Todo Verde, de Santiago Loza Dirección de Pablo Seijo
Por Raquel Tesone
Después de crear al hombre, Dios dijo: no es bueno que el hombre esté solo, y por eso creó a la mujer. En Todo Verde, los espectadores estamos frente a una mujer que vive sola en un pueblo y, en este caso, dialoga únicamente con su loro. Una mujer a la que la soledad le pesa. Una mujer que no tiene vida propia, solo el oficio de repostera que hereda de su familia. Una mujer que inspira pena, ternura, gracia por su ingenuidad, rechazo por su brutal sinceridad y hasta, por momentos, una suerte de repugnancia que se respira más allá de su discurso, en sus gestos y en lo no dicho. Una mujer que parece que la soledad no le ofrece sabiduría porque no tiene vida propia, sino que la sume en una profunda angustia y desesperación. Sin embargo, todo cambia cuando llega al pueblo la Claudia, una mujer muy bella que va a dar cursos de inglés en un lugar donde nadie pretende aprender el idioma.
Aparentemente, la Claudia se queda por la noche con sus alumnos, y también el dueño del automóvil negro y caro va a visitarla, hasta que un día la muele a golpes. Ella la mira desde su ventana sin entender
demasiado qué ocurre, pero la Claudia la ayuda a dejar de sentir su densa soledad y, gracias a su presencia, logra imaginar que aprenderá inglés para poder algún día viajar. La Claudia le regala un loro para que le haga compañía. La mujer lo acepta de mala gana porque aquel dice muchas malas palabras y, aunque la insulta, también es una compañía. El loro le permite expresar su agresión reprimida y mantener un vínculo de odio. Alguien a quien odiar, alguien que le dice «puta» y con el que arma la fantasía de estamparlo contra el piso para que sus plumas se mezclen con sangre y quede todo verde.
Esta mujer puede manifestar a los gritos su odio hacia el loro, pero no logra manifestar su amor por la Claudia. Pese a ello, está inmersa en esa calma que precede a la tormenta, ya que el amor la confronta con la falta y, por ende, el amor la a-tormenta. Ese todo verde estalla en su mente como ese todo blanco que la hacer sentir perdida, y en pérdida. Es una mujer que sostiene la tensión y el suspenso cuando les habla a los espectadores, y los impele a la reflexión y al cuestionamiento. ¿Será una mujer como cualquiera de nosotros en un pueblito de mala muerte? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar el sufrimiento de un ser humano en la desolación y el desconsuelo de sentirse inexistente para otros?
Esta mujer es encarnada por una actriz que sabe transmitir con fina sensibilidad los matices que hacen a su personaje. El texto de Santiago Loza contiene un tenor dramático y poético absolutamente conmovedor y la actriz, María Inés Sancerni, está magistralmente dirigida por su director, Pablo Seijo. Las pausas escénicas están delineadas para mantener el interés de los espectadores, las contradicciones del discurso se vehiculizan en las inflexiones de la voz y la respuesta se refleja en un público absorto frente al despliegue del diálogo que ella sostiene. Ese diálogo hace que nos vayamos hundiendo en la escena hasta sentirnos parte integrante de esta en lo más recóndito de lo que nos subjetiviza como seres humanos.