Por Raquel Tesone

Fotos: Mariano Barrientos

Un hombre frente al televisor hace zapping hasta que su control remoto no responde. La fijeza de una imagen en blanco y negro con una mujer que mezcla diferentes idiomas en su discurso y que nos confronta a ver que hay un mundo detrás del aparato. Personajes vestidos de negro que sobrevuelan a este hombre para luego aterrizar y sostener una lucha con él. Lo atrapan dejando que un rayo de luz lo vaya succionando y electrizando hasta hacerlo desaparecer. Así comienza este espectáculo, en el que el público, a partir de los estímulos sonoros y visuales, se topa con el aislamiento de un hombre al que las imágenes del televisor, en su recepción pasiva, lo terminan alienando. La cuestión que aborda este espectáculo se pone de relieve cuando este hombre se siente encerrado dentro del televisor y quiere salir desesperadamente. Su cuerpo se robotiza, su esqueleto se multiplica y se desarma, y esta situación se puede interpretar como el trastorno que padece un cuerpo que no siente, que es puro esqueleto vaciado de emociones.

A la mujer también cree controlarla, igual que a un televisor, con el control remoto. Y ella se deja manejar como una marioneta, hasta que logra conectarse con sus sentimientos, abrazarlo y «elevarse» en ese abrazo con él.

El televisor es un significante a partir del cual podemos enlazar diversos significados: la información fragmentada del zapping que nos tritura la cabeza, y también como símbolo de una sociedad que aliena si nos quedamos apresados sin poder mirarla y cuestionarla desde afuera.

Este hombre se debate consigo mismo y se demanda: ¿qué hago con toda esta información? ¿Cómo salgo del televisor o de un mundo que me captura desde una sola dimensión? La respuesta parece venir del universo onírico, de esa posibilidad de soñar y de crear arte a partir del vacío de sentido que conlleva ese lleno de información. Este hombre, que puede dejar de recibir los estímulos del televisor pasivamente y que puede hacer un remix de toda esa información para crear algo nuevo, es

un ser que logra, a partir de lo dado, crear nuevos universos. Es quien deja de estar pendiente del control remoto y que logra perder el control; es quien, al tomar su guitarra, toca una canción conocida y la canta desde su autenticidad y crea su canción. Y esto es lo que nos hace únicos a los seres humanos.

Con esta propuesta, Leo Kreimer muestra a través de su arte que «la realidad es una proyección de tu deseo», y que es el deseo el que nos hace individuos singulares. Es gracias a este deseo que podemos imaginarizar y abrirnos a los diversos modos de construir, a partir del universo dado, una nueva realidad. De esto trata el remix como producto cultural del mash

up. Desde lo musical, se manifiesta en la mezcla de canciones y, desde lo teatral, en el manejo del espacio y de los cuerpos, con lo que da lugar a la invención de otro lenguaje artístico.

Aquí se integran diferentes elementos, desde el mix de dos o tres canciones con el que arranca el grupo Varsovia hasta la diversidad de diferentes estilos musicales, como electrónica, rock, grunge, soul, y la mezcla de todos estos en una armonía que gesta otro estilo. Lo más novedoso es que este soporte musical se enlaza con el lenguaje teatral desde lo corporal e involucra el espacio aéreo, en un mix con lo cinematográfico. Todo esto acompañado de proyecciones en vivo que, en conjunto, generan un concepto estético original en el que la dimensión onírica es relevante. Esta nueva expresión artística, con el público implicado, como dentro de un sueño, es una experiencia revulsiva que inevitablemente trastoca al espectador. Tanto es así que, al salir del Galpón Guevara, solo deseamos, de forma real y metafórica, romper el televisor para seguir soñando.