La era del K-pop: entrevista con Camila Magallanes
Por Rafael Giménez
¿Qué es el K-pop? ¿Por qué cada vez más jóvenes se juntan a practicar coreografías frente a los edificios vidriados de Puerto Madero? ¿Es una moda o es un movimiento? ¿Es arte? Cami Magallanes, fundadora de JK Dance, nos responde estas preguntas y nos cuenta de qué se trata esta ola asiática que ha tomado por asalto a América Latina.
Sábado, mediodía. Les chiques ocupan sus posiciones frente los sobrios edificios de Puerto Madero. Son distintos grupos y vienen de diferentes barrios de CABA y Gran Buenos Aires. Llegan temprano para garantizarse las mejores ubicaciones: las fachadas más vidriadas y con mejor luz, sol o sombra, dependiendo del caso. Usan ropas coloridas y peinados raros. Suena la música y los cuerpos se despiertan. Bailan cronometrados, sincronizados, y el efecto de las paredes espejadas multiplica sus pasos. Es la era del K-pop.
Seúl o breve introducción al pop coreano
A simple vista, el pop de Corea del Sur no parece muy diferente del pop occidental de los años ’90 y, de hecho no lo es. Se trata de un género musical que incorpora distintos ritmos, como hip-hop, reggae, rock, break dance y electrónica, entre otros. No hay límites
Pese a que el estallido del K-pop pareciera un fenómeno reciente, al menos, por estas latitudes, la explosión de este género se dio de manera simultánea (y en respuesta) a los ritmos occidentales que se escuchaban en esa época.
Suele considerarse como banda fundadora a Seo Taiji and Boys que, entre 1992 y 1996, revolucionó el lejano oriente al abrir la puerta de una industria que hoy factura miles de millones de dólares al año.
En la década del 2000, de la mano de grupos como Super Junior, Big Bang, SHINee, Girls’ Generation, 2NE1, F(x), KARA y Wonder Girls, entre otros, el K-pop empezó a ganar terreno en grandes mercados como Japón, China e India. Pero fue hacia la segunda década del siglo XXI cuando se hizo evidente que los artistas surcoreanos habían conquistado también al Occidente. Un ejemplo notable es Gangnam Style, de PSY que, en 2012, se convirtió en el video más visto de la historia de YouTube.
Recientemente, bandas como BTS, EXO, Blackpink, Monsta X y TWICE (por nombrar solo algunos) son los que marcan tendencia.
Pero si estética y musicalmente no parece haber grandes diferencias entre el pop occidental y el oriental, ¿qué es lo que hace tan exitoso al K-pop? ¿Por qué les jóvenes de General Roca, Cochabamba, Ciudad de México y Los Angeles se vuelven locos por estos nuevos ídolos de tan lejana península?
Cami Magallanes, fundadora de la academia JK Dance, nos ayuda a entenderlo.
Neuquén o cómo dejarse conquistar por el K-pop
Camila nació en Neuquén con una disposición natural hacia la danza. Estudió comedia musical con Claudia Lavalle y ritmos urbanos con Miriam Rotter. Con la primera tomó contacto con el aspecto profesional del baile, la disciplina y la técnica. Con la segunda descubrió el amor por la docencia.
Una patagónica noche de 2007 Rotter la invitó a una fiesta de disfraces con temática animé. Era una mentira a medias: no era una fiesta ni era de disfraces, sino que se trataba de un evento otaku (fanáticos del animé y el manga). Camila estaba un poco por dentro de la onda: había leído algún que otro manga y sabía lo que era el cosplay, por ejemplo, pero no estaba tan en la movida como para ir voluntariamente y sin engaños a un encuentro de estas características. Quedó, sin embargo, fascinada.
«Lo que más me llamó la atención fue un grupo de chicas que bailaban ParaPara, una danza coreográfica del Japón que surge en los ’80 y que se basa, principalmente, en el movimiento de brazos y manos. Me encantó, pero no pude dejar de notar que les faltaba presencia escénica y técnica. Cuando pregunté porqué, me respondieron que no había nadie que les enseñara».
Esa carencia no duró mucho ya que la observación de Camila fue el punto de partida para lo que sería el desarrollo de su carrera.
Camila entró, en 2010, a la Escuela Experimental de Danza Contemporánea de Neuquén, donde aprendió, nos cuenta, que «el cuerpo tiene un tiempo que no puede ser forzado». Dos años después, mientras las redes sociales anunciaban el fin del mundo, el Alto Valle del Río Negro veía florecer sus primeros grupos de baile K-pop. General Roca, a unos 45 kilómetros, fue el primer semillero. Camila estaba ganando experiencia y confianza y fue entonces cuando decidió que estaba lista para enseñar. Ese año (2012) abrió JK Dance, el primer taller de K-pop de la Patagonia.
