Teatro Argentino de La Plata: El nuevo Primer Coliseo argentino
Por: Mariángeles Fernández Rajoy
El Nuevo Teatro Argentino de La Plata es el teatro de ópera más joven del país; como todos los jóvenes, es cuestionador, problemático, rebelde, imaginativo, se atreve a ir más lejos y más alto que sus antecesores.
[showtime]
Desde la inauguración de su nuevo edificio, casi al comienzo de este milenio, ha recorrido un camino de autosuperación. Un teatro no es sólo una sala bella y lujosa: el desafío mayor fue el capital humano. Los cuerpos estables, aunque se habían mantenido activos en salas alternativas, tuvieron que rearmarse y reconfigurarse para esta nueva etapa, que no estuvo exenta de dificultades: el teatro se enfrentó a muchísimos problemas internos y externos (como la crisis del 2001), tormentas gremiales, artísticas y administrativas que pudieron solucionarse una vez que se estableció un rumbo cierto bajo la guía de pilotos competentes.
El Argentino eligió el camino de la producción propia y la apertura a la comunidad. Para poder producir integralmente sus espectáculos, se fueron creando todas las secciones técnicas necesarias dentro de la sede. La revalorización y el respeto hacia los saberes específicos de todos los artistas, artesanos y técnicos fue la clave para poner en marcha esta complicada maquinaria de creación de cultura; hoy los músicos de su orquesta son los mejor pagados del país, y se creó la Escuela de Arte y Oficios para formar a las nuevas generaciones. Si bien todavía se realizan actividades externas en sus salas, la ópera, el ballet y los conciertos cada vez ocupan más fechas en la agenda. La temporada de ópera ya iguala en cantidad de títulos a las últimas temporadas del Teatro Colón, que ha dejado de ser el que algunos conocimos.
El compositor Juan Carlos Paz, cuando se refería al Colón, lo llamaba «nuestro Primer Mausoleo». Su ácida ironía y su aguda crítica al conservadurismo estilístico de entonces esconde una capacidad profética que se extiende a otras áreas, ya que hoy el Colón parece cobijar —tanto en lo artístico, con una tradición y una pretendida vanguardia igualmente vetustas, como en el despótico manejo institucional— formas casi medievales bajo una apariencia de modernidad eficientista.
El Argentino tomó ventaja de esta situación: su director, el destacado cantante y régisseur Marcelo Lombardero —ligado a la ópera por tradición familiar, de meteórica carrera desde el Colón (egresado del Instituto Superior de Arte, llegó a Director General) hasta teatros de Latinoamérica y Europa, premiado internacionalmente por sus puestas— le imprimió un sello dinámico y renovador, secundado por el administrador Leandro Iglesias. La figura del director de orquesta residente Alejo Pérez es clave: el joven director puede ahora plasmar en la orquesta del Argentino la experiencia adquirida como asistente de Christoph von Dohnányi y Peter Eötvös y su propio trabajo al frente de la Orquesta NDR de Hamburgo, la Filarmónica de Estocolmo, la Orquesta de Dresden, la Orquesta de Lille, la Orquesta Filarmónica de Radio France y la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, entre otras. Los directores e integrantes del Ballet, el Coro, el Coro de Niños y las secciones técnicas acompañan con su talento este objetivo común de alcanzar la excelencia.
Esto se hace palpable en la reciente puesta de Tristán e Isolda, de Wagner, íntegramente realizada en el Argentino, con una equilibrada selección de cantantes nacionales e internacionales en dos elencos, que preanuncia el ambicioso proyecto de poner en escena El anillo del nibelungo en forma integral en las temporadas 2012 y 2013 (dos óperas por año) en homenaje al bicentenario del nacimiento de Richard Wagner. El Anillo se representó por última vez en la Argentina completo en un solo año en 1967; luego se representó por partes en 1981-1983-1985, 1995-1998; la última edición del ciclo, comenzado en 2004-2005, quedó inconclusa (siempre en el Colón, que recientemente anunció para la temporada 2012 una «versión abreviada» de la Tetralogía en una sola jornada con producción importada).
Merece destacarse la política inclusiva, el intento por atraer y formar nuevos públicos para el arte lírico, sinfónico, coreográfico y experimental. Los precios de las localidades son sumamente accesibles (por ejemplo, para las funciones de ópera van de $15 a $190, con descuento del 90% para menores de 25 años), y se ha implementado un servicio de transporte para los operómanos de Buenos Aires.
