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13 febrero, 2019

En tránsito – Fotografías de la colección del MNBA

En tránsito – Fotografías de la colección del MNBA
Por Jesu Antuña

 

Ha sido larga la deriva que ha debido sufrir la fotografía para finalmente ser aceptada dentro de las artes, si es que ese ingreso ha sido definitivamente logrado. Si el postulado benjaminiano de que la creación de los mecanismos de reproducción técnica, al destruir el aura de la obra, cambiaría para siempre lo que hasta entonces entendíamos como arte, lo cierto es que el mercado de arte, junto a la creación de colecciones por parte de los distintos museos, ha logrado negar el postulado de Benjamin.

En este sentido, ha sido Christopher Phillips quien, realizando un singular recorrido por la creación de la colección fotográfica del MoMA señala el hecho de que «La asimilación de la fotografía por el MoMA se produjo por un lado, envolviéndola de eso que Walter Benjamín llamó el “aura” del arte tradicional –que en este caso se lograba con la renovación de antiguas concepciones de sabiduría técnica, la transposición de las categorías de la historia del arte a un registro nuevo y la confirmación del fotógrafo corriente como artista creativo.»

 

De esta manera, si por un lado la fotografía como instrumento de reproducción técnica brinda la posibilidad de hacer innumerable cantidad de copias por cada negativo, el mercado del arte ha sabido frenar la democratización de las imágenes mediante la puesta en valor de las copias ‘vintage’ y numeradas, lo que permite una supervivencia de la noción de aura, que Benjamin pretendía superar. Por otro lado, si bien se señala el hecho de que los fotógrafos han sido asimilados como artistas – lo que a su vez permite un mayor valor en el mercado – también es cierto que esto se ha producido más lentamente, por lo que el campo fotográfico conforma en gran medida un circuito que funciona casi al margen del resto de las artes.

En la Argentina la aparición de fotógrafos que logran insertarse dentro del circuito de las artes comienza a consolidarse recién en la década del ’80 del siglo pasado, aunque aún hoy la participación de fotógrafos dentro del circuito continúa siendo algo escasa. Lo extraño es que el campo fotográfico sigue funcionando – y apostando – por fuera del resto de las artes, con ferias y galerías especializadas, y con residencias pensadas exclusivamente para fotógrafos. Es decir, el circuito fotográfico se constituye de modo separado al circuito de las artes, y son pocos los que han logrado trascender el campo.

 

En el ámbito local destacan las figuras de Óscar Bony y Alejandro Kuropatwa, quienes han utilizado de una u otra manera la fotografía y que sin embargo pertenecen al campo artístico. Más atrás aparecen las figuras de Horacio Coppola y Grete Stern, quienes lograron insertarse en un vasto campo intelectual y artístico que les valió el reconocimiento y que hizo de ellos personalidades destacadas. En la historia reciente aparecen Gabriel Valansi, Marcos López y Alberto Goldenstein quienes con obras ciertamente diferentes han logrado que su trabajo logre una circulación que exceda el reducido campo artístico.

Dentro de ese panorama, ¿cómo construir una colección fotográfica que tenga en cuenta estas limitantes? Y más aún, ¿Cómo construir la colección fotográfica de un museo nacional y público que atienda a las necesidades del campo artístico local? Algunas de esas preguntas son las que uno puede realizarse cuando se acerca a «En tránsito», la muestra de la colección de fotografías del Museo Nacional de Bellas Artes curada por Verónica Tell. La muestra, que finaliza su recorrido en el segundo piso del museo luego de visitar las ciudades de Mendoza y Córdoba, fue pensada con el propósito de consolidar una política de descentralización que apunta a la circulación del patrimonio del museo por distintos puntos geográficos del país.

La exposición reúne piezas destacadas de fotógrafos nacionales e internacionales como Henri Cartier Bresson, Annemarie Heinrich, Lola Álvarez Bravo, Alejandro Kuropatwa, Graciela Iturbide, Robert Doisneau, Claudia Andujar, Gisele Freund y Marcos López. Estructurada a partir de dos ejes temáticos, «Las ciudades y sus mundos» y «Formas de la subjetividad», el primero nuclea fotografías realizadas en el ámbito urbano, donde aparecen escenas políticas, así como un particular entorno físico llevado a cabo a partir del recorte de la lente de cada fotógrafo. El segundo se presenta como una serie de fotografías realizadas a personalidades destacadas, a grupos familiares, muchos de los cuales sirven como registros etnográficos.

Estos ejes vertebran cierta idea de cómo pensar un repertorio fotográfico que aparece ciertamente como heterogéneo, ya que hacen foco tanto en las imágenes de personalidades reconocidas –por ejemplo, en el retrato de Atahualpa Yupanqui realizado por Eduardo Comesaña – como en el perfil conceptual de otras– como la célebre serie Cóctel de Alejandro Kuropatwa – y las tomadas por fotógrafos reconocidos popularmente como Cartier Bresson. Esto da la pauta de una colección variada, que recorre un campo tan vasto como inasible como el fotográfico. Quizás esta política en relación con el patrimonio fotográfico podría ampliarse, ya sea potenciando la circulación del patrimonio fotográfico por el interior del país, como otorgándole mayor visibilidad, ya que la sala del segundo piso – donde está exhibida la muestra – es una de las menos visitadas del museo. Pese a la dificultad de los tiempos que corren, podemos esperar una apuesta más fuerte por el área fotográfica – es que al menos por ahora – los profesionales capacitados para hacerlo están disponibles.