Abelardo Castillo: «Escribo cuando puedo»
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Por Gonzalo Figueroa
El escritor Abelardo Castillo hace un balance de su presente, a medio siglo de su primer libro de cuentos, su primera obra de teatro y El escarabajo de oro. Habla sobre el oficio de escribir y su familia espiritual.
Se pueden decir tantas cosas de Abelardo Castillo. Es uno de los referentes de la Generación del 60. Fundó históricas revistas literarias como El grillo de papel y El escarabajo de oro, muy importantes en su época, que recogieron la tinta de los escritores e intelectuales más destacados, que pensaban y hacían pensar. No se puede olvidar que fue cofundador y director de El Ornitorrinco, una revista de resistencia cultural en la última dictadura. Escribe poesía, cuento, novela y teatro. En diciembre de 2011 recibió un premio de honor de la Sociedad Argentina de Escritores, y se cumplieron 50 años de la publicación de su primer libro de cuentos (Las otras puertas), de su primera obra de teatro (El otro Judas) y de la creación de El escarabajo de oro.
¿Cómo se ve ahora, respecto de hace 50 años?
Aunque se cumplieron ciertas expectativas que uno puede tener cuando es joven, creo que nadie cumple de verdad con las expectativas de la juventud, sobre todo de la adolescencia. Cuando mirás hacia atrás y te ponés en el joven que fuiste, siempre te quedás dos o tres escalones debajo de lo que hubieras querido ser.
¿Lo dice en cuanto a logros realizados?
Sí. No creo que haya ningún escritor, te diría que no creo que haya ningún hombre que pueda sentirse realizado. Sartre dice, en algún lugar de El ser y la nada, que el hombre es una pasión inútil y ve la vida humana como una especie de fracaso. Mirada desde uno mismo, la vida no es completa. Hay algo inconcluso e inacabado en la vida humana. Supongo que casi todos los artistas lo sienten con mucha fuerza; si no, no pintarían, no harían música, no escribirían.
¿Y usted qué cree que le falta? ¿A dónde le hubiera gustado llegar?
No sé, eso ya es otra cuestión. Ahí estaríamos pensando en cosas concretas; yo estoy hablando de algo casi metafísico o espiritual que no sabés dónde está. Por ejemplo, en mi novela El que tiene sed, el personaje es un alcohólico, pero no tiene sed de alcohol. Hay una sed que lo abruma y que no sacia nunca que es otra cosa. No me preguntes exactamente qué otra cosa. Puede ser la inmortalidad, Dios, el amor, la literatura, la poesía. Hay algo incompleto en el hombre, que es lo que le permite, por otra parte, seguir viviendo y seguir haciendo cosas. Si uno considera que todo lo que tiene que hacer ya está hecho, debería honradamente pegarse un tiro.
El oficio de escribir
Imagino que sigue escribiendo.
Sí, un escritor escribe siempre. Cuando yo era muy joven se publicó una antología en la que uno de los cuentos era de Borges y otro era mío. La antología era muy vasta y consistía en un cuento que uno mismo había elegido y un cuestionario donde se contestaba cierto tipo de preguntas, una de las cuales era: «¿Cuándo escribe usted?». Yo conté que escribía de noche y expliqué las razones. Pregunté qué había contestado Borges, y él había contestado «siempre», que él escribía siempre. Hacía alrededor de 20 años que Borges no publicaba un cuento nuevo. Ahí aprendí algo que es cierto: un escritor está escribiendo siempre, aunque no esté escribiendo físicamente. El acto de escribir, para un escritor, es aleatorio. Es como si estuviera juntando fuerzas o recogiendo experiencias para luego ponerlas en la literatura.
Usted en algún momento dijo que lo primero que hacía falta para ser escritor era considerarse escritor. ¿A qué se refería?
No me refería a considerarse escritor en un sentido profesional. No creo que la palabra profesional pueda adecuarse a la literatura. Hay boxeadores profesionales y boxeadores amateurs. Un escritor sería siempre una especie de amateur. Esta frase, que yo utilicé muchas veces, la decía casi textualmente Julio Cortázar. Considerarse escritor significa sentir que lo que tiene para decir es irremplazable, lo que no quiere decir extraordinario o bueno, sino sencillamente que no lo puede decir otro por él, que ese escritor que es él debe comunicarse con la gente de tal manera que otro no podría reemplazarlo. Si siente eso, es suficiente. Rainer Maria Rilke, el gran poeta checo de lengua alemana, uno de los más grandes poetas del siglo XX, le decía a una especie de discípulo que le mandaba cartas y poemas para que los juzgara: «En la hora más serena de tu noche pregúntate, ¿debo escribir?», y decía que si la respuesta es sí, no hay fuerza que lo pueda impedir.
¿Casi como una cuestión de destino, de fatalidad?
Pero una fatalidad elegida. Yo no creo en el destino elegido por los dioses, o por los espíritus del mal, o por otro. La elección del destino es propia y ese destino debe elegirse casi todos los días.
Muchos escritores suelen ser rutinarios y toman a la escritura como un trabajo con todo el rigor del taylorismo, con horarios precisos, minuciosos, estandarizados. Todo bajo la orden implacable de un jefe: la propia conciencia.
