«Triunfar es conquistarse a uno mismo» Darío Cortés
Por Raquel Tesone
«Los supuestos perdedores que reconocieron sus derrotas, sus faltas y se han reinventado a sí mismos, para mí, fueron los verdaderos triunfadores, los más fuertes de todos».
Su nueva obra, Oliverio, es una comedia unipersonal que aborda, entre muchas cosas, la imperfección, la crisis, el empezar de nuevo y, por eso, se vuelve un retrato tan humano.
Darío Cortés es actor, director, dramaturgo y docente de teatro. Tiene más de diez obras en cartel, estrenadas en España y la Argentina, entre las que se destacan Desmesura, Discotheque y Alfonsina, por la que fue premiado como mejor autor de teatro en los primeros premios federales al teatro independiente 2012. También editó sus obras en formato de libro: Oliverio/Discotheque (Ediciones Proyecto Editorial), Alfonsina (Ediciones Lea) y Desmesura (Le Frick Teatro–Edición independiente).
Contame de tu trayectoria. Sos actor, escritor y director de teatro. ¿Qué apareció primero?
Empecé a estudiar teatro como actor en la escuela Municipal de Bellas Artes de Quilmes, formé parte del elenco estable a los diez años con una obra de Manuel González Gil. Mientras me formaba como actor, de muy chico, empecé a escribir poesía, teatro, relatos. Tenía una profesora ahí, en Bellas Artes, que había sido alumna de Alfonsina en el Instituto Lavardén. Un día me regaló una antología poética de Storni y me dijo que escriba algo sobre Alfonsina cuando sea grande. No me voy a olvidar más que me dijo: «Uno está condenado a su talento». Elegir lo que a uno le gusta es una dulce condena. El arte va de eso, y, además, confieso que a mí no me gusta hacer otra cosa. Mi deseo por abordar el teatro, por seguir investigándolo en todas sus formas, actuando, escribiendo, dirigiendo, dando clases; me es inevitable y creo que no sirvo para otra cosa. Después, me formé como actor con Norma Aleandro, Helena Tritek y Javier Daulte (con quien también estudié dramaturgia, escritura teatral).
Algo parecido dijo Piera Aulagnier, una psicoanalista francesa, en una frase célebre sobre que el ser humano está condenado a investir. ¿Fue complicado ensamblar la poesía de Girondo con tanto humor?
Es cierto, pero, a la vez, es muy divertido porque Girondo está al borde del absurdo; entonces, no me resultó tan difícil encontrarle el humor. Es un autor que podía escribir de la profundidad y el vacío que dejan los viejos amores y de cómo cepillarse los dientes, una mezcla de lo cotidiano y lo profundo admirable. Lo planteé desde la comedia. Lo primero fue construir el texto, jugar, indagar lo lúdico desde las palabras. Pensé el formato que le quería dar, luego, en una escenografía. Para la puesta en escena, pensé en la estética de Tim Burton para inspirarme, un universo creativo en donde yo me sienta cómodo para volverlo en tercera dimensión y pasar del papel al escenario. Todavía no pensaba en quién lo iba a actuar, sino que empecé a especular con la escritura. Cuando terminé de escribir Oliverio, pensé: «Esto lo tengo que interpretar yo».
Es un gran desafío de creación.
