CLAVES PARA VER A JEAN-PIERRE MELVILLE
Por Maximiliano Curcio
CON SABOR FRANCÉS
Con apenas veinte años de edad y siendo un amante de la literatura, Jean-Pierre Grumbach cambia su nombre de nacimiento dada la admiración que siente por el escritor norteamericano Herman Melville, autor de la emblemática novela Moby Dick. Este estandarte del cine francés realiza su primer film titulado El Silencio del Mar, al margen de la industria y con un bajo presupuesto, en 1949.
Su corpus autoral es un apasionado compendio de influencias que conjuga las convenciones narrativas del medio francés y la iconografía noir norteamericana, género del cual se lo considera un especialista: abreva en el tratamiento estilístico del cine negro de Josef Von Sternberg, en la ficción documentada de Jules Dassin, en la dilatación temporal de Robert Bresson, en la profundidad de campo de Orson Welles, en la claustrofóbica escenografía de Carl T. Dreyer y en la narrativa clásica de literatos como Jack London y Edgar Allan Poe.
Jean-Pierre Melville trabaja en dos géneros principalmente: el drama moral, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, y el cine negro de inconfundible impronta personal, hasta catalogar su propia mirada sobre este como una variante del transitado policial. Condimentado por el western urbano e inspirado en las tragedias clásicas, yuxtapone elementos poéticos en universos ultrarrealistas. Con habilidad, apuesta por una sustracción informativa del relato propiciando una descripción minimalista y una dilatación de acciones que transmiten verosimilitud. Nótese que el autor utiliza fragmentos documentales, como imágenes reales, y muestra la violencia de forma explícita, sin sentimentalismo alguno.
De gran tradición literaria, su obra alcanzó niveles de altísima calidad gracias a la adaptación de Los Niños Terribles (1950), sobre la novela de Jean Cocteau y con guión del propio maestro del surrealismo. Los personajes que viven a través de sus mundos de celuloide son estereotipos basados en caracteres de novela (el clásico detective privado), idealistas y estoicos —con finales fatalistas y liberadores—, interpretados de forma austera por grandes estrellas europeas: Alain Delon, Jean-Paul Belmondo y Gian-María Volonté.
Su homogénea obra posee sellos característicos que traslucen su hondura intelectual y estética. Como marca registrada, utiliza diálogos realistas, sin aditamentos, haciendo convivir silencios bien característicos. Destaca el carácter fetichista del vestuario —heredero del noir norteamericano y sus citados detectives novelescos—, en idéntica magnitud que las escenografías, también arquetipos reconocibles de género. Melville prefiere espacios desérticos que transmitan sordidez y tiene predilección por los claroscuros en blanco y negro, así como por tonalidades grises.
Ávido experimentador del lenguaje, gusta jugar con los encuadres y las simetrías, al tiempo que posee especial preferencia por los primeros planos. Todas estas variantes están presentes en films fundamentales como El Confidente (1962), El Silencio de un Hombre (1967), El Ejército de las Tiniebles (1969) y Círculo Rojo (1970).
El cine de Melville, como aquel de todo gran creador de su oficio, evade lugares comunes. Destacó en plena era de la Nouvelle Vague, cuando el medio audiovisual galo se nutría de talentos como Francois Godard, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Jacques Taty y Robert Bresson. Un prolífico olimpo autoral al que el director nativo de París pertenece. A propósito de sus influencias, la crítica lo denominó, irónicamente, «el cineasta más francés de los americanos». Falleció en 1973, tenía apenas sesenta y cinco años de edad.