Claves para ver a Werner Herzog- La quimera del héroe moderno
Por Maximiliano Curcio
De profunda formación autodidacta, Werner Herzog se instruyó en el campo del cortometraje, para luego ser subvencionado por el Instituto de Cine Alemán, con miras a promocionar a insurgentes cineastas dentro del incipiente movimiento del Nuevo Cine Alemán que lo tendría como protagonista de la prodigiosa década del setenta. Su ecléctica trayectoria combinó largometrajes, documentales, dirección de ópera y redacción de guiones.
Inclusive a la fecha, el germano Herzog es un enigma contradictorio. Crea historias y mundos desde los más azarosos territorios y lugares. Curioso explorador de sueños y creencias convertidas en celuloide, Aguirre: la Ira de Dios (1972) lo situó en el radar cinematográfico mundial. Su obra es poesía en movimiento, que se articula por medio del lenguaje, como un pintor haría con su paleta o un escritor, con su pluma. Su filmografía nos lega un grado de perfeccionismo y detallismo obsesivo que podemos ver de manifiesto en la elogiosa reversión que realizara del clásico de F.W. Murnau, Nosferatu, en 1979, con una inconmensurable y bella Isabel Adjani.
Herzog encuentra formas de crear narrativas ficcionales de modo documental y viceversa. Dúctil en ambas facetas del discurso cinematográfico, nos ha brindado poderosos retratos dramáticos: El Enigma de Kaspar Hauser (1974) y Woyzeck (1979) ilustran su obra más temprana. El alemán es un contador de historias en búsqueda de su verdad cinéfila hacia múltiples direcciones. A menudo, lleva al extremo de la extenuación la dirección actoral. Imposible resulta no mencionar su antológico enfrentamiento con Klaus Kinski, cuya caótica relación fue plasmada en el documental de su autoría Mi Enemigo Íntimo (1991).
La quimera de Fitzcarraldo (1982) es el epítome de su desbordada creatividad. Tal y como fuera plasmado en Conquista de lo Inútil (Diario de filmación), un hombre fiel a sí mismo, como metáfora «del triunfo de la ingravidez de los sueños sobre la pesadez de la realidad», valida su mirada. En Herzog, un progreso narrativo perturbador proporciona un gradual avance del relato. Su enfoque argumental no reserva, para el espectador, zona alguna de confort. Ningún cinéfilo de pura cepa podrá conformarse, de manera exclusiva, con su propia lectura acerca de la obra de este autor, sin sentirse impelido a compartir su mirada, a someterla al debate y al escrutinio con otras semejantes. Entre las diversas razones que orillan a un ejercicio de esa naturaleza, encontramos la complejidad que presenta el cuerpo de trabajo en cuestión.
Este cineasta, ganador de la Palma de Oro de Cannes y Miembro del Sindicato de Directores de Estados Unidos, hace foco ideológico en el despertar de la conciencia humana a través del arte, inclusive sumiéndonos en derroteros de corrupción moral e institucional (Teniente Corrupto, 2009). Herzog representa la inmortalidad creativa, absorto de su mundo alrededor en putrefacta degradación. Prueba de su versatilidad, otorga perspectivas ambiguas y reflexiona sobre nuestra especie, subyugándonos con su exquisita visión documental: Grizzly Man (2005), Encuentros en el Fin del Mundo (2008), La Cueva de los Sueños Olvidados (2010), Into the Abyss (2011) y Into the Inferno (2016) lo muestran como un curioso observador.