Eso sí, pero mi balance es muy bueno y gratificante. No me equivoqué en dirigirlo, escribirlo y actuarlo. Este personaje es perfecto para mí como actor. Me implica un gran desafío, me gusta la estética, la utilización de la palabra, el discurso, el trabajo corporal que hay que hacer en Oliverio, los cruces literarios, los cruces de lenguaje, lo audiovisual que está influenciado por Tim Burton, desde mi adolescencia y la música que escuchaba, además de leer mucho a Girondo en esa época. Obviamente, necesité ayuda. Tengo dos asistentes, uno sigue de cerca lo técnico y otro lo actoral. Estoy solo, pero en el escenario solamente, porque estoy muy bien acompañado con personas que me ayudan a registrar desde afuera lo que desde adentro se me puede pasar y me ayudan a mejorar, a ajustar como intérprete después de cada función. En la dirección, es fundamental la observación y la concepción de la obra, la tenés que imaginar primero en tu cabeza. El actor, en cambio, a veces tiene una sensación diferente a la que está sucediendo en la función, ahí es donde confío en mi equipo y trabajamos juntos. Al principio, hacía registros audiovisuales donde me veía en cada función y así poder poner el ojo afuera. Lo hice mucho en Mar del Plata, porque Oliverio se estrenó allá, donde fue nominada como mejor obra off entre una cartelera inmensa de teatro. Este trabajo de búsqueda viene desde allá y ahora que la traje a Buenos Aires, la obra ahora está más redonda. La sigo compartiendo con miradas distintas, como la tuya que pudiste hacer una crítica desde el análisis integral y desde el psicoanálisis.
La gente se puede identificar desde distintos planos y las risas surgen en situaciones donde Oliverio está vulnerable.
Eso me encanta, porque, si bien es un personaje algo estereotipado, es interesante que se lo vea humano, real, verdadero a pesar de su máscara, y que los espectadores se acerquen y se animen a decir que se identifican con él. Después de todo, Oliverio está recluido, se siente marginado. Es muy bueno reconocer que todos pasamos alguna vez por ese lugar: «¡Ah! Esto a mí me paso, ¡yo fui así de desastre!». ¡Esto es ser humano! La obra va de eso, somos imperfectos y, por eso, humanos. El personaje no quiere en ningún momento mostrar que es un ganador, se asume como perdedor porque desde la derrota él renace y triunfa verdaderamente. Vi muchas películas de Woody Allen también y los supuestos perdedores que reconocieron sus derrotas, sus faltas y se han reinventado a sí mismos, para mí, fueron los verdaderos triunfadores, los más fuertes de todos. Por eso, trabajo con una estética rockera fuerte. No quería que se viera estéticamente débil al personaje.
La estética es fuerte y el personaje, en verdad, es fuerte. Su fortaleza, como remarcaste, está en reconocer su vulnerabilidad y en eso es valiente.
Exactamente, porque la obra habla de las crisis, de los cortes, de empezar de nuevo. Por eso, asumí este desafío, porque contar una historia, sobre todo esto, a mí me parecía interesante. La actuación está a caballo entre tres patas: es la palabra, lo emocional y lo físico. Y eran necesarios los gestos, desde qué lugar digo lo que digo y cómo lo digo, incluso los silencios. Y por eso, lo que me dice el público es interesante. Yo me juego porque creo que actuar es hacer el ridículo; pero, después, cuando alguien conecta y a la salida te dice: «Me voy pensando en cuál es mi propio deseo». ¡Qué pedazo de comentario! Ahí es donde el teatro se vuelve místico, mágico; porque uno hace teatro por uno, pero parece ser que les llega profundo también a otros.
¡Eso es el mejor comentario que te puedan hacer! Lo mismo que aquellos que salieron diciendo que se divirtieron, y que nunca habían leído a Oliverio Girondo, pero se fueron con deseos de leerlo.
Sí, es así. El teatro tiene que entretener, pero también tiene que generar algo interno: movilizarte, afectarte. Algunas personas me dijeron que después de ver la obra revisaron el monólogo de las personalidades o «Cansado». Era un autor muy profundo, un hombre que venía de una clase muy alta y que lo aprovechó, una vida intensa e interesante. A los veinte años editó su primer libro, viajó mucho…
¿Te identificás con Oliverio, el poeta?