«La idea era enseñar no solo coreografía, sino también brindar técnicas de danza y entrenamiento físico. En ese entonces el K-pop no tenía tanta coreo, sino fragmentos de coreo. Otras partes las podías inventar vos. Abrí y vinieron 13 alumnas. “¡Son un montón!” me dije. Era evidente que había un interés genuino. Lo que faltaba era un espacio formativo que canalizara ese interés».
Después de realizar el cierre del año con una muestra en el Casino Magic de Neuquén, Magallanes se dijo que la docencia era lo suyo.
«Descubrí chicas con mucho talento y en 2013 me propuse formar un staff con mis mejores alumnas. Así fue como fuimos practicando, creando, brindando shows y haciéndonos visibles, ganando un nombre».
La República de Corea del Sur, a través de sus diversas instituciones en el exterior, ha venido prestando un interés creciente al incentivo y difusión de sus manifestaciones culturales en el extranjero, y el K-pop ha demostrado ser una de sus herramientas más atractivas.
Ese año Camila intentó captar el apoyo del Centro Cultural Coreano de la Argentina, pero tendría que esperar un poco más. En 2015, finalmente, juntó el coraje como para renunciar al hotel donde trabajaba y dedicarse full time a su academia. Fue una decisión acertada. Ese año cerró con una presentación en el Teatro Español de Neuquén con 27 coreografías propias. Las cosas marchaban muy bien, pero ya empezaba a escuchar la llamada del Río de la Plata.
De la mano de Silvana Satori, gran referente de la movida cultural asiática en Neuquén, las chicas de JK Dance empezaron a destacarse en eventos otaku y gamer, pero «sentía que en la provincia faltaba visión de show, de tomarse más en serio cuestiones como vestuario, actitud escénica y edición. Si soy tu público, me tenés que conquistar».
En 2016 Camila Magallanes viajó a Buenos Aires, de vacaciones, donde conoció al que al poco tiempo se transformaría en su compañero, el músico y pintor Santiago Sacco. El amor, sumado a un workshop de Ale Monroy y Yami Arias fueron los incentivos necesarios para la mudanza definitiva a CABA.
«La verdad es que vine apichonada a Capital, pero, pese a que acá descubrí que había una movida enorme, me di cuenta que yo estaba al mismo nivel, como para lanzarme también a dar clases en Buenos Aires, así que me jugué y lancé, en noviembre, una clase abierta, gratuita, de K-pop. No me conocía nadie y vinieron 8 o 10 personas. Así empezó JK Dance en Capital».
Buenos Aires o lo que les pibes quieren
En 2017 Camila alquiló un salón y empezó con sus clases. Cerró el año con un evento frente a 300 personas en el Teatro La Comedia. Entre el público se encontraban los chicos de Secret Weapon, una boy band porteña de K-pop muy reconocida. A las 10 alumnas iniciales se les sumaron otras 10. Y después otras 10.
Hoy, Camila dirige JK Dance en Villa Crespo (donde enseña, además, otros ritmos orientales, como el ParaPara, el J-pop y, próximamente, pop chino, que se viene con todo) y da clases en academias de Capital y Gran Buenos Aires. A finales de 2017 formó un grupo con alumnas de su academia: JK Family. Con ese conjunto llegó en 2019 a la final del Concurso K-pop Latinoamérica, que se celebra anualmente en el Ciudad Cultural Konex, organizado por el Centro Cultural Coreano, apoyado por el Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo de la República de Corea y auspiciado por Samsung.
«Este año volveremos a participar. Queremos ese título y, de conseguirlo, lo sentiríamos como un reconocimiento al esfuerzo y dedicación que pusimos todos estos años». El conjunto vencedor viaja al K-pop World Festival en Seúl, que equivale, en este ramo, a jugar una Copa del Mundo.
Pese a que, según reconoce Camila, la movida K-pop está mucho más avanzada en países como Perú y Bolivia, esta industria está encontrando en la Argentina un mercado muy atractivo.
«A los coreanos les impresiona la pasión que genera su música en América Latina, pero no solo disfrutan con ver cómo nos esforzamos por reproducir lo que ellos hacen, sino que también les interesan nuestras mezclas, nuestros remixes y lo que podemos aportar con nuestros propios ritmos».
El K-pop es, en cierto modo, el regreso de las coreografías. Quizás por eso atrae tanto a les jóvenes. Pero, además de conjugar distintas disciplinas, técnicas y estilos de baile, este género tiene una fuerte impronta visual que hace foco en la extravagancia y eso ha llamado la atención de la industria pop occidental. Según nos cuenta Camila, artistas norteamericanas como Lady Gaga, Gwen Stefani o Katy Perry han construido su imagen nutriéndose de Corea y Japón.