El Argentino, en un marco de respeto por quienes allí trabajan y por los asistentes a los espectáculos que produce, asume riesgos, enfrenta desafíos, renueva sueños, redobla la apuesta y gana. No se amedrenta ante la difícil tarea de redefinir el rol de la venerable institución del teatro de ópera como mausoleo o refugio de ancianos nostálgicos de un arte que agoniza, para lograr la continuidad de una tradición viva que evoluciona y se mantiene vigente en el siglo xxi. Con el firme compromiso de convertirse en el mejor teatro de ópera del país y (¿por qué no?) de Latinoamérica, a través de la superación de sus errores del pasado y la celebración de sus logros del presente, nos demuestra que siempre es posible renacer y crecer.
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Historia
El Teatro Argentino de La Plata fue inaugurado en 1890 con Otello, de Verdi. Gestionado por una sociedad privada, presentó a importantes artistas internacionales como Richard Strauss, Pietro Mascagni, Arthur Rubinstein, Pablo Casals, Tita Rufo, Benamino Gigli, Mario Del Mónaco y Ana Pavlova, entre otros, y dio la oportunidad a destacados artistas platenses que comenzaron allí sus carreras. El gobierno provincial intervino cuando los problemas financieros de la sociedad amenazaron el funcionamiento de la sala y desde 1937 funciona como teatro oficial. A partir de entonces se fundaron los cuerpos estables: Orquesta, Coro y Ballet.
En octubre de 1977 un incendio dejó en pie solamente las paredes exteriores del Teatro. Se decidió demolerlo para construir un nuevo edificio. Después de muchos años de polémicas, marchas y contramarchas, el Nuevo Teatro Argentino fue inaugurado por su director de entonces, José Melia, el 12 de octubre de 1999.
Por: Mariángeles Fernández RajoyPor: Mariángeles Fernández Rajoy
El Nuevo Teatro Argentino de La Plata es el teatro de ópera más joven del país; como todos los jóvenes, es cuestionador, problemático, rebelde, imaginativo, se atreve a ir más lejos y más alto que sus antecesores.
[showtime]Desde la inauguración de su nuevo edificio, casi al comienzo de este milenio, ha recorrido un camino de autosuperación. Un teatro no es sólo una sala bella y lujosa: el desafío mayor fue el capital humano. Los cuerpos estables, aunque se habían mantenido activos en salas alternativas, tuvieron que rearmarse y reconfigurarse para esta nueva etapa, que no estuvo exenta de dificultades: el teatro se enfrentó a muchísimos problemas internos y externos (como la crisis del 2001), tormentas gremiales, artísticas y administrativas que pudieron solucionarse una vez que se estableció un rumbo cierto bajo la guía de pilotos competentes.
El Argentino eligió el camino de la producción propia y la apertura a la comunidad. Para poder producir integralmente sus espectáculos, se fueron creando todas las secciones técnicas necesarias dentro de la sede. La revalorización y el respeto hacia los saberes específicos de todos los artistas, artesanos y técnicos fue la clave para poner en marcha esta complicada maquinaria de creación de cultura; hoy los músicos de su orquesta son los mejor pagados del país, y se creó la Escuela de Arte y Oficios para formar a las nuevas generaciones. Si bien todavía se realizan actividades externas en sus salas, la ópera, el ballet y los conciertos cada vez ocupan más fechas en la agenda. La temporada de ópera ya iguala en cantidad de títulos a las últimas temporadas del Teatro Colón, que ha dejado de ser el que algunos conocimos.
El compositor Juan Carlos Paz, cuando se refería al Colón, lo llamaba «nuestro Primer Mausoleo». Su ácida ironía y su aguda crítica al conservadurismo estilístico de entonces esconde una capacidad profética que se extiende a otras áreas, ya que hoy el Colón parece cobijar —tanto en lo artístico, con una tradición y una pretendida vanguardia igualmente vetustas, como en el despótico manejo institucional— formas casi medievales bajo una apariencia de modernidad eficientista.
El Argentino tomó ventaja de esta situación: su director, el destacado cantante y régisseur Marcelo Lombardero —ligado a la ópera por tradición familiar, de meteórica carrera desde el Colón (egresado del Instituto Superior de Arte, llegó a Director General) hasta teatros de Latinoamérica y Europa, premiado internacionalmente por sus puestas— le imprimió un sello dinámico y renovador, secundado por el administrador Leandro Iglesias. La figura del director de orquesta residente Alejo Pérez es clave: el joven director puede ahora plasmar en la orquesta del Argentino la experiencia adquirida como asistente de Christoph von Dohnányi y Peter Eötvös y su propio trabajo al frente de la Orquesta NDR de Hamburgo, la Filarmónica de Estocolmo, la Orquesta de Dresden, la Orquesta de Lille, la Orquesta Filarmónica de Radio France y la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, entre otras. Los directores e integrantes del Ballet, el Coro, el Coro de Niños y las secciones técnicas acompañan con su talento este objetivo común de alcanzar la excelencia.
