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11 mayo, 2012

El periodista y locutor Julio Lagos invitó a El Gran Otro a la transmisión de su programa Sábado a la noche en Radio El Mundo. En esta nota se entrelaza la trayectoria de este hacedor de radio y la crónica de compartir el detrás de escena del arte de hacer radio.

 

Por Alejandra Santoro

 

Mi primer contacto con Julio Lagos fue telefónico. En ese primer instante, donde dos voces que nunca antes se habían encontrado se chocan y abordan, me dijo que no se consideraba un personaje entrevistable. Ese fue su veredicto. Me invitó a ver su programa Sábado a la noche, que se emite todos los sábados de 22 a 24 horas por radio El Mundo, AM 1070, y ahí me explicaría por qué.

Llegó a la radio exactamente en el horario en que me había dicho, una hora y media antes de que empezara la transmisión del programa, me saludó como si ya nos hubiésemos saludado varias veces antes, creando un clima de comodidad y confianza y me dio un bombón que sacó de su bolso, acto que repetiría con cuanta persona se encontrara por los pasillos.

No me respondió todas las preguntas que tenía para hacerle a modo de entrevista, sino de una especie de anti-entrevista, enseñándome, con la humildad que sólo tienen los grandes, que la mejor forma de conocer a una persona, de responder interrogantes, de descifrarlo por completo, es viéndolo en acción, viéndolo hacer lo que realmente ama. Me dijo que no tenía sentido hablar de lo que ya había hecho porque eso era parte de su pasado y que consideraba que lo mejor que hizo, más disfrutaba y donde se entregaba enteramente era este programa, Sábado a la noche.

Julio Lagos inició su carrera como periodista a los dieciséis años, como cronista deportivo del diario El Mundo, cuando todavía no existía ningún tipo de formación o capacitación al respecto. Podría ser alguno de esos tantos personajes que describe Gabriel García Márquez en El mejor oficio del mundo, donde el escritor y periodista colombiano cuenta que hace cincuenta años atrás no estaban de moda las escuelas de periodismo, sino que se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente o en las parrandas de los viernes. Los periodistas andaban siempre juntos, hacían vida común y eran tan fanáticos del oficio que no hablaban de nada distinto que del oficio mismo. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas, «donde un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra».

Así me lo imagino a Julio Lagos algunas décadas atrás. O mejor aún, como un binomio, compuesto por dos caras. La calle, los preparativos, el armado, las investigaciones y todo aquello que defina a cierto espíritu artesano, por un lado. Por otro, un carácter vanguardista e innovador, de total adaptación a los cambios y mutaciones que pueda llegar a sufrir el medio.

Ni bien ingresamos a lo que sería la antesala del estudio comentó que el hecho de hacer radio no implica sólo emitir durante dos horas un programa, sino que tiene un antes y un después. El entregarle a la recepcionista que se encuentra en la mesa de entrada un papel donde se describe la rutina del programa, ya es un acto de radio. El programa empieza mucho antes de cruzar la puerta del estudio porque, en palabras de Lagos, «la radio es un organismo vivo». Esta frase quedó rebotando por los pasillos y haciendo eco durante un largo rato. Las dos horas de aire del programa de radio son para el locutor como la punta de un iceberg, porque el proceso que las precede y las continúa muy pocas veces se conoce. Esa misma tarde le había llegado un mensaje al celular donde la productora le contaba que uno de los invitados había cancelado la cita; había que cambiar sobre la marcha todo lo que ya estaba programado y pensado. Un organismo vivo es algo en permanente movimiento, que no se congela ni se detiene y, por el contrario, se va transformando constantemente.

La distribución de todos los papelitos con los nombres de los invitados, que servirían como aviso para llamarlos a participar, la conexión de cables, la disposición de las sillas y todo cuanto hiciera al armado del programa fue preparado íntegramente por Lagos. Este modo de trabajar se condice por completo con la transmisión en el 2007 de Despierto y por la calle, programa que le valió el premio Éter en la categoría Revelación en el año 2008, donde Julio salía a la calle de 4 a 6 de la madrugada a hablar con almaceneros, colectiveros, taxistas, amas de casa, gente que se dirigía al trabajo, gente que no tenía trabajo. Era una forma peculiar de ir en busca de las fuentes y las noticias y darle voz a los que a veces no la tienen, forma que de un tiempo a esta última parte empezó a diluirse bastante. Quizá, más que tratarse de ir en busca de las notas, se trababa de dejar que los acontecimientos te encuentren y se vuelvan noticia. Es saber escuchar aquellas voces que transitan en silencio, tocarle el timbre a algún oyente que cumple años y para quien el locutor es, a esas horas de la madrugada, su única compañía. Para él, de esto se trata la radio, no solo de informar —la información circula ya por todos lados— y menos de formar opinión. Hacer radio es acompañar, es crear ese ambiente de plena conexión y complicidad entre quienes saben acercarse y aunarse a través de la voz. Según Lagos, el medio radial debería estar desprovisto de todo tipo de influencia política, porque cuando el locutor les comenta el clima a los oyentes lo hace sin importarle a qué tipo de corriente adhieren. La radio debe poder ser autónoma y soberana.

Su faceta como innovador de los medios argentinos se manifiesta al volverse en uno de los primeros en introducir la vanguardia tecnológica, por ejemplo, a partir de la transmisión en vivo y en directo de su programa  La mañana de Julio Lagos a través de Internet en el año 1997 y, dos años después, de la instalación de una cámara en el estudio de radio para visualizar la transmisión en tiempo real, o del lanzamiento en 2005 de la Cadena Radiolagos, integrada por catorce emisoras de todo el país que transmite vía Internet y Podcasting, lo que permite escucharla a través de reproductores mp3. Durante la preproducción del programa del sábado contó que la radio es un medio que, poco a poco, se va dejando de lado; que «los oyentes tienen la mala costumbre de irse muriendo» y que, por lo tanto, se hace necesario adaptarse a los cambios e investigar cómo hacer para que las nuevas generaciones se vayan sumando al medio. Por esto mismo utiliza constantemente las nuevas tecnologías como Twitter, Facebook, Skype, escucha radios online (lo cual lo acerca a dos de sus hijos, uno vive en Miami y el otro en España) y cree que el smartphone es uno de los mejores inventos de los últimos tiempos, después del transistor, como plataforma para escuchar radio. Lagos no deja de crear puentes entre él y los oyentes, esta vez a partir de la interacción a través de las redes sociales o de una twittcam que hace la transmisión más dinámica que la que logra la cámara fija instalada en la radio.

Conocer a Julio Lagos me hizo entender que, a veces, la mejor forma de lograr una nota no es buscándola o satisfaciendo el ansia de la pregunta que el comunicador siempre tiene en la punta de la lengua, sino dejar que la experiencia te sorprenda y aprender a mezclarte con ella. Julio no respondió interrogantes, pero al finalizar el programa me regaló el papel con toda la rutina de lo que se había hecho: los músicos invitados, los colombianos que cocinaron arepas en el estudio, el chico que vende dulce de leche al exterior. En definitiva, me regaló un pedacito de aquello que significa hacer radio.

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