«En lo visual, el mundo oriental está a años luz, te invita a jugártela con todo», dice Magallanes.
Pese a que existen grupos importantes de K-pop en todo el país (una ex alumna de Camila llegó, con su grupo de chicas neuquinas, a la final del K-pop Latinoamérica 2018), es en Buenos Aires donde más concursos y recursos disponibles hay.
De todos modos, la mayor visibilidad y competencia hace que la vara esté cada vez más alta:
«Las coreografías de K-pop se están volviendo cada vez más exigidas. Antes, cualquiera podía bailar K-pop. Hoy necesitás estudiar danza».
Y aquí entramos en un asunto delicado: la disciplina:
«Laburar con adolescentes implica trabajar con el tabú del cuerpo. Mi consejo es: querete, tocate, rompela. A veces se acercan las mamás y me agradecen que les inculque a les chiques el tema de la disciplina y el compromiso. Les pibes vienen de lejos, no quieren faltar, practican y estudian. Se trata de disciplina, constancia y, también, de amor propio».
La tecnología cultural
La crítica más habitual que recibe el K-pop reside en lo que se ha dado en llamar tecnología cultural. Este término fue popularizado por Lee Soo Man, fundador de S.M Entertainment, una de las tres grandes compañías productoras de idols (junto con JYP Entertainment y YG Entertainment).
Se trata de un esquema de formación de ídolos conocido como sistema de aprendices. Les aspirantes a idols pasan largos períodos de confinamiento donde aprenden baile, canto, actuación y lenguas extranjeras.
Es un método comercial de generación de bandas basado en el rendimiento y la disciplina. Las empresas arman un grupo de jóvenes y lo someten a un riguroso entrenamiento bajo un concepto y una estética previamente estudiada por los equipos de marketing.
Es este el secreto que ha elevado al K-pop muy por arriba del J-pop (japonés) o de cualquier otra industria cultural oriental.
En estas latitudes, de todos modos, entran en juego otros aspectos dignos de tener en cuenta. Pese a que se trata de un fenómeno que atraviesa a todas las clases sociales, son, por lo general, les hijes de la clase trabajadora quienes más en serio se toman el K-pop.
«Son les chiques rares, les freakies, les otaku, que en este ambiente pueden sentirse libres, pueden ser lo que quieren ser. Son espacios de identificación. Se crean grupos muy fuertes de amigues donde se trabaja en equipo. El K-pop no puede ser individual. Si une chique baila bien, de nada sirve si les otres no acompañen. Entran en juego conceptos como la unión, la entrega y el compromiso. Y, por supuesto, la disciplina y la idea de autosuperación».
Tal como los skaters buscan barandas y escaleras, les chiques del K-pop buscan espejos, para coordinar mejor sus movimientos. Por eso, si pasás por Puerto Madero un fin de semana, no te haría mal detenerte un rato a ver quiénes son y qué hacen les chiques de peinados raros que, con esfuerzo y actitud, practican sus coreografías con una entrega notable.
Quizás demoremos unos años más en entender mejor de qué se trata todo esto. Por el momento, podemos afirmar que, lejos de ser una moda pasajera, el K-pop llegó para quedarse.
Breve glosario
Animé: suele englobarse dentro de esta palabra al conjunto de la animación japonesa, tanto tradicional como digital.
Cosplay: abreviación del inglés costume play que refiere a la práctica de usar disfraces. En el mundo otaku el disfraz suele ser acompañado por actitudes que refieren a los personajes interpretados.
Gamer: del inglés game, se trata de un jugador asiduo de videojuegos.
J-pop: música pop japonesa.
K-pop: música pop surcoreana.
Idol: artistas de K-pop producidos por el sistema de Tecnología Cultural.
Manga: en Japón, manga es la palabra que designa a las historietas, pero fuera de ese país, el término suele estar asociado, específicamente, a las historietas japonesas. Con la popularización de la cultura nipona en occidente, el manga ha pasado a designar también al estilo de dibujo japonés.
Otaku: término japonés que equivale a “fanático” y que suele emplearse para definir a los aficionados al animé, al manga, al cosplay y a los videojuegos.
ParaPara: baile japonés de la década del ‘80.
Tecnología Cultural: concepto que nombra al sistema utilizado por las agencias de talentos de K-pop para generar bandas y idols.
Fuentes consultadas
Cambridge Dictionary
Han Association
MIT
moonROK
Urban Dictionary
Vix
Fotografías
Barzola, Verónica
Flores, Rodrigo
Jandri, Alejandro.
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