Esto se hace palpable en la reciente puesta de Tristán e Isolda, de Wagner, íntegramente realizada en el Argentino, con una equilibrada selección de cantantes nacionales e internacionales en dos elencos, que preanuncia el ambicioso proyecto de poner en escena El anillo del nibelungo en forma integral en las temporadas 2012 y 2013 (dos óperas por año) en homenaje al bicentenario del nacimiento de Richard Wagner. El Anillo se representó por última vez en la Argentina completo en un solo año en 1967; luego se representó por partes en 1981-1983-1985, 1995-1998; la última edición del ciclo, comenzado en 2004-2005, quedó inconclusa (siempre en el Colón, que recientemente anunció para la temporada 2012 una «versión abreviada» de la Tetralogía en una sola jornada con producción importada).
Merece destacarse la política inclusiva, el intento por atraer y formar nuevos públicos para el arte lírico, sinfónico, coreográfico y experimental. Los precios de las localidades son sumamente accesibles (por ejemplo, para las funciones de ópera van de $15 a $190, con descuento del 90% para menores de 25 años), y se ha implementado un servicio de transporte para los operómanos de Buenos Aires.
El Argentino, en un marco de respeto por quienes allí trabajan y por los asistentes a los espectáculos que produce, asume riesgos, enfrenta desafíos, renueva sueños, redobla la apuesta y gana. No se amedrenta ante la difícil tarea de redefinir el rol de la venerable institución del teatro de ópera como mausoleo o refugio de ancianos nostálgicos de un arte que agoniza, para lograr la continuidad de una tradición viva que evoluciona y se mantiene vigente en el siglo xxi. Con el firme compromiso de convertirse en el mejor teatro de ópera del país y (¿por qué no?) de Latinoamérica, a través de la superación de sus errores del pasado y la celebración de sus logros del presente, nos demuestra que siempre es posible renacer y crecer.
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Historia
El Teatro Argentino de La Plata fue inaugurado en 1890 con Otello, de Verdi. Gestionado por una sociedad privada, presentó a importantes artistas internacionales como Richard Strauss, Pietro Mascagni, Arthur Rubinstein, Pablo Casals, Tita Rufo, Benamino Gigli, Mario Del Mónaco y Ana Pavlova, entre otros, y dio la oportunidad a destacados artistas platenses que comenzaron allí sus carreras. El gobierno provincial intervino cuando los problemas financieros de la sociedad amenazaron el funcionamiento de la sala y desde 1937 funciona como teatro oficial. A partir de entonces se fundaron los cuerpos estables: Orquesta, Coro y Ballet.
En octubre de 1977 un incendio dejó en pie solamente las paredes exteriores del Teatro. Se decidió demolerlo para construir un nuevo edificio. Después de muchos años de polémicas, marchas y contramarchas, el Nuevo Teatro Argentino fue inaugurado por su director de entonces, José Melia, el 12 de octubre de 1999.
Por: Mariángeles Fernández RajoyPor: Mariángeles Fernández Rajoy
El Nuevo Teatro Argentino de La Plata es el teatro de ópera más joven del país; como todos los jóvenes, es cuestionador, problemático, rebelde, imaginativo, se atreve a ir más lejos y más alto que sus antecesores.
[showtime]Desde la inauguración de su nuevo edificio, casi al comienzo de este milenio, ha recorrido un camino de autosuperación. Un teatro no es sólo una sala bella y lujosa: el desafío mayor fue el capital humano. Los cuerpos estables, aunque se habían mantenido activos en salas alternativas, tuvieron que rearmarse y reconfigurarse para esta nueva etapa, que no estuvo exenta de dificultades: el teatro se enfrentó a muchísimos problemas internos y externos (como la crisis del 2001), tormentas gremiales, artísticas y administrativas que pudieron solucionarse una vez que se estableció un rumbo cierto bajo la guía de pilotos competentes.
El Argentino eligió el camino de la producción propia y la apertura a la comunidad. Para poder producir integralmente sus espectáculos, se fueron creando todas las secciones técnicas necesarias dentro de la sede. La revalorización y el respeto hacia los saberes específicos de todos los artistas, artesanos y técnicos fue la clave para poner en marcha esta complicada maquinaria de creación de cultura; hoy los músicos de su orquesta son los mejor pagados del país, y se creó la Escuela de Arte y Oficios para formar a las nuevas generaciones. Si bien todavía se realizan actividades externas en sus salas, la ópera, el ballet y los conciertos cada vez ocupan más fechas en la agenda. La temporada de ópera ya iguala en cantidad de títulos a las últimas temporadas del Teatro Colón, que ha dejado de ser el que algunos conocimos.
