“Amor propio o el arte de hacerse poesía”
Por Ana Frandzman
La expresión amor propio aparece como un slogan que, en boca de todos, resuena en un «amándome a mí mismo puedo amar a los demás». Operando como un imperativo al cual no se sabe muy bien cómo responder, propongo volver a la pregunta, al estilo de Raymond Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? / propio?, como el arte de desentrañar un modismo.
Al igual que el sujeto, un término toma forma en relación a la época en la que se encuentra, no hace mucho tiempo el amor-propio tenía mala prensa, era considerado como una forma de egoísmo. Atravesando esa concepción estaba la idea de sacrificio, era necesario actuar en detrimento de uno en orden de poder prestar interés a los otros.
En cambio, hoy en día, esta expresión ha proliferado de manera tal que se ha vuelto casi ineludible a la hora de hablar de amor. El hecho de que haya ganado tanto territorio la vuelve un tanto peligrosa, ya que cuando un concepto se multiplica de este modo, se vuelve inmóvil, como un cartel luminoso que opaca a lo que hace referencia. Amor-propio, como un slogan que está en boca de todos, que resuena en la idea de que «amándome a mí mismo puedo amar a los demás», opera como un imperativo al cual no se sabe muy bien cómo responder.
Es interesante cómo estas dos palabras, amor y propio, parecen funcionar en una cierta conjunción que coagula su significado y lo vuelve tautológico. Roland Barthés en «Fragmentos de un discurso amoroso» dice sobre el te amo «es una figura cuya definición no puede exceder el encabezado», algo de esto, a mi entender, pasa con el amor-propio: cuando intentamos definirlo, lo condensamos.
Encuentro entonces más interesante poder aproximarse a esta noción desarmándola, poniéndola en movimiento porque justamente, creo que es algo de esto lo que se pone en juego. Toda nominación donada puede entrañar una dominación si no existe algún proceso de extrañamiento de la misma, poder cuestionarla, alejarse, y luego reapropiarse de ella, o no.
Pensemos, por ejemplo, lo que sucede con el nombre propio, el significante más elemental en el que nos reconocemos es otorgado por un otro, no habría nada más impropio que el nombre propio, eso no quiere decir que no podamos agenciarnos en él, pero es necesario cierta oscilación, un movimiento que es en su ir y venir, como el de una ola.
Somos en tanto hablados, incluso desde antes de nacer, el conocido summum cartesiano «pienso luego existo», podría discurrir en un «me hablan, por eso sé que existo» ya lo dijo Mallarme en una conversación con Degas «no es con las ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen los versos. Es con las palabras»; creo que con nosotros pasa algo parecido.
Nuestros cuidadores sancionan nuestro llanto o grito, lo significan, para que devenga laleo, el cual luego dará paso al advenimiento de la enunciación de la palabra. Simultáneamente al modo en el que nos hablan y nos cuidan, se produce una afectación del cuerpo, serán las primeras coordenadas para que podamos habitarlo. Así es como se va trazando un borde en el que nos distinguimos del otro, en la medida en que estamos unidos estructuralmente a él.
De este modo, lo propio y lo im(propio), lejos de ser términos binarios, se inmiscuyen develando del borde su paradoja: une al mismo tiempo que separa. Ese borde como un trazo, marca de la herida de la ex-sistencia, se vuelve un remanente de la imposibilidad de ser nos(otro)s sin el otro. Ese borde, a su vez, delimita un territorio, el borde de la piel como territorio del cuerpo. Deleuze dice que cuando se constituye un territorio nace el arte, para él un territorio se delimita por medio de posturas: besarse, levantarse. Una postura, si no se inmola en la pose, radicaliza la potencia del movimiento, como aquella acción que habilita un cambio de posición.
Michel Foucault plantea que la dominación es un hecho o un estado de inmovilidad, de fijeza que no permite reversibilidad de lugares. En cambio, la relación de poder es aquella que permite a cada participante adoptar una estrategia que puede cambiar, dónde hay movilidad en las posiciones, y agrega que sólo podrán establecerse relaciones de poder entre individuos libres. Ejercer el poder como no-dominación, es decir, que la libertad esté en consonancia con el movimiento implica que quien se encuentre en estado de dominación estará en el lugar de esclavo, de un otro/de sí mismo.
Foucault propone que esta libertad se alcanza a través del cuidado de sí que define como «un conjunto de prácticas mediante las cuales un individuo establece una relación consigo mismo», esta idea pone el acento en un hacer que tiene que ver con conocerse a sí mismo, estableciendo una inmanencia entre saber:conocerse y poder: hacer. También dirá que no alcanza con ser libre, la libertad no sería algo que se conquista de una vez, sino más bien que hay que hacerse libre por medio de la práctica de la misma. Llamará tecnologías del yo al ejercicio de estas prácticas que, por cuenta propia o ayuda de otros, operan sobre nuestro cuerpo y alma, y nos permiten transformarnos.
En la palabra tecnología, se esconde una pista, el prefijo tecno, viene del griego techné que quiere decir arte y también técnica. Cuidar de sí es poder conocerse a través de la técnica del hacer como un arte o un arte de hacer, un movimiento de ir y volver, de una palabra que vaya de lo intransitivo a la transitividad, ir de la pose a la posibilidad es habitarnos en movimiento.
Estar advertidos del modo de hacer con la palabra es ser «sujetos de nuestras propias prácticas», si el cuerpo está hecho de palabras, la relación con la palabra dará cuenta de la relación con el cuerpo. Cuando la palabra se vuelve rígida, se enquista, nos domina, nos volvemos esclavos, si la palabra se mueve podemos establecer una relación subversiva, de poder con nosotros mismos y con nuestro cuerpo como territorio. La libertad como una ética del movimiento, es también política, porque afecta a nuestro cuerpo y el de los otros. Preciado dice «toda política es del cuerpo», el cuerpo como lugar dónde opera un discurso, la palabra como unidad de poder trastocar lo dado.
En esta clave, no será lo mismo amar-se que hacer-se amar, la primera estaría más ligada al ser, «ser amado» como una cuestión estática, como una posición inmutable que se posee. Hacer-se amar en cambio, es volverse poeta, poesis viene del griego poeio que significa hacer. Poesis también quiere decir creación de sentido, hacer-se amar es relacionarse con el sentido en su movimiento: a(r)marlo, (des)a(r)marlo, (re)a(r)marlo. Pensar la palabra como territorio de elongación, suspender la certidumbre de en una posición, estar haciendo en lugar de ser, es poder transformar ese poseía en poesía.
Foucault dice que el sujeto es una forma, yo agrego abstracta, amarse a uno mismo podría tener que ver con hacerse una obra de arte, con una perspectiva que produzca relieve, como una ola que solo existe en su recorrido, ya lo dijo Nicanor Parra «todo lo que se mueve es poesía».
Bibliografia
- Barthes, Roland “Fragmentos de un discurso amoroso” 2 ed.7 reimpr. Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2018
- Carver Raymond “¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?” Barcelona: Anagrama 1993
- Deleuze, Gilles “El abecedario” Traducción Raúl Sánchez Cedillo
- https://laciudadrevista.com/entrevista-con-michel-foucault-la-etica-del-cuidado-de-uno-mismo-como-practica-de-la-libertad/
- Preciado, Paul “Manifiesto contrasexual” Barcelona, Anagrama 2011
Las imágenes son de la fotógrafa Inés Dorado y corresponden a parte de su obra publicada en @peludafeliz.
El juego de palabras es de Ana Frandzman, forma parte de su proyecto #trozeada y diseño gráfico es de Caterina Colaneri: @cate.caterina