La maciza puerta de roble
Por Laura Belén Arias
Casa Tomada es un cuento breve de Julio Cortázar, que deviene de una pesadilla que él tuvo una vez. Forma parte de su libro Bestiario que escribió casi enteramente en la ciudad de Chivilcoy, donde residió desde agosto de 1939 hasta julio de 1944.
«Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar».
Julio Cortázar, Casa Tomada, 1947
El silencio y el detenimiento se hacen presentes a modo de respuesta ante aquello de lo que nada podemos decir. Lo innombrable: eso a lo cual el lenguaje no le tiene nada asegurado. Cuestiones sin resolver, de lo que no se habla, de lo que nada se puede significar; por tanto nunca podemos saber de lo que se trata. Como lo escondido en lo más profundo, lo desconocido. Este cuento nos habla sobre esto. Irene y su hermano guardan un secreto, ambos lo «saben», pero sobre eso nada quieren «saber». Lo aceptan, lo resguardan, lo esconden, lo soportan, conviven con eso; pero no lo enfrentan. A la casa ellos le deben todo, inclusive la imposibilidad de haberse casado. Le deben los recuerdos, la herencia, la limpieza, el mantenimiento, le deben su tiempo, su dedicación, su cuidado. Le deben la detención, el aburrimiento, los silencios. Le deben la elaboración, el anudamiento, el tratamiento, la ligazón; algo que Irene intentaba con sus tejidos: hacer algo con eso que le fue heredado. Tejer algo necesario, como decía su hermano, con aquello que tenía. Con sus tejidos -a los cuales Irene se dedicaba gran parte de sus días- intentaba «entrelazar», ligar, hilar las circunstancias. Pero así como sus tejidos resultaban a veces fallidos, lo que trataba de desarmarse no perdía su forma, o por lo menos tardaba en perderla. Al igual como ocurre con lo que ocultamos: queda marcado, detenido, silenciado, deja huellas. Y esas huellas quedan, aunque las marcas se resisten a desistir, insisten.
Lo indecible queda oculto; pero deliberadamente oculto, ya que se trata de una decisión, de una posición: no se oculta sino con sus represalias, con consecuencias, con insistencias, con renuncias. Los hermanos no se hacen los desentendidos sobre lo que ocultan, pero lo toman con demasiada liviandad. Siempre que tomamos una decisión viene de la mano con una responsabilidad, y esa responsabilidad inaugura una respuesta. Es decir que estamos «forzados» a responder. La cuestión es de qué manera, con qué recursos, cómo nos enfrentamos a las consecuencias. ¿Respondemos? ¿Ignoramos? ¿Enfrentamos? ¿Evadimos? ¿Tomamos una posición activa o pasiva?
Para Freud, la mente humana cuenta con una barrera represiva, una especie de protección de aquellas cosas de las que no queremos saber. Irene y su hermano no sólo tenían esa barrera psíquica, sino que también la tenían en su casa: la maciza puerta de roble. Puerta que se hace presente durante todo el relato, que es nombrada al menos unas 8 veces. A quien le deben su propia existencia, porque sin ella, no podrían convivir, ni entre ellos, ni con los ocupantes. La puerta es quien mantiene el equilibrio, la limpieza de los pensamientos. Es quien divide, no interpela, funciona como barrera. No da respuesta, sólo esconde, protege. Nunca van a esos lugares de los cuales la puerta los separa; los aísla de ese terreno peligroso. Es la que repite, itera. Es el sostén divisor de los pensamientos.
Esta casa, su casa ahora, una casa antigua plagada de recuerdos, historias, generaciones, interrogantes, secretos, en sí misma representa la vida psíquica de sus ocupantes.
Nada es gratuito en esta vida, todo conlleva una renuncia, una pérdida. Si de algo no queremos saber, algo se va a llevar, a algo tendremos que renunciar, así sea a nuestra propia libertad. Qué perjudicial que resulta no hacerse cargo de lo que hay que hacerse cargo; no responder, es decir, no hacerse responsable de aquello que forma parte, que deliberadamente intentamos ocultar, que deliberadamente transformamos en inexistente. Lo no resuelto es siempre una amenaza, se torna en una invasión, una intrusión. Adviene la angustia, la pesadez, el sufrimiento, la tristeza. Aquello de lo que no nos hacemos responsables, y forman parte de nuestra vida psíquica, aquello que queremos sepultar, siempre va a insistir, puja por hacerse presente. Lejos de desaparecer, deviene. Se va tornando algo cada vez más difícil de evitar. Lo no ligado, no elaborado, no tramitado ni transitado, se va haciendo cada vez más presente, más grande, va «tomando» cada vez más el espacio, nos vuelve más prisioneros. Dejarse estar, no accionar frente a aquello que nos aqueja, elegir una ingenuidad deliberada, nos acerca cada vez más a lo extremo. Acallar esas voces, apaciguar los pensamientos, evitarlos, nos torna cada vez menos libres. Si a esto respondemos con el detenimiento, el silencio, dejamos de lado la gran posibilidad que nos entrega el lenguaje, que es la elaboración por vía de la palabra. Es la gran primer idea fundamental del psicoanálisis: la curación por medio de la palabra.
Este cuento trata fundamentalmente de la responsabilidad, y las posibilidades que nos damos a nosotros mismos de resolver los conflictos, de hacer presentes esas voces o recuerdos que nos angustian. Siempre los ruidos que atormentan a estos hermanos del relato, son a sus espaldas, porque jamás se atrevieron a enfrentarlos. Ambos guardaban un pacto: de aquello no se hablaba; y lo que advino con ese pacto de silencio, se volvió aún peor que aquello que ocultaban. Tuvieron que abandonar su propia casa, dejar todas sus pertenencias, aceptar ese destino, sin siquiera atisbar un espíritu de lucha y libertad.
Este cuento nos acerca, nos involucra con una realidad a la que muchos de nosotros podemos dar cuenta: el manejo que tiene sobre nosotros aquello de lo que nada queremos saber. La mente puede sentirse invadida por pensamientos desagradables, molestos, incómodos, inconciliables con la vida misma, y nos debemos el accionar frente a esto.
Este cuento de Cortázar es una buena oportunidad para pensar en la complejidad de nuestra mente y comprender el valor de hablar acerca de lo que no está abrumando. La casa tomada representa una mente inquietante, que guarda y resguarda pensamientos que se alejan de lo soportable, ocultando en sus paredes y puertas de roble una realidad invadida, no resuelta, amenazante, intrusiva desde lo «Real».