El compositor Juan Carlos Paz, cuando se refería al Colón, lo llamaba «nuestro Primer Mausoleo». Su ácida ironía y su aguda crítica al conservadurismo estilístico de entonces esconde una capacidad profética que se extiende a otras áreas, ya que hoy el Colón parece cobijar —tanto en lo artístico, con una tradición y una pretendida vanguardia igualmente vetustas, como en el despótico manejo institucional— formas casi medievales bajo una apariencia de modernidad eficientista.
El Argentino tomó ventaja de esta situación: su director, el destacado cantante y régisseur Marcelo Lombardero —ligado a la ópera por tradición familiar, de meteórica carrera desde el Colón (egresado del Instituto Superior de Arte, llegó a Director General) hasta teatros de Latinoamérica y Europa, premiado internacionalmente por sus puestas— le imprimió un sello dinámico y renovador, secundado por el administrador Leandro Iglesias. La figura del director de orquesta residente Alejo Pérez es clave: el joven director puede ahora plasmar en la orquesta del Argentino la experiencia adquirida como asistente de Christoph von Dohnányi y Peter Eötvös y su propio trabajo al frente de la Orquesta NDR de Hamburgo, la Filarmónica de Estocolmo, la Orquesta de Dresden, la Orquesta de Lille, la Orquesta Filarmónica de Radio France y la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, entre otras. Los directores e integrantes del Ballet, el Coro, el Coro de Niños y las secciones técnicas acompañan con su talento este objetivo común de alcanzar la excelencia.
Esto se hace palpable en la reciente puesta de Tristán e Isolda, de Wagner, íntegramente realizada en el Argentino, con una equilibrada selección de cantantes nacionales e internacionales en dos elencos, que preanuncia el ambicioso proyecto de poner en escena El anillo del nibelungo en forma integral en las temporadas 2012 y 2013 (dos óperas por año) en homenaje al bicentenario del nacimiento de Richard Wagner. El Anillo se representó por última vez en la Argentina completo en un solo año en 1967; luego se representó por partes en 1981-1983-1985, 1995-1998; la última edición del ciclo, comenzado en 2004-2005, quedó inconclusa (siempre en el Colón, que recientemente anunció para la temporada 2012 una «versión abreviada» de la Tetralogía en una sola jornada con producción importada).
Merece destacarse la política inclusiva, el intento por atraer y formar nuevos públicos para el arte lírico, sinfónico, coreográfico y experimental. Los precios de las localidades son sumamente accesibles (por ejemplo, para las funciones de ópera van de $15 a $190, con descuento del 90% para menores de 25 años), y se ha implementado un servicio de transporte para los operómanos de Buenos Aires.
El Argentino, en un marco de respeto por quienes allí trabajan y por los asistentes a los espectáculos que produce, asume riesgos, enfrenta desafíos, renueva sueños, redobla la apuesta y gana. No se amedrenta ante la difícil tarea de redefinir el rol de la venerable institución del teatro de ópera como mausoleo o refugio de ancianos nostálgicos de un arte que agoniza, para lograr la continuidad de una tradición viva que evoluciona y se mantiene vigente en el siglo xxi. Con el firme compromiso de convertirse en el mejor teatro de ópera del país y (¿por qué no?) de Latinoamérica, a través de la superación de sus errores del pasado y la celebración de sus logros del presente, nos demuestra que siempre es posible renacer y crecer.
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El Teatro Argentino de La Plata fue inaugurado en 1890 con Otello, de Verdi. Gestionado por una sociedad privada, presentó a importantes artistas internacionales como Richard Strauss, Pietro Mascagni, Arthur Rubinstein, Pablo Casals, Tita Rufo, Benamino Gigli, Mario Del Mónaco y Ana Pavlova, entre otros, y dio la oportunidad a destacados artistas platenses que comenzaron allí sus carreras. El gobierno provincial intervino cuando los problemas financieros de la sociedad amenazaron el funcionamiento de la sala y desde 1937 funciona como teatro oficial. A partir de entonces se fundaron los cuerpos estables: Orquesta, Coro y Ballet.
En octubre de 1977 un incendio dejó en pie solamente las paredes exteriores del Teatro. Se decidió demolerlo para construir un nuevo edificio. Después de muchos años de polémicas, marchas y contramarchas, el Nuevo Teatro Argentino fue inaugurado por su director de entonces, José Melia, el 12 de octubre de 1999.
Por: Mariángeles Fernández Rajoy