JUAN MOREIRA
El mito y la cultura popular
Por Ángel Robaldo
La concepción de mito en distintos momentos de la historia; un breve recorrido, del niño que se encandilaba al hombre que encuentra verdad.
En la actualidad, la idea de mito está asociada a falsedad, error, mentira. En conversaciones cotidianas algunos argumentos son descalificados con la sola sentencia: «Eso es un mito». Sin embargo, en el interior del hombre palpita algo diferente.
Imágenes, sonidos y sensaciones se funden con el polvo de nuestra tierra y le dan vida a nuestra esencia cultural, al sentir popular. Surgen voces: es nuestro pueblo que quiere manifestarse, que se rehúsa a callar.
Oh Moreira
¿Quién eres?, me pregunté.
Soy de la época de la radio a válvulas. Crecí escuchando relatos de tus proezas en el patio de mi casa, junto a mis amigos. Abracé la imagen, del paladín o de la víctima de un sistema. Mi corazón estallaba cada vez que enfrentabas a la milicada.
Y me veo ahí: sufriendo tus caídas, amando tus principios y tu bravura. Veo al pibe que fui, embelesado ante tu estirpe de gaucho justiciero
El pueblo es fiel con aquellos a quienes ama.
En ocasiones, elige a uno de los suyos, cercano, parecido y advierte en él algo distinto. Se produce entonces un encantamiento: el pueblo queda cautivado ante la sola presencia de ese a quien ha escogido. Parece un eclipse. Así, lo eleva a un estamento superior, no solo a él, sino a los lugares que transita, los objetos que toca, las frases que pronuncia, la ropa que viste. El elegido sigue siendo uno de ellos, pero ahora es mucho más que eso.
Carl Jung nos mostró a las personalidades maná, figuras que se mitifican y erigen en una dimensión distinta de la del común de los seres humanos. Para Jung, estas personalidades adquieren una presencia mágica. Son imbuidas de una energía sutil que se torna sagrada y se les rinde culto.
En una concepción romántica, el mito está ligado a una experiencia superior, pero también existen otros sentidos.
Oh Moreira
¿Quién eres?, me volví a preguntar unos años más tarde. Ya no veía todo tan claro. Algo en mi mirada había cambiado. Mis ojos y mi mente juveniles se habían vuelto inquisidores, escépticos. Flaqueaba la imagen construida.
¿Y si no fue así? ¿Si sólo se trató de? Dudas y más dudas. Quería obtener datos y confirmar mis razones. ¿Dónde empezaba la realidad y comenzaba la fantasía? ¿Dónde estaban los hechos?
La ilustración construye al mito como ilusión. El mito aparece como sinónimo de falso. Se lo concibe como una construcción que embellece la realidad y se aleja de ella.
Decidido, fui tras la huella en busca de respuestas.
Visité Navarro, sus pagos.
Escuché las voces de los viejos vecinos. Me contaron de Andrea Santillán, hija de un santiagueño, madre de su único hijo. Me hablaron de sus andanzas, de su famosa carrera con el Cacique Coliqueo en un pueblo amigo.
Pasé por la pulpería cercana al cementerio, donde se embriagaba.
Me detuve donde estuvo la pulpería de Crovetto. Allí mató por primera vez.
Allí fue donde lo vieron, donde desnudó su alma y conoció el dolor que lo azotó hasta convertirlo en un perseguido.
Hoy, ya hombre, puedo verme en el pibe que fui y maravillarme ante el tesoro.
Hoy puedo ver la verdad en el mito.
Breve retrato de un mito
Juan Moreira creció trabajando en establecimientos rurales, allí se hizo hombre. Fue peón, resero y carrero. De esta manera certificó su honestidad. Hay que tener presente que por aquel entonces imperaba la Ley de Vagos sancionada por J. J. de Urquiza, nadie podía quedar exento de cumplirla.
Debido a su desempeño, se afirmó como mayoral de carretas y asumió la responsabilidad del cuidado y protección de los viajes. En aquellos tiempos la tarea resultaba sumamente peligrosa, los caminos eran desolados y los pasajeros corrían peligro de no llegar en buenas condiciones a su destino.
Su habilidad para con las armas le sirvió para ser respetado y convertirse en guardaspalda del Partido Autonomista.
Era un hombre de talla regular, de mediana estatura, muy formado y bien plantado; de nariz aguileña, blanco colorado y ojos verdosos. Lucía muy buenas prendas de vestir. A veces usaba chiripá y botas de becerro y otras, traje con chaleco, que acompañaba siempre con un buen sombrero de felpa con botones de plata.
Resultaba divertido, cantor y de afición a las carreras. Montaba un caballo malacara y era habitual en las fondas y pulperías. Siempre lucía armas y entre ellas la famosa daga en U.
Murió peleando al ser acorralado por una partida en la localidad de Lobos.
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