LA BIENAL DE VENECIA
Por Raúl Zuleta
Fotos: enviada especial Paula Garcia
La bienal más antigua del mundo intenta mostrar lo más nuevo del arte. En esta paradoja se presenta la tan emblemática Bienal de Venecia, en su 55.ª versión, con la curaduría de Massimiliano Gioni bajo la premisa «El Palacio Enciclopédico», cuya exhibición tiene lugar entre junio y noviembre de 2013. Esta es la incongruencia de una bienal que persiste con un modelo arcaico de un grupo de pabellones nacionales, cuyo modelo se antepone a un panorama del arte contemporáneo trasnacional donde no existen limitaciones entre las prácticas artísticas y la procedencia de los artistas. En esta perspectiva, el envío y la participación latinoamericana cobra protagonismo, ya que aporta una serie de matices y versiones a esta encrucijada bienal.
¿Cuál es el objetivo de la bienal?, ¿es un espacio de exhibición y posicionamiento de los artistas a través de sus obras, o marca el posicionamiento del imaginario cultural de una nación a través de los artistas y sus obras?, o ¿es una exhibición que actúa como un plan turístico para los viajeros ávidos de cultura? Estas son algunas incongruencias suscitadas por la Bienal. Una de estas comienza con el emplazamiento de la obra Venezia, Venezia, del artista chileno Alfredo Jaar, en su respectivo pabellón nacional. Esta obra consiste en una maqueta que actúa como una reproducción a escala de (1:60) del sector de edificios históricos Giardini, concebido para el grupo de veintiocho pabellones, los cuales son inundados cada cierto tiempo y, de esta manera, el agua, tan propia del paisaje
veneciano con su canales, resulta ser una maniobra para atentar de una forma poética y metafórica contra el sistema de la Bienal. Con este acto, Jaar cuestiona el modelo de pabellones, por ser algo excluyente y obsoleto, opuesto a un mundo trasnacional e híbrido culturalmente.
La Bienal se aferra a su viejo modelo al igual que lo hacen las viejas construcciones que sirven de pabellones, pero la realidad contemporánea del arte se contrapone a dicha sectorización nacional, pues, en un mundo globalizado donde el hacer de los artistas ya ha sobrepasado una dimensión territorial y cuya situación geopolítica ha quedado en evidencia en la propia bienal. Por ejemplo, Jaar representa a Chile, pero vive actualmente en New York, y solo ha vivido muy pocos años en su país natal. El dúo de artistas Liudmila and Nelson, que representan a Cuba, son extranjeros (nacidos en Rusia y Alemania, respectivamente, pero son hijos de cubanos emigrantes). Por otra parte, el pabellón de Brasil es curado por un venezolano, y el conjunto de artistas brasileros Hélio Fervenza, Odires Mlászho, Lygia Clark es acompañado por el italiano Bruno Munari y el suizo Max Bill. Y como un ejemplo final, aunque por fuera del margen latinoamericano, se destaca el hecho de que Alemania cedió su pabellón para artistas foráneos como Ai Weiwei (China), Romuald Karmakar (Alemania-Francia), Santu Mofokeng (Sudáfrica), Dayanita Singh (India). Del mismo modo, Francia albergó al artista Anri Sala (Albania).
Pero el debate no termina ahí, a esto se le suma otra circunstancia, como la del pabellón argentino, cuyo escándalo estuvo protagonizado por la injerencia de su propio gobierno. Como bien puede pensarse, un pabellón nacional serviría para presentar el imaginario cultural y social de un país, percepción que la Argentina aplicó al pie de la letra. La propuesta de Nicola Costantino era una revivificación de Evita, a quien concibió desde una perspectiva más humana y femenina, pero su peso político difícilmente podía dejarse de lado, y aprovechándose de ello, el propio gobierno intervino en el pabellón y, sin consultar previamente a la artista, en la última instancia, se presentaron tres documentales sobre Evita, y, en el tercero aparece la Presidenta, cuya presencia le brindó un marco político a la obra y desvirtuó la propuesta de la artista. En una línea parecida, pero sin intenciones políticas, el pabellón de Costa Rica fue concebido con el fin de dar a conocer su imaginario artístico cultural nacional, con la participación de Priscilla Monge, Esteban Piedra, Rafael Ottón Solís y Cinthya Soto, cuyas obras cumplían específicamente ese propósito. En contraposición a esta doble visión nacionalista, se destaca el artista mexicano Ariel Guzik, que, en su respectivo pabellón, hace emplazamiento de una obra que responde exclusivamente a una búsqueda personal del artista, en el que no existe ninguna referencia a su México natal; de esta forma, la obra se vuelve inconmensurable por sí misma, borrando por defecto ese marco de ser un pabellón nacional.
Manteniéndose al margen de ambas perspectivas señaladas, el pabellón de Uruguay presenta al artista Wifredo Díaz Valdéz, cuyo trabajo responde, de una forma clara, a la convocatoria y premisa curatorial de la presente Bienal de Venecia, a través de unas obras que integra unos objetos deconstruidos en madera como si se fueran vestigios arqueológicos. Pero, al contrario de este contundente pabellón, la propuesta de Venezuela, a cargo de un grupo de artistas anónimos, resultó ser un gran fracaso, pues, su reivindicación del grafiti no logró impresionar al público y su pabellón reflejó ser una débil propuesta en sí misma; y en este caso, como no existió la responsabilidad del nombre de sus artistas, el fracaso de su pabellón ensombrece el panorama del arte venezolano. Esta situación es quizá una debilidad del mismo sistema, porque no solo es el nombre de un artista con su obra lo que se pone en juego, sino el mismo nombre del país y su producción cultural. Pero como este modelo no cambia, a ello se le suma Paraguay, que participa por primera vez con un pabellón propio, con las propuestas de los artistas Pedro Barrail, Felix Toranzos, Diana Rossi, Daniel Milessi.
Finalmente, lo único que podría denominarse como Bienal de Venecia, atendiendo al propósito mismo que tendría una bienal, son justamente los pabellones de Arsenale, donde se exhibe El Palacio Enciclopédico, dedicados a la propuesta curatorial de Massimiliano Gioni. Solo en estos pabellones, la Bienal resulta ser la Bienal, donde el arte es solamente arte. Es en este espacio donde conviven las obras seleccionadas bajo esta perspectiva, allí, la nacionalidad se diluye y se pierde a cambio de una integración real diversa ausente de límites geopolíticos. En este espacio, aparecen las obras de los latinoamericanos Varda Caivano, Xul Solar (Argentina); Arthur Bispo do Rosário, Tamar Guimarães, Paulo Nazareth (Brasil); José Antonio Suarez (Colombia) y Damián Ortega (México). También, para cerrar la participación latinoamericana, se destaca el pabellón del Instituto Italo-Latino Americano (IILA), con la exposición El Atlas del Imperio, ofrendado exclusivamente a la presentación de obras de un grupo de artistas latinoamericanos.
Con la participación latinoamericana en la Bienal de Venecia, queda en entredicho el modelo de pabellones nacionales, ya que resulta ser una estructura obsoleta, la cual va en contravía de las nuevas dinámicas geopolíticas y culturales en que se da el arte contemporáneo, y que, incluso, ese modelo limita al propio arte cuando le impone, de forma directa o indirecta, otros fines ajenos a sus propósitos esenciales. Es, justamente, por este gran riesgo que la bienal más antigua del mundo necesita convertirse en la bienal más contemporánea del mundo.
Epígrafe
Imágenes del envío de Argentina, México, Perú y del Palacio enciclopedico.