«Si yo hubiera tratado de bancar y hacer las pasantías –supone–, me habrían llevado como colaborador a algún lado».

Que alguien haya estudiado seis años una carrera y no pueda trabajar de eso era incomprensible para sus padres. Oyola trabajaba, iba al taller del maestro Laiseca y ya había escrito dos novelas cuando decidió dedicarse al oficio de escritor. La primera había sido Siete y el tigre harapiento, que obtuvo una mención del premio Clarín y fue publicada. La segunda, Hacé que la noche venga. Problemas laborales, traiciones de unos compañeros, nuevos jefes, y perdió el trabajo. Comenzó una terapia con una psicóloga que lo ayudó a ver la pérdida laboral como una oportunidad para canalizarla en la escritura. En ese momento surgieron las primeras palabras de Chamamé, su tercer libro, que habla de la deslealtad y la traición, acorde a lo que sentía en ese momento. Así, Chamamé (premio Dashiell Hammett al mejor policial, Semana Negra de Gijón) fue hijo del cambio de trabajo (y de un apoyo psicoterapéutico), y nació casi en la misma época que Ramón, el hijo de Oyola, que ya tiene 7 años. Y nació –también– Leo Oyola, escritor.

¿Qué te dio la literatura?

De todo. Una vida en la que soy muy feliz y de la que estoy orgulloso. Gané tranquilidad, soy mejor persona. Ahora, después de armar esta rueda (libros, colaboraciones periodísticas, regalías), estoy llegando a un sueldo mínimo.

¿Y resignaste cosas?

Calculo que sí, pero no creo que haya pagado un precio caro, que lo esté sintiendo. Quiero seguir manteniendo esto, y eso se hace laburando. Mi trabajo, gracias a Dios, tiene mucho tiempo de ocio, mucho tiempo de lectura, de poder sentarte a cavilar.

Su última novela publicada es Kryptonita y fue elegida por la editorial Eterna Cadencia (en una votación entre 150 periodistas, escritores y editores) como el mejor libro argentino de 2011. Es lo que en el mundo del cómic se llama un «else world», otro mundo, uno imaginario y que comienza con la idea de ¿qué pasaría si…? Y en este caso: ¿qué pasaría si Superman, en vez de haber caído en Estados Unidos, hubiera aparecido en un barrio de La Matanza? Si ,en vez de haber ocultado su identidad siendo periodista, se hubiese juntado con los pibes del barrio a tomar cerveza en la esquina. ¿Hubiera sido un «pibe chorro»? Este superhéroe conurbano se llama Nafta Súper, pero los amigos del barrio le dicen Pini.

Oyola publicó este año Sopapo, su primera novela infantil. O, mejor dicho, la novela no es infantil, sino el público al que está dirigida. «No es escribir infantil, sino que es escribir y punto», dice Oyola sobre el género.

¿De qué se trata Sopapo?

Yo siempre quise escribir sobre las artes marciales, pero me era inverosímil de la forma en que yo laburo las novelas. Como dice el dicho, «desde que se inventó la pólvora se acabaron los valientes». Las ganas que yo tenía de escribir sobre ese tema, al mandarlo al infant…, a ese segmento –se corrige, como si no quisiera decir «infantil»–, pude jugar con el tema del nene y el aprendizaje de las artes marciales

En una entrevista que publicó El Gran Otro, María Teresa Andruetto dijo que la literatura infanto-juvenil está subvalorada con respecto a la de los adultos. Y que esa apreciación se da en «algunos aspectos como la valoración académica, en los espacios de la crítica y ciertas zonas sagradas de la canonización». Quizás Oyola sabe de este prejuicio social y por eso duda. Pero como escritor no le interesa. Lo dicho: «no es escribir infantil, sino que es escribir y punto».

Mira por la ventana mientras habla. Afuera llueve de a ratos.

En una entrevista, Mario Vargas Llosa dijo que hay una banalización de la cultura. Que antes la cultura era algo de mejor nivel y que ahora está banalizada. ¿Qué pensás de eso?

Eso siempre va a ser subjetivo, una cuestión de gustos. Yo creo que en lo popular hay un valor, también. Y no por lo de la masificación, sino por cómo es posible que puedas conmover a tantos. Vargas Llosa puede decir lo que quiera porque tiene una trayectoria que lo avala. Pero los artistas, los intelectuales, tenemos un micrófono abierto y hay que ser cuidadoso. En última instancia, fue una frase poco feliz.

¿Existe buena y mala literatura?

No, pero sí creo que existe gente que clasifica y que de acuerdo a gustos personales les puede poner esas etiquetas. Pero no existen. En la novela Trainspotting, de Irvine Welsh, hay una frase muy linda: «En el futuro no va a haber ni hombres ni mujeres, sólo gente». La relación que tenemos nosotros con la literatura me parece que se tiene que medir así. No te tiene que importar si le pusieron el mote de buena o mala. Te conmueve o no te conmueve, te entretiene o no, te parece imprescindible o te robó tiempo. Es sólo literatura.

 [showtime]