Sí, era un rebelde. Los revolucionarios siempre me atrajeron, me identifico. Fue muy intenso en su vida y en su escritura, era un autor que todo el tiempo se estaba preguntando cosas. Eso es lo que más hago. Yo no escribo para responder, el escribir es seguir desarrollando la contradicción, la duda, la pregunta. Lo leí mucho en mi adolescencia, y vienen muchos adolescentes, también gente grande que lo leyó que le gusta la vuelta de tuerca, la mezcla de género. Salen revalorizando lo que alguna vez leyeron y no se imaginaron este punto de vista. Es una satisfacción. Me identifico con él en lo catártico, para mí, escribir es necesario.
No te alcanzarían las sesiones de análisis si no hacés teatro.
¡Totalmente! (risas). Yo me analizo desde hace mucho tiempo, y en este espectáculo quise incorporar una mirada sobre el psicoanálisis también. En otras obras no aparece esto, aunque haya personajes que son carne de diván (risas). Aparte, al personaje de Oliverio el psicoanálisis le transforma la vida, es una salida, junto con la poesía, es un guiño interesante.
¡El arte lo curó! Porque el psicoanálisis, a mi gusto, es un arte.
Sí, creo que es así. El personaje resuelve a través del arte también. A mí, personalmente, me ayudó muchísimo el psicoanálisis, igual que el arte y recomiendo mucho las dos cosas. El teatro también es eso, desnudarte sin exponerte completamente. Lo más hermoso que tiene esta profesión es que, a pesar de ser algo egoísta, porque, sinceramente, esto lo hago por mí, lo maravilloso es que otros lo disfruten y se puedan ver reflejados. Este espectáculo habla más de mí como ningún otro y me hago cargo de eso, la obra la imagine así. Disfruto mucho de esas tres miradas del teatro, elijo hacer esto: actuar, escribir y dirigir. Y en este sentido, Oliverio me permite integrar todo esto que disfruto hacer.
Se nota. Es un regalo esta obra para tu analista. En el final, el amor y la poesía impulsan a que Oliverio se anime a abrir una puerta. Y después de un cuestionamiento social muy fuerte, puede salir volando.
¡Cuántas capas le viste a la obra! ¡Gracias! Por un lado, el «Fin», para mí, era necesario, porque las cosas tienen fin en la vida, y se abren nuevas puertas. Al personaje lo espera una luz, salta hacia la luz. El personaje se atreve a conocer a alguien y, en ese momento, paradójicamente, se cuestiona sobre lo que desconoce y lo ya conocido. Hablo del deseo, también de perderse en el otro, de los duelos no finalizados, esto es un banquete como actor, muy divertido. Y necesitás soltar para renacer, para soltarte después de una relación. Oliverio se pregunta: ¿cómo era yo antes de estar con vos? Y también habla del desamor, toca muchas teclas, de las reglas de cómo vivimos hoy socialmente, de cómo lucha con esto este personaje. Me parece interesante que venga gente del palo de la psicología, un público rockero o intelectual, o ambas cosas, gente de teatro; pero también gente que nunca va al teatro, que llegue a distintos públicos, y eso es muy interesante. No busco que exploten las risas, quiero que se mantenga el tono comedia, pero que la obra movilice, haga pensar y sentir.
Menos mal que Oliverio empezó a robar libros, ¡lo salvo la delincuencia!
(Risas). Ese detalle habla de cómo se acusa a quien se atreve tener ilusión en su vida, en el sentido más poético. En el poema «Vuelo sin orillas», con el que se despide Oliverio, el personaje dice que quiere salir y que está mejor consigo mismo cuando aparece la poesía: el volar. Los dos, Burton y Girondo, piensan lo mismo, que la vida está llena de claroscuros. Girondo habla mucho de no tenerle miedo a la muerte ni a la vida. En su cine, a Burton le obsesionó el tema de la muerte, plantea la muerte con colores, todo eso es luminoso, porque hablan de la muerte como el final de algo que da paso a otra cosa, como un cierre, terminar algo y empezar de nuevo. Me parece más interesante esa visión porque esto es una ficción, pero la vida también funciona así.
¿Cómo te inspiraste con Alfonsina, tu libro y espectáculo anterior?
