Pablo Suárez: Contundencia visual y parodia
Por Luciana García Belbey
Pablo Suárez. Narciso Plebeyo, una muestra imprescindible para comprender la compleja y diversa producción de este emblemático artista argentino.
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires presenta una gran retrospectiva dedicada a la intensa actividad creativa de Pablo Suárez, desarrollada entre los 60’s y los 2000. La muestra curada por Jimena Ferreiro y Rafael Cippolini reúne una selección de más de cien obras entre pinturas, dibujos, objetos y esculturas. Además, material de archivo inédito resultado de una exhaustiva investigación realizada por los curadores junto al departamento de Curaduría del museo. Acompaña esta exhibición un libro monográfico sobre el artista que seguramente será un material de consulta obligado.
Narciso Plebeyo focaliza sobre el mordaz y persuasivo discurso que Suárez articula en su característica iconografía de lo plebeyo, donde el grotesco y la parodia son los principales mecanismos de su enunciación. La muestra despliega su universo de «tipitos» y «chongos», prostitutas, cabareteras y excluidos sociales, a través de sus obras más representativas, siempre desde su particular visión ácida y satírica. Asimismo, da cuenta de su permanente diálogo con la tradición pictórica nacional y la constitución de su propio canon artístico. El planteo curatorial tiene un correlato muy preciso con el diseño de montaje, a través de cinco momentos, con climas bien diferenciados.
A modo de prólogo, una línea de tiempo destaca hitos y momentos clave de la vida y obra del artista y ayuda a conformar en el espectador una suerte de mapa mental, que se puede ir evocando a lo largo del recorrido. Al ingresar a la primera sala, nos recibe una tríada de obras que evidencian las líneas fuerza que surcan la singular producción de Suárez. Una tinta de su período informalista, de inicios de los 60’s, en donde un rostro parece querer emerger[1]; una única pintura sobreviviente de su mítica serie Muñecas bravas, y una Bañista (c.1988), que asoma de la ducha, cual mascarón de proa. Muñeca brava (1964), como bien apunta Jimena Ferreiro en su ensayo, es una especie de «despertar de la criada en versión hardcore», en clara referencia a la mítica –y, entonces, escandalosa-, obra de Eduardo Sívori[2]. Al fondo de este primer tramo, se agrupan una serie de pinturas y esculturas, de explícita carga sexual, en un lenguaje inconfundiblemente propio. Prostitutas y cabareteras de rasgos exagerados y caricaturescos, en un repertorio de colores saturados y vibrantes, en vigorosas pinceladas expresionistas que por la temática se emparentan con la producción de uno sus principales referentes, Antonio Berni[3].
En un segundo tramo se presentan algunos de sus emblemáticos desnudos masculinos, que pueden ser espiados, por un intersticio inteligentemente diseñado desde el panel de ingreso. Destaca en este repertorio Narciso de Mataderos o El espejo (1984/5), que, junto con otra de las instalaciones de este espacio Gino Coiffeur (1993), reflejan a los visitantes y los incluyen, y se las puede pensar como metáfora de la relación directa que Suárez quería construir con el espectador. Uno de sus principales deseos era llegar a un público amplio y diverso y no sólo al específico del mundo del arte, de ahí, en parte, su alejamiento de «El Di Tella», en 1968[4]. Sillón Azul (1972), es otra obra clave en el desarrollo de esta iconografía tan personal en torno al desnudo masculino[5]. Pintura creada especialmente para la exhibición titulada El desnudo presentada ese mismo año en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Seguidamente se ingresa a un espacio completamente distinto, con otra escala, techo más bajo, otra luz, otros colores. Se trata de la representación de una típica <<casa chorizo>>, esta atmósfera de cotidianidad, ligada a lo doméstico, es el escenario ideal para la contemplación de esta serie de bodegones, naturalezas muertas y retratos realizados entre fines de los 70’s e inicios de los 80’s y que coincide con un momento de autoreclusión y repliegue frente a los difíciles momentos que se vivían en plena dictadura militar. Según sostiene la curadora, estas pinturas son portadoras de mensajes ocultos, donde nada es lo que parece. Este interludio crea otro clima que favorece a un mirar más pausado, detenerse en cada obra, y poder observar en cada detalle la laboriosidad con que fueron creadas. En éstas, Suárez redefine su propio estilo, a través de la revisión de pintores emblemáticos y tradicionales como Fortunato Lacámera y Alfredo Gramajo Gutiérrez.
Nos recibe en la última sala, un caballo a escala natural, que parece relincharle a un paisaje de carácter hiperrealista. En Los que comen del arte (1993), se encarna, una vez más, ese espíritu provocador que hilvana toda la producción de Suárez de crítica ácida y por momentos brutal. En torno a esta pieza se exhiben, además, otras obras que revisitan a Florencio Molina Campos, un grande del arte popular gauchesco. En la instancia final de este último espacio –abierto y luminoso- predominan los volúmenes escultóricos e instalaciones de los 90’s y los 2000, caracterizados por todo ese universo de personajes marginales y plebeyos. Estos «tipitos» y «chongos», a diferencia de los primeros desnudos, son más expansivos, se exhiben con grandilocuencia y sin pudor. El Perla, retrato de un taxi boy (1991/1992) y Exclusión (1999), son dos caras de una misma moneda, un fiel reflejo de la era de la pizza y el champán.
Con su contundencia visual Pablo Suárez, trascendió su época y se proyectó hacia el futuro, su legado hoy tiene una gran resonancia y vigencia. Se convirtió en un actor clave de la escena de los ’90, además, como <<padrino>> y docente de muchos de los artistas más destacados de la actualidad. Los curadores desean que, con esta muestra, la obra de Suárez sea redescubierta y que nuevas generaciones de artistas y amantes del arte vuelvan a ser sacudidos por su locuaz provocación. Definitivamente, quienes visiten Narciso Plebeyo, no saldrán siendo los mismos.
Pablo Suárez. Narciso plebeyo
Curadores: Jimena Ferreiro y Rafael Cippolini
Del 23.11.18 al 25.02.19
Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
Jueves a lunes: 12:00 a 20:00
Miércoles: 12:00 a 21:00
Martes: cerrado
[1] De su experimentación en el informalismo, el propio artista reconocería, años más tarde, que en estas obras tempranas había ya una figuración latente, pujando por salir. En aquel entonces forjó también una gran amistad con Alberto Greco, quien lo impulsó en estos primeros momentos de su carrera.
[2] Eduardo Sivori, Le lever de la bonne (El despertar de la criada), 1887, obra perteneciente al patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes.
[3] De quien fue ayudante durante algún tiempo.
[4] Su carta de renuncia a participar de la fallida muestra Experiencias ’68, es ya un hito de la historia del arte nacional. Allí puede leerse esta contundente frase: “Si yo realizara la obra en el Instituto, ésta tendría un público muy limitado de gente que presume de intelectualidad por el hecho meramente geográfico de pararse tranquilamente en la sala grande de la casa del arte”.
[5] Según relata Rafael Cippolini en su texto, Pablo Suárez se jactaba de conocer cada músculo del cuerpo humano, por su afición al boxeo y a la natación, y hasta podía hacerlos de memoria sin necesidad de trabajar con modelos.