¿Tiene alguna rutina al momento de escribir?
Algunos escritores tienen rutinas que respetan religiosamente. En general, son escritores que se levantan temprano, escriben durante la mañana, corrigen lo que escriben a la tarde, y luego sacan a pasear al perro. Estoy pensando en Thomas Mann, por ejemplo; pero yo no soy ese tipo de escritor. Escribo cuando quiero, aunque ese quiero podría ser reemplazado por el verbo poder: escribo cuando puedo.
¿Lee a escritores nuevos o no se aventura en esa tarea?
Sí, leo. Me aventuro relativamente, porque la cantidad de escritores nuevos que hay no es infinita, pero es numerosa hasta lo incalculable. Uno no puede estar leyendo permanentemente escritores nuevos, pero cuando alguien me recomienda con vehemencia algún autor y yo tengo fe en la opinión del que me está recomendando el libro, sí, por supuesto, lo leo.
A muchos escritores no les gusta hablar de autores contemporáneos (menos aún de coterráneos), porque el olvido hace que alguno quede sin nombrar y eso, en un mundo en el que la mayoría se conoce, genera celos, enojos. Y no le pregunto por ellos. Sin embargo, hay una consulta que no se puede obviar:
¿Qué está leyendo en este momento?
Un libro que se llama Una letra femenina azul pálido, de Franz Werfel, un escritor que me recomendó Sylvia.
A los dieciocho años, Castillo comenzó a llevar un diario de su vida. Todavía lo está escribiendo. Es un bloque de unas dos mil páginas, de las cuales quizás haga una selección, porque le sugirieron publicar un fragmento.
¿Planea publicar el diario que está escribiendo?
Nunca planeo publicar: sólo escribo; luego veo si es publicable o no. Para mí la publicación es aleatoria. Lo sustantivo es la escritura, lo adjetivo la publicación.
¿Piensa en el lector?
No. Sé que existe, pero si pensara en el lector me condicionaría. Lo único que me interesa cuando escribo son los personajes sobre los que estoy escribiendo.
¿Cuánto tienen de autobiográficos sus textos?
Yo siempre sospeché que todo es autobiográfico. Nadie puede salirse de sí mismo para escribir.
¿Y en el caso de su alter ego, Esteban Espósito?
Es una especie de Abelardo Castillo mejorado o empeorado, con algunas virtudes que tengo y algunos defectos que no, pero llevado al extremo. Esteban Espósito es el escritor alcohólico que yo fui.
Familias espirituales
En alguna entrevista leí que usted habla de su familia espiritual. ¿A qué se refiere?
Cuando alguien me pregunta qué debe leer, le respondo que en una vida razonable no hay tiempo para leer ni la lista de los libros que uno debería leer. Sin embargo, hay un método que juzgo apropiado para poder seleccionar los libros, los autores que uno debe leer. Si te gusta mucho un escritor, digamos Hermann Hesse, como me pasó en mi adolescencia, seguramente ese escritor va a citar a otros escritores y va a citar a músicos y pensadores. No se puede leer a Hesse sin ir a parar a Novalis o a Nietzsche o a la música de Mozart. Si a ese autor que vos admirás profundamente le han gustado esos escritores o esos músicos, sería casi imposible que no te gusten también a vos, porque ese hombre está hecho de esas lecturas y esas influencias; y en cada uno de esos autores vas a encontrar algo así como un pariente. Lo mismo cuando leas a ese otro escritor: ¿a quién cita, de dónde viene, cuáles son sus vínculos? Uno lee a Hesse, él dice que le gusta Nietzsche. Nietzsche afirma que el único escritor que le hubiera podido enseñar algo es Dostoievsky. Bueno, si vivís lo suficiente, cuando querés acordarte tenés unos cuatro o cinco mil libros que están relacionados entre sí. Mi familia espiritual es vastísima: tengo unos siete mil libros y casi todos están vinculados de alguna manera.
¿Quiénes serían los padres de la familia espiritual de Castillo?
Los escritores del siglo pasado que yo venero son Sartre, con el que se formó toda mi generación, Thomas Mann, el Gide de Los cuadernos de André Walter, su primer libro; Rilke con Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, una novela formidable que probablemente sea uno de los antecedentes de La Náusea sartreana, y El lobo estepario de Herman Hesse. No puedo sacar de esa lista a Los hermanos Karamazov de Dostoievsky, ni al que considero el más grande: Tolstoi, que junto con Cervantes es uno de los mayores novelistas que han existido. Tampoco puedo sacar al teatro griego, a La Ilíada, La Odisea o Gilgamesh. Los argentinos que han influido sobre mí han sido Borges, Marechal y Roberto Arlt. Llega un momento en que tu familia espiritual es bastante más vasta que la familia real y mucho más querible.
Sobre todo más querible, por los vínculos que tiene.
Claro, y porque la elegís vos. En la familia verdadera de cada cual, salvo alguna excepción que yo desconozco en la realidad, siempre hay alguna persona que si no fuera de tu familia no aceptarías saludarla. En esa familia espiritual son todas buenas personas, por lo menos para mí.