A Alfonsina la estrenamos en el Museo del Mar. Elegí estrenarlo en Mar del Plata porque me pareció interesante presentarla en la ciudad donde se despidió. Recorrimos un año y medio con la obra, la presentamos en varias provincias, a través del Ministerio de Educación de la Nación. Es un homenaje a la trayectoria de la poetisa, la obra está construida desde la biografía y la poesía estaba atravesada en determinados momentos de su vida. Alfonsina vuelve de la muerte y revisitaba su vida, contada por ella misma desde la infancia hasta su muerte. Sobre los hechos de su vida, se habla del poema que la inspiró en ese momento. El universo creativo de ella funcionaba de esa forma, por eso le di esa estructura, para mostrar por qué escribió esos poemas, como «Yo soy la loba», por ser madre soltera y poeta. La obra la interpretó una actriz muy buena, Viviana Suraniti, con la que trabajé en Desmesura. Ahí nos conocimos y la dirigí en esa obra que es anterior a Alfonsina. Hay mucho de Alfonsina que quedó en el inconsciente colectivo como una mujer oscura, atormentada, sufrida. Me parecía necesario contar los aspectos que no resaltaron los biógrafos del momento. Me basé en la que, para mí, es la mejor biografía, la de Josefina Delgado. Tenía ganas de que lo interprete una mujer, pero aportar mi punto de vista desde la perspectiva de género.
Alfonsina es un homenaje, también, a la profesora que descubrió el escritor que estaba en vos y que te propuso esta tarea. Respecto al sufrimiento de Alfonsina, parece tener que ver con haber nacido en una época en que era incomprendida.
Sin lugar a dudas. Era muy fiel a lo que pasaba a su alrededor. Y me pareció también bueno bajarla del bronce. Era de origen pobre. A los veinte años, queda embarazada de un político en Rosario, lo que fue un escándalo. Decidió venir a Buenos Aires y conseguir un lugar en la cultura. Me pareció admirable. Una mujer coherente con lo que vivía. Quise hablar de su búsqueda. Ella hablaba de violencia de género, de machismo, del lugar de la mujer en la sociedad que vivía y en la cultura, del mundo dominado por los hombres. Decía con sus poemas lo que algunos elegían callar.
¿Por qué pensás que ella decide matarse?
Es una decisión muy personal. Luchó muchísimo por conseguir su lugar en el arte y en la vida. Todo le costó sobremanera, eran épocas muy difíciles. Le detectaron un cáncer en el momento que su carrera pegó un salto. Un tiempo antes viajó a Uruguay junto con Gabriela Mistral y Juana de Ibarburu; la reconocieron como una de las grandes poetisas de Latinoamérica. Justo en ese momento, se enfermó de cáncer y en los años treinta los métodos de tratamiento eran tremendos. Los poemas «Dolor», «Yo en el fondo del mar», «Voy a dormir» dan cuenta de ello. Estuvo luchando tres años, se lo extirparon y volvió a aparecer. Era una mujer que amaba la vida y a su hijo, sentía deseo por lo que eligió, pero tenía una relación particular con la muerte. Supongo que no soporto más el sufrimiento físico y emocional. Pero creo que esa decisión incluye un gran misterio que nunca vamos a saber.
Volviendo a Oliverio y a vos, me queda una pregunta: ¿Cuando Oliverio pudo empezar a desplegar sus alas?
Cuando se hace cargo de quien es. Él nunca hizo lo que quiso, es un ser inseguro. Oliverio duda y vive en tinieblas hasta que descubre su deseo. Encuentra salvación en la poesía y descubre que tiene alas, como un ave fénix, las alas aparecen del baúl de los recuerdos, del pantano, de las cenizas, y se da cuenta de que puede volar, que pudo transformar su realidad.
Espero que sigas realizando tu deseo y puedas seguir «volando» para disfrute de todos.
¡Qué bueno! ¡Gracias! Es lo mejor que me pueden desear.