La negligencia en Chérnobyl 34 años después
Por Ayelen Dichdji
El mes pasado se cumplió un nuevo aniversario del mayor accidente nuclear del Siglo XX.
El 26 de abril de 1986 quedará en la memoria de la humanidad como recordatorio del desastre nuclear más importante de la historia.
La explosión tuvo lugar en el cuarto bloque de la central nuclear de Chernóbyl, que se encontraba a solo 120 kilómetros de la capital ucraniana de Kiev y cerca de su frontera con Bielorrusia. Para la década de los ochenta del siglo pasasdo era una de las centrales nucleares más grandes del mundo y fue diseñada como programa militar estratégico de la armada soviética. Pero ¿qué ocurrió? ¿Cómo pudo haber explotado una central nuclear? La respuesta no es unívoca, al contrario, se compone de una combinación de múltiples factores: el desconocimiento, la impericia, la inoperancia, bajos niveles de seguridad, el ocultamiento de información, nefastas decisiones políticas y falta de reacción por parte de los operadores (quienes no estaban preparados para realizar la prueba de seguridad que desencadenó la tragedia).
La tétrica noche el 26 de abril se intentó ejecutar un experimento que, se supone, debía poner a prueba el rango inercial del turbogenerador del reactor nuclear. Para ello se debía, primero, bajar la producción enérgica hasta el nivel de paralización de la reacción nuclear en cadena; luego, aumentar de producción enérgica de los operadores y, finalmente, proceder a la suspensión de la conducción del agua de refrigeración al reactor. Sin embargo, estas acciones resultaron en un sobrecalentamiento del combustible y destrucción de la base del reactor.
En otras palabras: el sobrecalentamiento desmedido del núcleo del reactor generó que su tapa, de mil doscientas toneladas, dejara de existir permitiendo así escapar materiales que formaron una nube radiactiva que afectó, en distintas intensidades, a trece países de Europa central y oriental: Bielorrusia, Rusia, Ucrania, Escandinavia y gran parte del oeste de Europa. Con el tiempo se supo que el hecho de retirar todas las barras de control de la parte activa del reactor, unido a la creciente capacidad del reactor, hicieron que la explosión fuera inevitable.
Hablamos de fatídicas decisiones ya que, entre otros motivos, el accidente ocurrió durante el turno nocturno cuyo equipo de trabajo no estaba capacitado para realizar el experimento. La catástrofe sanitaria y ambiental que desencadenó Chérnobyl refleja la negligencia política y la nefasta instrumentalización que se hizo de la ciencia. Fue un siniestro sin precedentes que terminó por liberar un nivel de radioactividad 500 veces superior al de la bomba de Hiroshima.
No obstante, los líderes de la Unión Soviética pretendieron no sólo minimizar el hecho, sino también esconder las consecuencias reales. El mundo no debía enterarse de este fracaso. Aunque las evidencias eran insoslayables: la nube de humo que cubría el cielo de Europa era difícil de tapar hasta para la KGB. Transcurridos casi 20 días después del accidente el secretario general Mijaíl Gorbachov leyó un informe en el que admitió la magnitud de la tragedia, pero era tarde.
Según los datos proporcionado por la Organización Mundial de la Salud, «el número total de defunciones ya atribuidas a Chernóbil, más las muertes de trabajadores de servicios de emergencia y residentes de las zonas más contaminadas que se producirán en el futuro como consecuencia del accidente, se estima en 4.000 aproximadamente. Esta cifra comprende los 50 agentes de servicios de emergencia que sucumbieron al síndrome de irradiación aguda y los nueve niños que murieron de cáncer de tiroides, así como un total estimado en 3.940 defunciones por cáncer y leucemia provocados por la radiación entre los 200.000 trabajadores de servicios de emergencia que intervinieron en los años 1986 y 1987, los 116.000 evacuados y los 270.000 residentes en las zonas más contaminadas (un total de aproximadamente 600.000 personas). Estas tres principales cohortes recibieron dosis más altas de radiación que el resto de las personas que estuvieron expuestas a la radiación de Chernóbil». Empero, resulta complejo cuantificar con exactitud el daño real causado y el total de defunciones dado que un desastre de esta magnitud no culmina ni en el corto ni en el mediano plazo. Es más aún en la actualidad la zona se encuentra deshabitada y los efectos nocivos prologados de la radiación siguen cobrándose vidas.
En tal sentido, la OMS asegura que «la mayor parte de los isótopos del estroncio y el plutonio quedaron depositados dentro de un radio de 100 km del reactor dañado. El yodo radiactivo, que fue causa de gran preocupación después del accidente, tiene un período de semidesintegración breve y ya se ha desintegrado del todo. El estroncio y el cesio, con su período de semidesintegración más largo, de 30 años, aún persisten y seguirán siendo motivo de preocupación en los próximos decenios. En cuanto a los isótopos del plutonio y al americio 241, que persistirán tal vez por miles de años, su contribución a la exposición humana es baja».
Las zonas de Bielorrusia, Rusia y Ucrania se vieron notablemente contaminadas por el material radioactivo dispersado. Las ciudades cercanas a la planta nuclear tuvieron que ser evacuadas. Tanto la agricultura como la ganadería se vieron gravemente afectados y fue uno de los problemas más graves que se tuvieron que afrontar con posterioridad al accidente. El material radioactivo afectó tanto la tierra como el agua en las zonas de cultivos y hoy en día existen zonas rurales que continúan contaminadas.
El área forestal también contiene altos niveles de radioactividad de larga vida. En tal sentido, los ecosistemas forestales tienen una importante capacidad para absorber la radiactividad e impedir que se difunda a zonas cercanas. Victor Ipatyev, director del Instituto Forestal de la Academia Nacional de Ciencias de Bielorrusia, asegura que los bosques «actúan como barreras físicas para las masas de aire en movimiento, y gran parte de las partículas radiactivas que penetran en el bosque se depositan en él. Por lo tanto, los bosques absorbieron más del 80% de la radioactividad derivados de Chernobyl. Al incorporar este material, actúan también como barreras biológicas contra la difusión de la radiactividad». Sin embargo, Ipatyey sostiene que hay un riesgo extra de que plagas, enfermedades e incendios que puedan extender los radionúclidos lejos de las zonas forestales contaminadas. Por esta razón, en particular, los bosques contaminados deben ser constantemente vigilados y protegidos contra incendios para evitar la difusión de la radiactividad.
La industria pesquera también afectada debido a los sedimentos fluviales y lacustres, así como los suelos bañados por el agua contaminada. Asimismo, se han detectado malformaciones en diversas especies animales y vegetales en las zonas aledañas a la planta. Pese a esta situación, la naturaleza igualmente comenzó a reproducirse.
Durante el 2019 un grupo de más de 30 investigadores de Ucrania, Francia, Bélgica, Noruega, España, Irlanda y Reino Unido, que se especializa en los estudios vinculados a las consecuencias ambientales de la tragedia de Chérnobyl, presentaron y debatieron los últimos resultados de sus análisis en Portsmouth (Inglaterra). Se incluyeron estudios sobre grandes mamíferos, aves nidificantes, anfibios, peces, abejas, gusanos, bacterias y la descomposición de las hojas. Los trabajos presentados mostraron que en la actualidad la zona de exclusión alberga una gran biodiversidad en ausencia, claro está, de actividades humanas en el lugar. Paradójico ¿verdad? Una demostración sobre la complejidad de la naturaleza, que como un mundo en sí mismo, sin la presencia del hombre en ella, trasciende los ciclos vitales.